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Otto Dix. La guerra. 1929-32 |
Los titulares de la prensa han concentrado su atención en
las últimas semanas después del debate, en la lucha fraticida al interior de la
derecha por ver quién pasa a la segunda vuelta. Un vendaval de encuestas cada
cual más hipotética que la anterior, que parecen un ludo en el que Matthei y
Kast avanzan y retroceden casilleros sin modificar sustancialmente la ventaja
que la candidata de las fuerzas democráticas y progresistas ostenta desde que
ganó la primaria oficialista.
El corazón de las diferencias ha estado en la famosa promesa
de Kast de reducir el gasto fiscal en la friolera de seil mil millones de
dólares en diez y ocho meses sin siquiera tomarse la molestia, pese a todos los
emplazamientos de los que ha sido objeto para que lo haga, de decir dónde va a
recortarlo.
En todo caso, es la misma propuesta que hace algunos meses
no más hacía Matthei, hablando de las "tijeras podadoras", versión
soft de la motosierra de Milei, metáfora que usó en el CEP ante su mismísimo
ministro de desregulación, Federico Sturzenneger, y la elite política y
empresarial que pretende representar en la segunda vuelta. Es la avaricia de
almacenero del pensamiento neoliberal y empresarial que con matices más,
matices menos, inspira el programa de las derechas, llegando al delirio en el
programa de Kaiser, que curiosamente aumenta su feligresía precisamente gracias
el facilismo de su discurso y a las inconsistencias de Kast. Una suerte de
manual de cortapalos para reaccionarios.
Los traspiés de esta receta en la hermana República
Argentina, que tiene a Milei haciendo
genuflexiones ante Trump -líder mundial de la patota fascista que niega el
cambio climático, el genocidio en Gaza y amenaza a América Latina con barcos de
guerra- para conseguir dólares que le permitan sortear las elecciones de
octubre y ganar tiempo para recomponer aunque sea un poco sus posibilidades en
las próximas presidenciales, encendieron las alarmas en la elite política y
económica tradicional de este lado de Los Andes.
Por cierto, las cosas para ésta no están tan bien como
aparentaban hasta hace sólo algunos meses. Los gobiernos reaccionarios de todo
el mundo, incluido el de la perfumada derecha francesa y el de la referente de
Kast Giorgia Meloni, se han topado con la resistencia popular a sus planes de
ajuste.
Lo único que mantiene en pie, por el momento, sus
posibilidades es la fuerza bruta. La que aplica el gobierno de Trump que actúa
como matón de barrio, tanto al interior de su país como en el extranjero,
llegando al absurdo de asistir a las Naciones Unidas a repartir amenazas y
autoalabanzas que sólo un personaje tan bizarro como Milei aplaude. La
violencia con la que el gobierno de Macron reprime la protesta social y trata
la democracia de su país, negándose a nombrar un Primer Ministro de las fuerzas
mayoritarias del Parlamento e insistir en formar gobierno con sus
incondicionales, pese a toda la evidencia de su fracaso.
La misma que sostiene a Bukele como una suerte de gendarme o
cancerbero presidencial o al corrupto régimen bananero de Noboa en Ecuador o
Dina Boluarte en el Perú. La combinación de corrupción, ajuste y represión,
típica de los regímenes derechistas y reaccionarios, expresión remasterizada de
los tan bien descritos por Vargas Llosa en Conversación en la Catedral,
representan la última muralla de contención de un neoliberalismo agónico. De
ahí probablemente la defensa del secreto bancario por parte de las elites
conservadoras provocando oleadas de protesta social y resistencia popular a los
recortes presupuestarios que promueve la derecha en todo el mundo.
No se trata de que el ideario fascista se debilite o pierda
su atractivo para las elites económicas y militares globales. Las necesidades
de las grandes corporaciones, las instituciones conservadoras y la industria
armamentística siguen siendo las mismas. Simplemente su receta de ajuste y
represión tiene unos límites tan estrechos que termina por agotarse
rápidamente. Las posibilidades de una humanidad amenazada por la recesión, el
cambio climático y el genocidio, cada día que pasa se van estrechando y
resumiendo a una nueva barbarie, como a la que Trump y sus prosélitos la
arrastran inexorablemente o una superación efectiva del neoliberalismo que
debiera coincidir con la construcción de una nueva sociedad y no solamente con
la moderación de sus resultados más extremos.
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