martes, 9 de diciembre de 2014

La crisis de la derecha

La crisis de la derecha y las perspectivas del nuevo cuadro político

Jacques Louis David. la muerte de Marat


Uno de los rasgos más llamativos del nuevo cuadro político, es la bancarrota de la derecha. En poco menos de un año de gobierno de la Nueva Mayoría, la Alianza ha sido incapaz de ejercer una oposición efectiva. No presenta nuevas propuestas y está atrincherada en la defensa del sistema y los privilegios de clase que garantiza; sus partidos están descomponiéndose sostenidamente, dando lugar a deserciones de militantes, formación de nuevos referentes; no tiene líderes y en general, cada reunión para recomponer su unidad, termina en una nueva pelea, antecedida por la de quienes no han sido invitados o se autoexcluyen.

El espectáculo es patético, aunque no es más que la confirmación de las tendencias que ya el 2012 se manifestaban. Un escenario inmejorable para las fuerzas que están por las reformas estructurales y la democratización del país. Sin embargo, hay factores que las frenan o que, a lo menos, las obstaculizan y hacen que su avance sea más lento y dificultoso que lo deseable.

En primer lugar, la pertinaz oposición de las organizaciones gremiales del gran empresariado. Probablemente, no hay nada inesperado o novedoso en este rasgo de la situación política. Resulta llamativo, sin embargo, que los empresarios actúen sin necesidad de intermediarios en el sistema político. Es efectivamente uno de los resultados de la crisis de la derecha. Pero también del lugar que ganaron en los veinte años anteriores, en que se convirtieron en “el factor principal del desarrollo económico” y consecuentemente, sus intereses en los intereses de toda la sociedad.

La percepción que el gran empresariado tiene del momento histórico y político, en este sentido, es la de estar en riesgo. La última ENADE es una demostración de ello y por esa razón, ponen toda su autonomía, decisión y el poder que todavía ostentan, en función de resistir cualquier intento de reforma.

El gran empresariado opina respecto de la reforma tributaria en el transcurso de su tramitación o lo hace hoy en día, respecto de las reformas laborales, o la asociación de ISAPRES o el gremio de las AFP’s respecto de la seguridad social, con aires de gran sabiduría y autoridad intelectual y moral.
Cuando la CUT lo hizo para manifestarse a favor de la reforma tributaria el 1° de mayo u hoy en día, respecto de las reformas laborales, no hace más que manifestar el anhelo de los trabajadores y trabajadoras de relaciones entre capital y trabajo más simétricas y repartición más equitativa de los frutos del crecimiento económico.

Ello es interpretado, sin embargo, como una actitud servil o una renuncia a su autonomía como representante de los trabajadores, con independencia de que se trate de demandas sostenidas por la Central desde hace décadas. Que el contenido de las reformas enviadas al Parlamento no las satisfagan por completo,  no obsta a que sean del interés de los trabajadores y que sean entre otras cosas, la expresión de su propia capacidad para incidir mayormente en ellas.

Los medios de comunicación de masas, actúan precisamente en ese sentido y azuzan el malestar social para oponerlo al gobierno que está empeñado en realizar reformas que le devuelvan a los chilenos y chilenas derechos conculcados por el neoliberalismo en sus treinta años de predominio en nuestro país, para que este mismo malestar no se oriente hacia el modelo sino hacia quienes propugnan las reformas. Se podría decir que el rol de los medios en este sentido es el que clásicamente han cumplido los provocadores en el movimiento social.

El fenómeno de la CONFEPA, padres y madres que en lugar de marchar por la gratuidad de la educación, lo hacen para seguir pagando y que se manifiestan con una intolerancia que raya en el fascismo, a favor de la discriminación en el sistema escolar -lo que en los últimos veinticinco años, se ha naturalizado como una práctica no solamente normal sino hasta deseable- es expresión de esto mismo.

La crisis de la derecha, pese a los esfuerzos de la UDI en este sentido, ha creado un espacio para que los partidarios y beneficiarios del modelo, busquen nuevas formas de representación e intenten sacar provecho de esta situación de naturalización del individualismo, el lucro y la discriminación.

No va a ser el espacio natural de la derecha tradicional que se cae a pedazos. Podría presumirse que tampoco va a ser el de formación de un populismo de tipo autoritario, como el que propugna Ossandón. Es un fenómeno completamente nuevo, en el que tienden a converger sectores sociales y políticos formados en los años noventa y que se erigen a sí mismos como herederos legítimos de la transición.

La crisis de los partidos que la derecha ha formado en los últimos treinta años plantea el desafío para los partidarios del modelo, de constituir una nueva representación, que se oponga con eficacia a las reformas que la sociedad reclama y que con marchas y contramarchas, se disputan  en el sistema político.

Que esta convergencia sea más rápida o más lenta depende de varios factores y que sea además, una opción de poder efectiva en unas próximas elecciones presidenciales también.




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