lunes, 18 de mayo de 2020

La encrucijada

Francisco Goya. La romería de San Isidro




Se ha gastado un mar de tinta para describir las maniobras del gobierno que han favorecido a los empresarios y los banqueros durante la emergencia provocada por la epidemia de coronavirus.

Medidas administrativas y legales que van en ayuda de las grandes compañías a través de créditos financiados con plata del Estado, créditos administrados además por los mismos bancos que controlan.

Medidas que favorecen los despidos, legitiman el escamoteo de los salarios y la informalidad en el empleo, generando efectos permanentes en el aumento de la pobreza y la exclusión así como en el crecimiento de las extraordinarias ganancias de unas cuantas empresas y la consiguiente concentración de la riqueza.

Todo esto, presentado con un aura de objetividad y gravedad académica que ya nadie considera seriamente, excepto los comentaristas de EMOL y uno que otro columnista cuya ocupación es precisamente ensalzarlos con citas bíblicas y de filósofos de la antigüedad. 

El salvataje de la banca, la reducción de los salarios y de las prestaciones de los servicios del Estado a lo más mínimo -de lo que dan cuenta las precarias condiciones del sistema hospitalario y de atención primaria de la  salud pública para enfrentarla-; la flexibilización del empleo y el fomento de la informalidad, son un paquete de respuestas conocidas pero que con una engañosa sofística,  es expuesto como una novedosa solución a la emergencia sanitaria y sus consecuencias. 

Toda la derecha, con férrea disciplina, se encarga de machacar día y noche el paquete, tratando de sacar provecho de la crisis para aplicar su clásica receta de schock, la misma con la que enfrentó la crisis del 81 y con la que antes, en los setenta, impuso el modelo neoliberal. 

Las respuestas de la  oposición  no dan cuenta de la agenda derechista. Es precisamente lo que le impide articular una respuesta unitaria y coherente. Se debate entre reacciones a la emergencia de la coyuntura, defensa de un desvencijado sentido de lo público; de los pocos derechos que el sistema no ha logrado arrebatar aún a los trabajadores y grotescos esfuerzos por demostrar seriedad y capacidad de gobernar. 

La actual crisis del modelo que el levantamiento popular del 18 de octubre dejó en evidencia, y que sus defensores pretenden resolver usando como pretexto la crisis sanitaria, desafía a la oposición precisamente a demostrar su voluntad de emprender las reformas políticas y sociales que éste planteó.

Su situación entonces, no puede ser otra que dispersión y desencuentros, toda vez que a este respecto, no son más que algunos puntos muy específicos los que la unen. Y quizás insuficientes para hacerse cargo de ésta. Ni siquiera para ser una efectiva oposición a Piñera.

El costo ciertamente lo está pagando el pueblo, que ha soportado hasta ahora, aunque no podría decirse por cuánto tiempo  más lo hará, los brutales efectos de la enfermedad, el empobrecimiento producto de los despidos, los recortes de salario; la falta de servicios públicos gratuitos, de calidad y oportunos, agravados por la política de schock derechista.  

Esta situación de crisis del modelo, velada por la emergencia sanitaria, es la encrucijada que va a determinar, probablemente por mucho tiempo, las contradicciones que van a agitar el devenir de los acontecimientos políticos; las reivindicaciones que harán emerger movimientos de masas y organizaciones y quizás superarán a los ya existentes;  alianzas políticas y programáticas que se proyectarán ciertamente más allá de la crisis sanitaria. 

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