Fernand Leger. Estudio para Los constructores. 1950 |
En los últimos días, se ha abierto un debate en la
izquierda acerca de la necesidad de tener una sola coalición, a propósito del
llamado del Presidente Boric.
No se trata de una cuestión de corto plazo o no debiera
serlo. Se funda en razones profundas que están en las tareas que el cambio de
ciclo político que está experimentando el país, plantea a la sociedad. Algo
similar a lo ocurrido a mediados de los años cincuenta del siglo pasado, cuando
el país se vio frente a enormes desafíos, que dejaron atrás a importantes
referentes políticos; instituciones y valores culturales y morales que hasta
entonces la habían caracterizado.
En esa época, se logra el voto femenino, la cédula única y
el registro electoral. Surge la CUT. Se desarrollan las tomas de terreno en las
grandes ciudades que le darían sus primeras expresiones al movimiento de
pobladores, manifestación de una sociedad que dejaba atrás su pasado rural pero
sin modificar el clasismo y la desigualdad que estaba en la base del
latifundio. El senador Salvador Allende Gossens presenta el primer proyecto de
nacionalización del cobre. El gobierno derechista de Jorge Alessandri impulsa
una reforma agraria, que pasó a la historia como “la reforma agraria de
macetero”.
Las tareas de modernización y democratización de la
sociedad chilena estaban a la orden del día, generando grandes movimientos de
masas, que luchaban por sus derechos y una resistencia directamente
proporcional de parte de la derecha y las clases dominantes de la sociedad, y
que a la larga iba a expresarse en un programa de transformaciones contrarrevolucionarias
conocidas como “neoliberalismo”. También son hijos de esta convulsionada época la
“Vía Chilena al Socialismo” y “La Revolución en Libertad”.
La izquierda que se fue conformando entonces, fue
expresión de esas luchas. También de los movimientos sociales y de masas que
las protagonizaban.
No es diferente en la actualidad ni podría serlo. El país
cambió en los últimos cincuenta años. La izquierda, primero perseguida casi
hasta el exterminio; luego reconstruida al calor de la resistencia y lucha
contra la dictadura militar y después, dispersa y atomizada tras la caída del
socialismo y el inicio de un proceso de tránsito de la dictadura militar a
gobiernos civiles en el marco de una democracia fuertemente restringida y
sometida al tutelaje de las FFAA y los denominados “poderes fácticos”, vuelve a
emerger en torno al proceso de cambio constitucional.
Como ha sido siempre, la movilización popular y la lucha
de masas, catalizaron un descontento desarrollado por décadas de maltrato,
exclusión y sobreexplotación que, con contradicciones y matices, se iba
desarrollando al mismo ritmo de las modernizaciones del capitalismo neoliberal
que masificaba el crédito y por esa vía el acceso al consumo de bienes y
servicios. Se trata de una exclusión y una sobreexplotación distintas a las del
Chile del siglo XX. Produce capas gigantescas de trabajadores precarios –porque
no tienen contrato, porque boletean o tienen trabajos temporales- pero que
pueden viajar al extranjero endeudándose o sometiéndose voluntariamente a la
más despiadada sobreexplotación con tal de hacerlo.
También profesionales y técnicos que producto de la
masificación del acceso a la educación superior, lograron un status mejor que
el de sus padres, pero que engrosan las filas de cesantes ilustrados y
endeudados de por vida. Muchos y muchas de hecho, deben desarrollar
“emprendimientos”, para sobrevivir y de esa manera, sostener ese frágil ascenso
social expresado en una cultura y unos valores en que se mezclan el consumismo,
el arribismo, con el esfuerzo, las aspiraciones de cambio político y social y
estilos de socialización contradictorios.
En el que la mujer pasa a ocupar un lugar preponderante en
el mercado laboral, en el sector servicios e incluso ocupando trabajos de los
que hasta entonces estaba excluida, haciendo más evidente la discriminación de
la que históricamente fue objeto. Las tareas de cuidado; el trabajo doméstico,
consuetudinariamente asignados a la mujer, quedan en evidencia como parte
esencial en la producción de plusvalía y fuente, por lo tanto, de explotación y
enajenación del trabajo, expresados en la “doble jornada” a la que debe
someterse. Igual que con el ascenso social de los hijos de la clase trabajadora
tradicional, con el acceso de la mujer al mundo del trabajo y la educación,
queda en evidencia la desigualdad del sistema y el carácter ideológico de sus
conceptos de “inclusión” y “equidad”.
Todos estos nuevos trabajadores y trabajadoras, son una
masa de consumidores siempre dispuestos a comprar y endeudarse por lo que el
sistema les ofrezca, reunidos bajo el fantasmagórico rótulo de “clase media”. La
otra vertiente de la que se alimenta esta nueva clase media, es la de la
pequeña burguesía empobrecida por las modernizaciones neoliberales de los
últimos cuarenta años. Ya no se trata de la pequeñaburguesía ilustrada y culta
de los años sesenta y setenta que tenía orígenes –como plantea Salazar- en la
mesocratización de la oligarquía. Se trata de una clase media emprobrecida,
producto de las privatizaciones y la reducción del sistema público, conformado
por empresas del Estado en la que laboran miles de empleados y empleadas y el
sistema educativo donde profesores, profesoras, intelectuales y académicos
universitarios desarrollan sus conocimientos.
La que vivía en Ñuñoa y se tuvo que ir a La Florida o
Puente Alto. La que ha educado a sus
hijos en colegios particulares subvencionados junto a los de los trabajadores
calificados y los “emprendedores” egresados de las universidades privadas. La izquierda que se había constituido junto al
desarrollo de clases sociales que eran parte del capitalismo del siglo XX, es
ahora muy distinta, material y culturalmente.
Pero ha sobrevivido a la represión y las transformaciones
del capitalismo. Las épicas jornadas del 2006, del 2011 y del 2019, tuvieron
entre sus protagonistas a jóvenes, a trabajadores y trabajadoras; e empleados,
docentes e intelectuales, hombres y mujeres de izquierda. La que mantuvo viva
la organización social en sindicatos, federaciones y asociaciones de empleados
que resistían la flexibilidad laboral, la privatización del aparato público y
los recortes de salarios; la que defendía la educación y la salud púbicas de la privatización y los recortes presupuestarios; la ciudad de la voracidad del negocio
inmobiliario, el medioambiente de proyectos contaminantes y se hacía cargo de
la exclusión de las diversidades y disidencias sexuales y de género.
Esa amalgama social, es a la que el llamado del Presidente
a la unidad debe dar forma. Nuevas tareas; otras clases y movimientos sociales;
otros hombres y mujeres, pero un mismo anhelo de justicia social; de igualdad,
de democracia que ha encarnado históricamente la izquierda y lo seguirá
haciendo mientras subsista la explotación, la exclusión y el autoritarismo.
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