domingo, 7 de abril de 2024

La silla


Joseph Beuys. Silla con grasa. 1964


Estas últimas semanas, al mismo tiempo que se definen alianzas y candidatutras para las elecciones municipales y de gobernadores, se da un debate que quizás por el ruido, las rispideces y polémicas que estas generan, pasa desparecibido. Es ignorado por una sociedad despolitizada y escéptica que es la que le gusta a ideólogos como Tironi y Brunner, que ven en ello un resultado de su modernización y progreso, expresadas en una jalea caracterizada como la "clase media". 

Se trata del debate sobre la reforma del sistema político. 

Especialmente los partidos de derecha, y la vieja guardia de la Concertación, han protagonizado una insistente campaña por instalarlo, contando para ello eso sí con la potente red de medios que poseen. Y con un voluntarismo muy oportunista por lo demás, pretenden resolver mediante un arreglo formal, las contradicciones sociales que han provocado tres décadas a lo menos de predominio del neoliberalismo. La situación es bastante explosiva y tanto los empresarios como los más duchos dirigentes políticos de la vieja guardia de la democracia de los acuerdos -entre ellos, la virtual candidata presidencial Evelyn Matthei-, encendieron las alarmas o a lo menos eso pretenden, antes de que la indignación de los populáricos vuelva a explotar. 

Las quejas de las viudas de la transición sobre la fragmentación del sistema de partidos, del "parlamentarismo de facto" y de la incapacidad del sistema político de representar los auténticos problemas de la sociedad y expresarlos en políticas públicas que vayan en beneficio de la gente, apenas disimulan su añoranza del binominalismo y ojalá de esa especie de cesarismo presidencial, que les permitió por décadas administrar el neoliberalismo sin contratiempos o al menos, sin contratiempos que no fueran subsanables con muñequeo y manipulación cultural. 

El desalineamiento entre los poderes del Estado y lo que llaman en tono lastimero "la incapacidad de la clase política de llegar a acuerdos", solamente da cuenta de la dispersión y contradicciones sociales que el sistema ya es incapaz de seguir procesando, ello no por la introducción de algún grado de proporcionalidad  que lo ha democratizado parcialmente, sino porque demuestra en forma permanente la camisa de fuerza que es para la sociedad real. En su ideologización los partidarios del consenso, de la estabilidad y el orden, pretenden que eso se resuelve no haciéndose cargo de las grandes contradicciones sociales que generan los niveles obscenos de desigualdad, los bajos salarios, la fuente de empobrecimiento de segmentos crecientes de la sociedad que incluyen a profesionales y clase media que es el sistema previsional vigente ni la anomia que resulta de hacer de todo un negocio en el que se salvan solamente los vivos o los que tienen dinero. 

Para ellos, en su "ingenuidad", estas contradicciones se resuelven con un régimen politico y un sistema de partidos que posibilite acuerdos, consenso y estabilidad, seguramente para seguir administrando el neoliberalismo hasta el fin de los tiempos. 

Las buenas cifras logradas por el gobierno del Presidente Boric en materia económica, han entusiasmado a estos representantes del "centroalgo" y a través de una retórica engañosa y unos sofismas cada vez menos disimulados, pretenden que su utopía de la estabilidad y el orden del consenso, es posible de nuevo como si dichas buenas cifras las hubieran resuelto en forma misteriosa o al menos estuvieran en vías de lograrlo.  Son la silla que invita al viajero a descansar, como en la canción de Silvio. 

Precisamente en eso consistieron los famosos "treinta años". Consistieron en el descanso, la indiferencia de la sociedad ante las profundas contradicciones que la cruzaban, tras la promesa de que la igualdad, el bienestar y la justicia social serían el resultado del crecimiento y la estabilidad macreconómica a costa de un presente de desigualdad, sobreexplotación e inseguridad ante la vejez o la enfermedad. 

La dirección política del gobierno; los partidos de izquierda que le dan sustento y las organizaciones sociales y de masas interesadas en el cumplimiento del programa y las reformas contenidas en él, son precisamente quienes tienen más responsabilidad. La derecha tradicional, cada vez más anacrónica, representada por los mismos hace treinta años y más, está siendo lentamente fagocitada por sus vástagos, quienes están esperando su previsible fracaso de reeditar la política de los consensos -para lo cual han sacado del sarcófago a todas las antigüedades de la transición- para hacerse de la hegemonía definitiva del sector. 

Dicha responsabilidad, que es evitar un triunfo del neofascismo en Chile que vendría a sumarse a los de Ecuador y Argentina, pasa por mantener la alerta; no bajar los brazos y continuar profundizando en la implementación del programa, especialmente en lo que dice relación con el trabajo, los salarios y la lucha contra la desigualdad en todas sus edpresiones. El enemigo está al frente y está haciendo toda clase de maromas para mantenerse vigente y en una de esas caerse para despejarle el camino a su expresión más reaccionaria y violenta. No es el momento de sentarse a descansar, como andan predicando varios. 

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