Francisco Goya. La romería de San Isidro |
Se ha
gastado un mar de tinta para describir las maniobras del gobierno que han
favorecido a los empresarios y los banqueros durante la emergencia provocada
por la epidemia de coronavirus.
Medidas
administrativas y legales que van en ayuda de las grandes compañías a través de
créditos financiados con plata del Estado, créditos administrados además por
los mismos bancos que controlan.
Medidas
que favorecen los despidos, legitiman el escamoteo de los salarios y la
informalidad en el empleo, generando efectos permanentes en el aumento de la
pobreza y la exclusión así como en el crecimiento de las extraordinarias
ganancias de unas cuantas empresas y la consiguiente concentración de la
riqueza.
Todo esto,
presentado con un aura de objetividad y gravedad académica que ya nadie
considera seriamente, excepto los comentaristas de EMOL y uno que otro
columnista cuya ocupación es precisamente ensalzarlos con citas bíblicas y de
filósofos de la antigüedad.
El
salvataje de la banca, la reducción de los salarios y de las prestaciones de
los servicios del Estado a lo más mínimo -de lo que dan cuenta las precarias
condiciones del sistema hospitalario y de atención primaria de
la salud pública para enfrentarla-; la flexibilización del empleo y
el fomento de la informalidad, son un paquete de respuestas conocidas pero que
con una engañosa sofística, es expuesto como una novedosa
solución a la emergencia sanitaria y sus consecuencias.
Toda la
derecha, con férrea disciplina, se encarga de machacar día y noche el paquete,
tratando de sacar provecho de la crisis para aplicar su clásica receta de
schock, la misma con la que enfrentó la crisis del 81 y con la que antes, en
los setenta, impuso el modelo neoliberal.
Las
respuestas de la oposición no dan cuenta de la agenda derechista.
Es precisamente lo que le impide articular una respuesta unitaria y coherente.
Se debate entre reacciones a la emergencia de la coyuntura, defensa de un
desvencijado sentido de lo público; de los pocos derechos que el sistema no ha
logrado arrebatar aún a los trabajadores y grotescos esfuerzos por demostrar
seriedad y capacidad de gobernar.
La actual
crisis del modelo que el levantamiento popular del 18 de octubre dejó en evidencia,
y que sus defensores pretenden resolver usando como pretexto la crisis
sanitaria, desafía a la oposición precisamente a demostrar su voluntad de
emprender las reformas políticas y sociales que éste planteó.
Su
situación entonces, no puede ser otra que dispersión y desencuentros, toda vez
que a este respecto, no son más que algunos puntos muy específicos los que la
unen. Y quizás insuficientes para hacerse cargo de ésta. Ni siquiera para ser
una efectiva oposición a Piñera.
El costo
ciertamente lo está pagando el pueblo, que ha soportado hasta ahora, aunque no
podría decirse por cuánto tiempo más lo hará, los brutales efectos de la
enfermedad, el empobrecimiento producto de los despidos, los recortes de
salario; la falta de servicios públicos gratuitos, de calidad y oportunos,
agravados por la política de schock derechista.
Esta situación de crisis del modelo, velada por la emergencia sanitaria, es la encrucijada que va a determinar, probablemente por mucho tiempo, las contradicciones que van a agitar el devenir de los acontecimientos políticos; las reivindicaciones que harán emerger movimientos de masas y organizaciones y quizás superarán a los ya existentes; alianzas políticas y programáticas que se proyectarán ciertamente más allá de la crisis sanitaria.
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