León Trotsky en su monumental Historia de
la Revolución Rusa, plantea que una de las características de toda auténtica
revolución, es la constitución de un poder dual. Uno representativo del orden
que se desmorona, que desaparece barrido por la marea social de los insurrectos,
quienes habían estado entre los dominados hasta entonces, y el poder que
representa la nueva sociedad que está por nacer y que surge de las entrañas de
ese pueblo excluído.
Algo parecido, guardando las proporciones, es lo que se vio
el domingo 4 de julio en la instalación de la Convención Constitucional.
Despertando el escándalo y la incomodidad siútica de la derecha chilena, se vió
un grupo de jóvenes, hombres y mujeres, representantes de pueblos indígenas,
también de partidos de izquierda, entrar al ex Congreso en medio del bochinche y
contraviniendo toda la acartonada solemnidad de la democracia de los consensos.
Afortunadamente, excepto un solitario Fuad Chaín, no había muchos representantes
de la elite concertacionista, que por lo demás se encontraba más a gusto en Casa
Piedra que en asambleas sindicales, universitarias y menos aún en
manifestaciones callejeras, que es precisamente donde se podría haber encontrado
meses antes, a muchos de los que protagonizaron las jornadas del domingo 4 de
julio. La guinda de la torta es la elección en la presidencia de la Convención
de una mujer mapuche de chamal y trapelakucha, que le propina una derrota
vergonzante a un representante del latifundio.
El discurso de Elisa Loncón
acompañada de la Machi Francisca Linconao, presa política mapuche hasta poco
antes, es un discurso de Estado que describe en pocas palabras un sueño del tipo
de país al que aspira la inmensa mayoría de la sociedad representada en la
aplastante mayoría de la Convención y en la ridícula representación de la
derecha, el empresariado y los que ilegítimamente se han adueñado de la tierra y
el agua que nos pertenece a todos.
Hasta ahí, todo bien. Pero el gobierno,
haciendo uso de artimañas y maniobras politiqueras, hace todo lo posible por
enturbiar la instalación de la Comvención. En las calles aledañas al ex
Congreso, Carabineros ataviados como para la guerra, realizan una flagrante
provocación que como siempre termina en la más brutal represión a un pueblo
alegre que acompaña a sus representantes y que con toda legitimidad, se
manifiesta expectante y en actitud de vigilancia. Experiencias frustrantes y
desengaños ante promesas de alegría, equidad, inclusión, democracia y
participación ha sufrido muchas en los últimos treinta años.
El gobierno
regional de la RM, el Ministerio de Interior tienen responsabilidad política
innegable en estas maniobras indecentes. Pero si de indecencia se trata, lo peor
vino al día siguiente, cuando ni siquiera internet había en las salas donde
sesionaría la convención, responsabilidad de -como decía el pueblo en el siglo
XX- "un futre" de apellido Encina obviamente molesto de ver que en lugar de la
socialdemocracia moderna y liberal, los salones del ex congreso eran ocupados
por la tía Pikachu, un motón de "indios" y muchachas con poleras con la cara de
Gladys Marín ¡Qué horror! Los rotos se tomaron la Convención...
A estas alturas,
la única posibilidad que le queda a la derecha es, como decía Trotsky, apelar al
poder que todavía le queda, que está en el Congreso. El gobierno es un
espantapájaros, una sobra del festín de los neoliberales que ya no tiene nada
que ofrecer de enjundioso.
El discurso de la derecha ha sido hasta ahora, la
defensa de la legalidad, del acuerdo del 15 de noviembre, intentando, como era
de suponer, contener a la Convención Constitucional, limitando sus atribuciones
y poniendo en cuestión su legitimidad. Evidentemente, es imposible que impida su
funcionamiento y el resultado que seguramente ni en sus peores delirios, temió
Jaime Guzmán, una nueva Constitución democrática surgida de una auténtica
deliberación de la sociedad, de todas las naciones y culturas que la componen,
de las clases y movimientos sociales que son parte del pueblo.
Como no tiene
aliados tampoco en la Convención, la derecha seguramente los va a buscar y
eventualmente encontrar en el Parlamento, donde sobreviven todavía varios
fósiles de la transición, dirigentes de la Concertación. Hay que estar alertas y
movilizarse precisamente en función de conjurar que la cocina del Parlamento
obstaculice el trabajo de la Convención. Obviamente lo va a intentar a punta de
leguleyadas y recursos administrativos porque argumentos políticos y
atribuciones en medio de la oleada transformadora que significa el proceso
constituyente, le quedan pocas.
Por otra parte, el problema del reglamento sigue
siendo importante, pese a que la derecha haya perdido el poder de veto pues ni
siquiera alcanzó el tercio. El reglamento debe facilitar el acuerdo entre los
convencionales del pueblo. Bajar el quórum de aprobación es una manera de
hacerlo pero especialmente, establecer los plebiscitos intermedios como
mecanismo de resolución de diferencias y cuestiones no resueltas en la
Convención. Es además una manera de mantener el estado de alerta y movilización
de la sociedad alrededor de la Convención.
Las fuerzas transformadoras presentes
en la Convención, finalmente, se tendrán que expresar también en el próximo
Parlamento que se elegirá en noviembre. La Convención se prolongará a pesar de
la derecha y la oligarquía neoliberal y así debe propiciarlo la propia
Convención facilitando y propiciando el debate de la sociedad civil. Chile está
cambiando. La oligarquía resistirá; ya lo está demostrando incluso en las
primeras horas de funcionamiento de la Convención. Conjurar las conspiraciones
palaciegas, especialidad de la derecha y la reacción, es una tarea fundamental.
Vigilar la actuación del Congreso, y movilizar a la opinión pública son las
tareas del momento.
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