Juan Dávila. Woman in Landscape. Óleo sobre tela. 1998 |
“(…) Habrá siempre una gran diferencia entre someter una multitud y
regir una sociedad., Que hombres dispersos estén sucesivamente sojuzgados a uno
solo, cualquiera que sea el número, yo sólo veo en esa colectividad un señor y
esclavos, jamás un pueblo y su jefe (…)
J.J. Rousseau
Sin embargo, el pueblo -los pueblos de Chile- en el
plebiscito de salida se pronunció en contra de la propuesta
constitucional de la Convención.
Chile no tiene una nueva
Constitución pese a la ilegitimidad de la que rige en la actualidad. Una
situación explosiva y peligrosa que solamente favorece a los que aspiran a una
solución de fuerza a este impasse constitucional. El fascismo en este sentido
-estado latente de las clases y fuerzas morales y culturales dominantes de la
sociedad, siempre dispuestas a resolver por la fuerza lo que por vías
racionales y democráticas no pueden resolver- acecha desde hace décadas
producto del carácter de la transición pactada que les dio credenciales
democráticas como producto de una necesidad política de la estrategia concertacionista.
El fascismo en este sentido nunca
fue derrotado y ha estado acechando la democracia y manteniéndola bajo una constante amenaza, desde el mismo 11 de marzo de
1990, a través de ejercicios de enlace y boinazo primero; impidiendo mediante el veto
permanente de la derecha en el parlamento cualquier reforma democratizadora por tibia que
fuera; haciendo uso y abuso de una sosa concepción de la libertad de expresión que le ha permitido exponer públicamente y defender toda clase de adefesios morales y
de una institucionalidad política contenida en la Constitución pinochetista, hecha precisamente –como sostenía Guzmán- para que “los adversarios, si es que
llegaran a gobernar, se vean obligados a hacerlo como nosotros”.
El fascismo goza de muy buena salud y ostenta todavía una capacidad suficiente como para amedrentar a la sociedad. Lamentablemente, no han faltado los pusilánimes ni los oportunistas que siguen creyendo que es posible razonar con él y lo más tragicómico de todo, "llegar a acuerdos" que favorezcan al país. Frase ya de por sí ridícula y huera que solamente desnuda la bancarrota política y moral de quienes la pronuncian.
El limbo constitucional es
precisamente expresión de esto. Una situación por demás explosiva e incierta de
la que el sistema político debe hacerse cargo. Una condición inmejorable para
los fascistas, a los que sería bueno empezar a llamar por su nombre y
denunciar, ya que después de décadas de gestos estúpidos de amistad cívica desde los años noventa, han logrado camuflarse y hacerse un lugar en nuestra sociedad.
Este limbo constitucional en el que quedó el país después del 4 de septiembre, sin embargo, es el resultado previsible aunque mortalmente peligroso del neoliberalismo que ha dirigido las relaciones sociales, la economía, la política y especialmente, la cultura los últimos cuarenta años. Consecuencia de un individualismo abstracto y simplón y de la suposición ingenua de que el esfuerzo personal y la competencia son la virtuosa fuente de la que emana el progreso social e individual.
Marx llamaba a estas concepciones "robinsonadas", la suposición de que la sociedad y el Estado son el producto de la acción espontánea de individuos aislados y sin historia, como ocurrió en la isla del mítico personaje creado por Defoe.
Para semejante concepción del hombre y la sociedad, el Estado es más bien un resultado fortuito y la política por consiguiente, una ocupación inútil o hasta de mal gusto. Es eso precisamente lo que triunfó el 4 de septiembre. La democracia fue reemplazada por el criterio de la mayoría y la verdad, de modo elocuente, por las encuestas.
La situación es delicada en extremo y parece no haber quien se haga cargo de ella por el momento. Se trata de la disolución de la sociedad como Sujeto y su reemplazo por una masa informe, la acumulación meramente cuantitativa de individualidades supuestamente autónomas que no reconocen en el otro/a ni en la sociedad algo propio, sino más bien una amenaza o en el mejor de los casos, un estorbo. La acumulación de desigualdad, exclusiones, abuso e inseguridad, mientras tanto, suma y sigue, como si nada hubiese pasado desde el 18 de octubre de 2019 a la fecha.
¿En quién recae la soberanía entonces? Probablemente la gran incógnita que tampoco la Convención resolvió y que explica la derrota del plebiscito y que encierra la explicación del peligro que amenaza a nuestra sociedad. La derecha, la reacción católica y pentecostal, el empresariado y los nuevos ricos de la transición -y camuflado en medio de esta majamama, el fascismo- solamente sacaron provecho del viento de cola de los treinta años de predominio del neoliberalismo y la democracia de los acuerdos y que para ellos solamente podrá ser resuelta por la fuerza.
Pero el campo social y popular, tampoco logró ofrecer una respuesta definitiva o a lo menos suficiente en la que todos y todas se vieran reflejados, entusiasmados y dispuestos y dispuestas a movilizarse con independencia de la particularidad de su participación en el debate constitucional, que es a lo que le sacó provecho eficientemente la reacción en esta oportunidad. Identificar un "ellos", un responsable de la situación actual del país, de las injusticias, los abusos y la desigualdad; identificar y señalar su origen histórico y social en la apropiación privada del producto del trabajo, la naturaleza y la cultura; apoyarse en la historia del movimiento popular, en sus símbolos, sus derrotas y sus logros; poner el trato justo y respetuoso en todas las manifestaciones de la vida social como centro de su propuesta y también de su práctica política.
Recuperar la credibilidad de la sociedad para derrotar al fascismo y salir victoriosos y victoriosas del paréntesis que colocó el resultado del plebiscito de salida en la heroica lucha por recuperar la democracia y la dignidad, es la tarea actual, tarea necesaria y posible, con decisión, unidad y movilización.
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