martes, 6 de julio de 2021

Convención Constitucional

            Honoré Daumier. El levantamiento, 1848 

León Trotsky en su monumental Historia de la Revolución Rusa, plantea que una de las características de toda auténtica revolución, es la constitución de un poder dual. Uno representativo del orden que se desmorona, que desaparece barrido por la marea social de los insurrectos, quienes habían estado entre los dominados hasta entonces, y el poder que representa la nueva sociedad que está por nacer y que surge de las entrañas de ese pueblo excluído. 

Algo parecido, guardando las proporciones, es lo que se vio el domingo 4 de julio en la instalación de la Convención Constitucional. 

Despertando el escándalo y la incomodidad siútica de la derecha chilena, se vió un grupo de jóvenes, hombres y mujeres, representantes de pueblos indígenas, también de partidos de izquierda, entrar al ex Congreso en medio del bochinche y contraviniendo toda la acartonada solemnidad de la democracia de los consensos. 

Afortunadamente, excepto un solitario Fuad Chaín, no había muchos representantes de la elite concertacionista, que por lo demás se encontraba más a gusto en Casa Piedra que en asambleas sindicales, universitarias y menos aún en manifestaciones callejeras, que es precisamente donde se podría haber encontrado meses antes, a muchos de los que protagonizaron las jornadas del domingo 4 de julio. La guinda de la torta es la elección en la presidencia de la Convención de una mujer mapuche de chamal y trapelakucha, que le propina una derrota vergonzante a un representante del latifundio. 

El discurso de Elisa Loncón acompañada de la Machi Francisca Linconao, presa política mapuche hasta poco antes, es un discurso de Estado que describe en pocas palabras un sueño del tipo de país al que aspira la inmensa mayoría de la sociedad representada en la aplastante mayoría de la Convención y en la ridícula representación de la derecha, el empresariado y los que ilegítimamente se han adueñado de la tierra y el agua que nos pertenece a todos. 

Hasta ahí, todo bien. Pero el gobierno, haciendo uso de artimañas y maniobras politiqueras, hace todo lo posible por enturbiar la instalación de la Comvención. En las calles aledañas al ex Congreso, Carabineros ataviados como para la guerra, realizan una flagrante provocación que como siempre termina en la más brutal represión a un pueblo alegre que acompaña a sus representantes y que con toda legitimidad, se manifiesta expectante y en actitud de vigilancia. Experiencias frustrantes y desengaños ante promesas de alegría, equidad, inclusión, democracia y participación ha sufrido muchas en los últimos treinta años. 

El gobierno regional de la RM, el Ministerio de Interior tienen responsabilidad política innegable en estas maniobras indecentes. Pero si de indecencia se trata, lo peor vino al día siguiente, cuando ni siquiera internet había en las salas donde sesionaría la convención, responsabilidad de -como decía el pueblo en el siglo XX- "un futre" de apellido Encina obviamente molesto de ver que en lugar de la socialdemocracia moderna y liberal, los salones del ex congreso eran ocupados por la tía Pikachu, un motón de "indios" y muchachas con poleras con la cara de Gladys Marín ¡Qué horror! Los rotos se tomaron la Convención...

 A estas alturas, la única posibilidad que le queda a la derecha es, como decía Trotsky, apelar al poder que todavía le queda, que está en el Congreso. El gobierno es un espantapájaros, una sobra del festín de los neoliberales que ya no tiene nada que ofrecer de enjundioso. 

El discurso de la derecha ha sido hasta ahora, la defensa de la legalidad, del acuerdo del 15 de noviembre, intentando, como era de suponer, contener a la Convención Constitucional, limitando sus atribuciones y poniendo en cuestión su legitimidad. Evidentemente, es imposible que impida su funcionamiento y el resultado que seguramente ni en sus peores delirios, temió Jaime Guzmán, una nueva Constitución democrática surgida de una auténtica deliberación de la sociedad, de todas las naciones y culturas que la componen, de las clases y movimientos sociales que son parte del pueblo.

Como no tiene aliados tampoco en la Convención, la derecha seguramente los va a buscar y eventualmente encontrar en el Parlamento, donde sobreviven todavía varios fósiles de la transición, dirigentes de la Concertación. Hay que estar alertas y movilizarse precisamente en función de conjurar que la cocina del Parlamento obstaculice el trabajo de la Convención. Obviamente lo va a intentar a punta de leguleyadas y recursos administrativos porque argumentos políticos y atribuciones en medio de la oleada transformadora que significa el proceso constituyente, le quedan pocas. 

Por otra parte, el problema del reglamento sigue siendo importante, pese a que la derecha haya perdido el poder de veto pues ni siquiera alcanzó el tercio. El reglamento debe facilitar el acuerdo entre los convencionales del pueblo. Bajar el quórum de aprobación es una manera de hacerlo pero especialmente, establecer los plebiscitos intermedios como mecanismo de resolución de diferencias y cuestiones no resueltas en la Convención. Es además una manera de mantener el estado de alerta y movilización de la sociedad alrededor de la Convención.

Las fuerzas transformadoras presentes en la Convención, finalmente, se tendrán que expresar también en el próximo Parlamento que se elegirá en noviembre. La Convención se prolongará a pesar de la derecha y la oligarquía neoliberal y así debe propiciarlo la propia Convención facilitando y propiciando el debate de la sociedad civil. Chile está cambiando. La oligarquía resistirá; ya lo está demostrando incluso en las primeras horas de funcionamiento de la Convención. Conjurar las conspiraciones palaciegas, especialidad de la derecha y la reacción, es una tarea fundamental. Vigilar la actuación del Congreso, y movilizar a la opinión pública son las tareas del momento.

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