Hamlet, Horacio y Marcelo ven al fantasma. Litografía. Londres 1890 |
Algo huele mal en Chile. La verdad es que ya ni siquiera se trata de que algo huela mal. Toda la basura del modelo, con su pestilencia correspondiente, ha quedado al descubierto estos días. El caso del conocido abogado Luis Hermosilla, es solamente la manifestación visible de la corrupción que se expande por todos los intersticios del sistema político y económico vigente. Viéndolo de esta manera, no tienen nada de raras las conclusiones del informe del PNUD. Una sociedad desconfiada, que anhela transformaciones pero que no cree en la posibilidad de realizarlas porque el sistema las obstruye, pues como ha quedado al descubierto en esta ocasión, los intereses privados prevalecen sobre los públicos.
Es imposible no hacer la relación que cualquier ciudadano o ciudadana de a pie hace entre las redes de corrupción tejidas por Hermosilla y de la impunidad de la que habían gozado por mucho tiempo, con la prisión de miles de compatriotas -pobres y sin título- o el escarnio del que son objeto dirigentes de izquierda como Daniel Jadue o Iarcí Hasssler por los medios del sistema y un par de periodistas que opinan de farándula con la misma gravedad con la que lo hacen para referirse a la coyuntura política. Precisamente parte del problema señalado por el organismo internacional.
Un oscuro personaje con ínfulas de James Bond latinoamericano que presume de un fantasioso paso por grupos militares que combatieron a la dictadura en los que no habría sobrevivido cinco minutos por su fanfarronería; consejero y amigo de importantes políticos de derecha, ex funcionario del gobierno de Piñera y asesor de empresarios que se han hecho el pino como prestamistas, más bien parece una suerte de Rasputin criollo. Pero tal como en el caso del charlatán ruso, Hermosilla es apenas un engranaje de una máquina mayor.
Tal como lo ha señalado, en efecto, la senadora Loreto Carvajal, el problema es la indigencia de la CMF para fiscalizar y regular esas empresas de factoring en las que se urden truculentas tramas asociadas al cobro de deudas y que son como aceite para el sistema financiero. Este es el caldo de cultivo para estas prácticas de las clases acomodadas para las que Hermosilla actuaba como consejero, operador e intermediario.
La moral de éstas, basada en la búsqueda desenfrenada de ganancias rápidas y ojalá, sin mediar mucho esfuerzo, lo que comúnmente se denomina usura, ha quedado al decubierto por estos días. No representa probablemente ninguna novedad, considerando los colosales fraudes cometidos por alcaldes de derecha, tema sobre el que no vale la pena insistir considerando la desfachatez con la que actúan ellos y sus partidos; la condescendencia con la que son tratados por un poder judicial que cada vez esta más cuestionado por sus promiscuas relaciones con estos políticos conservadores y operadores como Hermosilla, que actúan como testaferros de especuladores, prestamistas y usureros.
Algo similar a lo que ocurre en el sector inmobiliario, que tal como Marx describió es uno de los destinos preferidos para la inversión de las ganancias que circulan por el sistema financiero, extraídas de la sobreexplotación de los trabajadores, que en el caso chileno se expresa en un salario promedio de 582.000 pesos mensuales que apenas alcanzan para pagar el arriendo y un poco de pan. Los escándalos de edificios construidos sobre sitios que representan un invaluable tesoro ecológico y para peor de males, sin ningún tipo de consideración acerca de su seguridad y sustentabilidad o como en el caso en que está involucrado el senador de RN Rodrigo Galilea, terrenos inundables, dejan al desnudo su falta de escrúpulos y la connivencia de quienes tenían la obligación de fiscalizarlos desde los organismos reguladores.
El PNUD le acaba de dar un mentis a la soberbia de la elite política y económica, demostrando que casos como el de Hemosilla, o antes los de los alcaldes de la UDI y RN, los ex comandantes en jefe, directores de la PDI y miembros de la alta jerarquía del poder judicial, PENTA, SOQUIMICH y otros, no son casos aislados o excepciones. Ni éramos el tigre que presumía la elite económica y política ni la democracia impoluta que nos trataron de hacer creer. La moral de clase basada en la codicia, el oportunismo y la avaricia sobre la que se sustenta, la están corroyendo y le abren de par en par las puertas al populismo de ultraderecha, de no mediar una decidida acción de la izquierda y las organizaciones sociales para denunciarlo y oponerle principios inspirados en la aspiración de una nueva sociedad.
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