martes, 9 de agosto de 2022

Por qué una sola coalición

Fernand Leger. Estudio para Los constructores. 1950


En los últimos días, se ha abierto un debate en la izquierda acerca de la necesidad de tener una sola coalición, a propósito del llamado del Presidente Boric.

No se trata de una cuestión de corto plazo o no debiera serlo. Se funda en razones profundas que están en las tareas que el cambio de ciclo político que está experimentando el país, plantea a la sociedad. Algo similar a lo ocurrido a mediados de los años cincuenta del siglo pasado, cuando el país se vio frente a enormes desafíos, que dejaron atrás a importantes referentes políticos; instituciones y valores culturales y morales que hasta entonces la habían caracterizado.

En esa época, se logra el voto femenino, la cédula única y el registro electoral. Surge la CUT. Se desarrollan las tomas de terreno en las grandes ciudades que le darían sus primeras expresiones al movimiento de pobladores, manifestación de una sociedad que dejaba atrás su pasado rural pero sin modificar el clasismo y la desigualdad que estaba en la base del latifundio. El senador Salvador Allende Gossens presenta el primer proyecto de nacionalización del cobre. El gobierno derechista de Jorge Alessandri impulsa una reforma agraria, que pasó a la historia como “la reforma agraria de macetero”.

Las tareas de modernización y democratización de la sociedad chilena estaban a la orden del día, generando grandes movimientos de masas, que luchaban por sus derechos y una resistencia directamente proporcional de parte de la derecha y las clases dominantes de la sociedad, y que a la larga iba a expresarse en un programa de transformaciones contrarrevolucionarias conocidas como “neoliberalismo”. También son hijos de esta convulsionada época la “Vía Chilena al Socialismo” y “La Revolución en Libertad”.

La izquierda que se fue conformando entonces, fue expresión de esas luchas. También de los movimientos sociales y de masas que las protagonizaban.

No es diferente en la actualidad ni podría serlo. El país cambió en los últimos cincuenta años. La izquierda, primero perseguida casi hasta el exterminio; luego reconstruida al calor de la resistencia y lucha contra la dictadura militar y después, dispersa y atomizada tras la caída del socialismo y el inicio de un proceso de tránsito de la dictadura militar a gobiernos civiles en el marco de una democracia fuertemente restringida y sometida al tutelaje de las FFAA y los denominados “poderes fácticos”, vuelve a emerger en torno al proceso de cambio constitucional.

Como ha sido siempre, la movilización popular y la lucha de masas, catalizaron un descontento desarrollado por décadas de maltrato, exclusión y sobreexplotación que, con contradicciones y matices, se iba desarrollando al mismo ritmo de las modernizaciones del capitalismo neoliberal que masificaba el crédito y por esa vía el acceso al consumo de bienes y servicios. Se trata de una exclusión y una sobreexplotación distintas a las del Chile del siglo XX. Produce capas gigantescas de trabajadores precarios –porque no tienen contrato, porque boletean o tienen trabajos temporales- pero que pueden viajar al extranjero endeudándose o sometiéndose voluntariamente a la más despiadada sobreexplotación con tal de hacerlo.

También profesionales y técnicos que producto de la masificación del acceso a la educación superior, lograron un status mejor que el de sus padres, pero que engrosan las filas de cesantes ilustrados y endeudados de por vida. Muchos y muchas de hecho, deben desarrollar “emprendimientos”, para sobrevivir y de esa manera, sostener ese frágil ascenso social expresado en una cultura y unos valores en que se mezclan el consumismo, el arribismo, con el esfuerzo, las aspiraciones de cambio político y social y estilos de socialización contradictorios.

En el que la mujer pasa a ocupar un lugar preponderante en el mercado laboral, en el sector servicios e incluso ocupando trabajos de los que hasta entonces estaba excluida, haciendo más evidente la discriminación de la que históricamente fue objeto. Las tareas de cuidado; el trabajo doméstico, consuetudinariamente asignados a la mujer, quedan en evidencia como parte esencial en la producción de plusvalía y fuente, por lo tanto, de explotación y enajenación del trabajo, expresados en la “doble jornada” a la que debe someterse. Igual que con el ascenso social de los hijos de la clase trabajadora tradicional, con el acceso de la mujer al mundo del trabajo y la educación, queda en evidencia la desigualdad del sistema y el carácter ideológico de sus conceptos de “inclusión” y “equidad”.

Todos estos nuevos trabajadores y trabajadoras, son una masa de consumidores siempre dispuestos a comprar y endeudarse por lo que el sistema les ofrezca, reunidos bajo el fantasmagórico rótulo de “clase media”. La otra vertiente de la que se alimenta esta nueva clase media, es la de la pequeña burguesía empobrecida por las modernizaciones neoliberales de los últimos cuarenta años. Ya no se trata de la pequeñaburguesía ilustrada y culta de los años sesenta y setenta que tenía orígenes –como plantea Salazar- en la mesocratización de la oligarquía. Se trata de una clase media emprobrecida, producto de las privatizaciones y la reducción del sistema público, conformado por empresas del Estado en la que laboran miles de empleados y empleadas y el sistema educativo donde profesores, profesoras, intelectuales y académicos universitarios desarrollan sus conocimientos.

La que vivía en Ñuñoa y se tuvo que ir a La Florida o Puente Alto.  La que ha educado a sus hijos en colegios particulares subvencionados junto a los de los trabajadores calificados y los “emprendedores” egresados de las universidades privadas.  La izquierda que se había constituido junto al desarrollo de clases sociales que eran parte del capitalismo del siglo XX, es ahora muy distinta, material y culturalmente.  

Pero ha sobrevivido a la represión y las transformaciones del capitalismo. Las épicas jornadas del 2006, del 2011 y del 2019, tuvieron entre sus protagonistas a jóvenes, a trabajadores y trabajadoras; e empleados, docentes e intelectuales, hombres y mujeres de izquierda. La que mantuvo viva la organización social en sindicatos, federaciones y asociaciones de empleados que resistían la flexibilidad laboral, la privatización del aparato público y los recortes de salarios; la que defendía la educación y la salud púbicas de la privatización y los recortes presupuestarios; la ciudad de la voracidad del negocio inmobiliario, el medioambiente de proyectos contaminantes y se hacía cargo de la exclusión de las diversidades y disidencias sexuales y de género.  

Esa amalgama social, es a la que el llamado del Presidente a la unidad debe dar forma. Nuevas tareas; otras clases y movimientos sociales; otros hombres y mujeres, pero un mismo anhelo de justicia social; de igualdad, de democracia que ha encarnado históricamente la izquierda y lo seguirá haciendo mientras subsista la explotación, la exclusión y el autoritarismo. 



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