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Jean Dubuffet. Fête villageoise. 1976 |
La
polémica que armó la derecha a propósito del mensaje presidencial con ocasión
del envío de la Ley de Presupuesto, ha dejado en evidencia su indigencia de
ideas y propuestas. La reacción de Kast,
Matthei y sus respectivos partidos, como de costumbre, es destemplada y
violenta.
Continuando un inveterado hábito del neoliberalismo, interpretan las críticas políticas del Presidente como herejías sectarias que cuestionan la sacrosanta infalibilidad del mercado. Primero, al IPOM del Banco Central -lleno de afirmaciones ideológicas de marcado tinte político y que incluso exceden las atribuciones que le otorga la misma Constitución que defienden quienes se presentan como adalides de su autonomía- y después, a sus retrógradas ideas de recorte del gasto fiscal. Idea que tiene sumida a la hermana República Argentina en la recesión y el paro y cada vez más sometida a los capitales financieros y el imperialismo, ante los que Milei se arrodilla implorando un salvataje que profundiza la dependencia de la economía argentina; presiona el aumento de la inflación licuando lo poco que queda de los salarios y engordando las fortunas de los millonarios argentinos, que son los que realmente gobiernan y ya preparan su relevo, probablemente en la persona del amigo de Piñera, Mauricio Macri, responsable de su crítica situación actual.
Dicha
agresividad, sin embargo, no es solamente académica ni verbal. Es el
equivalente ideológico de la misma que el neoliberalismo supone es la que prima
en las relaciones sociales. En efecto, al no poder hacerlo sobre una base
racional porque todo está sometido a unas presuntas leyes naturales ante las
que el pensamiento debe someterse, queda únicamente el recurso de la fuerza
para dirimirlas. En este sentido el asesinato y desaparición de Julia Chuñil,
no es una anomalía, sino una de sus más siniestras manifestaciones. La
solicitud de las bancadas del PSC y los Republicanos de guardar un minuto de
silencio en el Congreso por el influencer ultraconservador norteamericano
Charly Kirk, en los mismos días en que se conocen las horrorosas circunstancias
en que la activista ambiental mapuche desapareció, una demostración de la
violencia de clase, racial y machista que la inspira.
Similar
a la que la administración Trump ejerce contra los inmigrantes y opositores en
su país, militarizando ciudades como Chicago, Washington, New York, Los Angeles
y Portland a vista y paciencia de la comunidad internacional, mientras va a las
Naciones Unidas a espetar amenazas, autoalabanzas, propias de un autóctrata, y
amenaza a América Latina emplazando barcos de guerra en el Mar Caribe.
La
hora actual para la humanidad es delicada y peligrosa. Los derechistas
chilenos, como siempre ha sido, no son más que unos pobres peleles del
imperialismo, palabra que aun cuando devaluada en el léxico de una academia
acartonada y sometida a poderosos intereses económicos y políticos, empieza a
recuperar el sentido que la doctrina Monroe le imprimiera en el pasado y que
los viejos buenos tiempos de la globalización disimularon detrás de la retórica
del librecomercio, como la quintaesencia de un mundo integrado y pacífico.
Nada
de eso. La violencia que se toma la política y que esgrimen poderosas fuerzas
reaccionarias que se oponen a la democratización de la vida en todo el planeta,
incluyendo al medioambiente, amenaza a la humanidad, utilizando como siempre
chovinismos de la peor calaña, como el sionismo que sigue pulverizando lo poco
que queda de la Franja de Gaza incluso después del pomposo anuncio del plan de
Trump para detener el conflicto; aspirantes a gurú o líder mesiánico televisivo
o economista pop como Milei; neoconservadores y ultrafundamentalistas como Charly
Kirk o José Antonio Kast. Es hora de denunciarlos sin complejos, ni siquiera
concebir que puedan tener una nueva oportunidad como pretenden hacernos creer
las encuestadoras y consultoras sobre la opinión pública cada semana y detenerlos
antes de que destruyan el planeta.