Jacques Louis David. El juramento de los Horacios. 1784 |
El "centro político" está de vuelta por sus
fueros o a lo menos, eso pretende. ¿Qué importancia real puede tener esta
compulsión centrista?
Alguna vez, el "centro" representó una idea
política que consistía en realizar reformas graduales y consensuadas con la
derecha, sin cambiar la Constitución.
A la vuelta de treinta años, sin embargo, el resultado de
esta política se expresó en mercantilización de la vida social, burocracia y
autoritarismo; contaminación y destrucción del medioambiente; en endeudamiento,
bajos salarios y especialmente, en un aumento de la desigualdad a niveles
repugnantes.
Pese a lo anterior, antiguas glorias del centro, insisten
en reivindicar contra toda la evidencia disponible, la misma
receta.
¿Tozudez?, ¿voluntarismo?, ¿dogmatismo?, ¿autocomplacencia?
o simplemente ¿ceguera política?
Ni siquiera todos quienes protagonizaron ese período se
atreverían a sostenerlo sin ruborizarse. Menos el pueblo, sometido a la más
despiadada sobreexplotación; conminado a pagar por todo con tal de tener acceso
a bienes y servicios mínimos -no hablemos de calidad-. Excluido y
discriminado si no calza con la idea dominante del "emprendedor"; el
"exitoso"; con el ideal "meritocrático" de la cultura
dominante, coartada de los liberales para justificar el retiro del Estado, la
profundización de su carácter subsidiario y fuente de frustración e infelicidad
de millones.
Esa es la razón, seguramente, para que todos los
protagonistas de la "democracia de los acuerdos" se estén yendo a
España o no tengan ninguna relevancia ni incidencia.
La única finalidad medianamente razonable que podría tener
su tozudez, es sumarse al coro de críticos de la Convención Constitucional
encabezado por Piñera, que en su última alocución al país tiene la desfachatez
de pontificar acerca de sus debates y augurar temibles catástrofes en caso de
seguir elaborando una Constitución distinta a la actual.
Los representantes intelectuales, académicos y políticos
del centro, insisten por ello -aunque suene pasado de moda- en sus recetas
fracasadas e imposibles. No para reinstalarlas en el debate político sino para
poner un muro que contenga, en lo posible, las transformaciones que haría
posible una nueva Constitución.
De modo similar al coro de economistas críticos del
programa de gobierno del Presidente Boric -quienes, para no quedar en
evidencia, argumentan toda clase de limitaciones técnicas-, este nuevo
"centro" oculta su conservadurismo y su nula voluntad de realizar
cambios efectivos, tras un refrito ideológico que mezcla dogmas de la economía
política neoliberal, consideraciones de un republicanismo conservador y
especialmente máximas del sentido común dominante.
En efecto, toda la postura de este nuevo "centro
político", se basa en su adscripción "ingenua" al estado de cosas
actual, como una suerte de realidad natural y no como el resultado de la acción
práctica de sujetos políticos y sociales.
Según esta ideología pequeñoburguesa, en sus homéricos
afanes refundacionales, la Convención Constitucional está pasando por alto precisamente
los datos de realidad que este sentido común neoliberal ha transformado en
verdades apodícticas. Este presunto nuevo centro no lo dice abiertamente
pero en el fondo coincide con los gremios empresariales, los centros de estudio
de la derecha, el Consejo Fiscal Autónomo y todo el batallón de ideólogos y
políticos conservadores en su afán de preservar lo que se pueda de la
Constitución de Pinochet.
Ni una sola idea nueva.
Esa ausencia de ideas, acarrea agua al molino
derechista. Ciertamente, no a la derecha fanática de Kast y sus republicanos,
demasiado tosca como para no parecer un retrógrado acercándose a ella. Existe,
sí, un auditorio en la derecha tradicional dispuesto a escuchar y entonar la
vieja canción de la democracia de los acuerdos, la medida de lo posible,
etcétera, etcétera, etcétera. El centro, en este caso, queda definido más por
la radicalidad de la ultraderecha que por sus propias ideas.
Su torpeza sumada a su mojigatería, en todo caso, terminan
por facilitarle el camino. Atontan a las audiencias con su letanía de recetas
dizque "realistas" y su simplificación grotesca de los debates de la
Convención, repetidas majaderamente a través de los medios de comunicación de
masas. Por medio de la presentación distorsionada del discurso, las propuestas
y las acciones del Gobierno, del Presidente, sus ministros y ministras.
En buenas cuentas, este nuevo centro, representa la
comodidad del que presume su conservadurismo, con aires de gran sabiduría, como
si se tratara de realismo político. Que puede seguir esperando otros treinta
años viviendo de las migajas que caen de la mesa de las transnacionales y los
grupos económicos, mientras el pueblo sufre privaciones, enfermedad,
inseguridad y abuso.
En la hora actual no hay mucho espacio para medias tintas.
El plebiscito en que se someterá a la consideración del pueblo la Nueva
Constitución tiene sólo dos opciones con consecuencias bastante precisas.
Mientras los nostálgicos de la democracia de los acuerdos
trabajan afanosamente para reformar el artículo de la Constitución que les
permitiría resolver en el Parlamento una fórmula que los dejara a todos
contentos, el pueblo, Apruebo Dignidad, el Gobierno y los partidos que lo
apoyan, deben fortalecer su unidad tras la única consigna que tiene sentido en
la actualidad: defender la Convención para derrotar definitivamente al Pinochetismo y aprobar una nueva
Constitución.
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