jueves, 2 de mayo de 2019

Venezuela, la izquierda y la lucha por la paz

David Alfaro Siqueiros. Muerte al invasor




El intento reciente de golpe de estado en Venezuela, es parte de una trama caracterizada por la ofensiva de las fuerzas de derecha del continente y su intento por recuperar posiciones en la región.

No les ha sido fácil y el reloj les juega en contra. La "restauración conservadora" tiene sus días contados de no mediar algún hecho inesperado. 


El que los sucesos del 30 de abril no terminaran en una matanza, en ese sentido, demuestra que no es una historia ya escrita y con la irrupción del fascismo como desenlace fatal.

Sin embargo, eso no significa que no pueda ocurrir. La “operación libertad” y su apariencia de ofensiva final no es sino un evento más de la cadena de provocaciones, aunque haya sido quizás más agresiva que las anteriores, para desencadenar una situación  de descontrol y barbarie que justifique la intervención militar de los Estados Unidos. 

Las declaraciones de Pompeo no dejan lugar a dudas al respecto. Si no fuera por la torpeza de los líderes opositores al gobierno del PSUV; esa postura farandulera de asilados con chef y piscina y lo ridículas que resultan por ello proclamas emancipadoras que terminan cómodamente en la embajada de España, esta reciente comedia podría haber terminado en tragedia.

¿De qué depende que ello no pueda ocurrir en el futuro? Primero y sobre todo, de la agresividad, la codicia y ambición política del gobierno de los Estados Unidos. El desenlace de los acontecimientos del 30 de abril, y la consecuente frustración en que terminan para sus cándidos seguidores, por lo demás, solamente radicalizan sus posiciones.

Las derrotas  del imperialismo norteamericano en el frente político y diplomático, a su vez, no hacen otra cosa que exacerbar sus tendencias fascistoides. Obvio, cuando no hay argumentos racionales, ni fundamentos jurídicos o razones morales, la fuerza se impone como un puro hecho que ni siquiera necesita explicación. 

Ésta es reemplazada por fake news difundidas profusamente a velocidad instantánea y a escala planetaria por su omnipotente red de medios.


Pero además, la posibilidad de que haya una intervención militar en Venezuela, depende de lo que haga el campo de los demócratas, las organizaciones sociales y la izquierda del continente.


Líderes como AMLO, Gustavo Petro o Tabaré Vázquez, los partidos comunistas de América, han puesto una cuota importante de decencia en medio del triste espectáculo que han dado gobiernos como el de Argentina y Chile, gobernados por empresarios indignos y que parecen refocilarse en sus esfuerzos por agradar al FMI o al imperialismo norteamericano.

Si ya con ocasión de la intentona golpista anterior, hace solo meses, se puso a prueba la consistencia y capacidad política de este sector , hoy se hacen mas necesarias. Parafraseando a Melanchon,  la democracia y la paz de América y quizás del mundo entero, se juegan hoy en día en Venezuela.  

No se trata solamente de evitar una guerra y asegurar la paz y la democracia en Venezuela y América Latina. Somos protagonistas de una intensa lucha de clases, en que la guerra es solamente "la continuación de la política por otros medios", como le gustaba recordar a Lenin parafraseando a Claussewitz. 

La derecha, las transnacionales y la burguesía criollas están en una tenaz campaña para defender posiciones políticas, económicas y comerciales que les han garantizado insultantes tasas de ganancia bajo el predominio del neoliberalismo en los últimos treinta años. 

Todo ello en connubio con el imperialismo norteamericano que actúa como su cancerbero. Ciertamente, no es el único interesado y quizás por esa razón, la estabilidad de la paz mundial también dependen de lo que acontezca en Venezuela. 

La fragilidad de su hegemonía, sin embargo, queda en evidencia y es precisamente, la que lo arrastra a posiciones fundamentalistas; a conductas políticas radicalizadas y matonescas. El pueblo venezolano y la dirección de la Revolución Bolivariana en ese sentido han dado sobradas muestras de una madurez y responsabilidad política dignas de imitar por todas las fuerzas de izquierda del continente.

La lucha por la Paz  y la Democracia en América Latina y Venezuela es, entonces, un componente esencial de la lucha contra el neoliberalismo, la concentración de la riqueza; la exclusión social; y la violencia. No habrá paz neoliberal. 

La guerra es la expresión más elevada de las formas irracionales de convivencia social que implica y al mismo tiempo, demuestra su fracaso. De manera que la lucha por la Paz, es además por una lucha por formas de convivencia política y social más democráticas, humanas y justas. 



miércoles, 27 de marzo de 2019

El problema son los salarios

Honore Daumier. El carro de tercera clase

Una tendencia global indesmentible de los últimos treinta años , es la caída sostenida de la participación de los salarios en el PIB.  Según los estudios disponibles, se produce desde al menos la década de los 80 del siglo pasado.

Las causas, según estos, son el repliegue del Estado en la economía, la concentración empresarial, la financiarización, el cambio tecnológico y la pérdida de poder de negociación de los sindicatos y en los últimos veinte años, la globalización que motiva el movimiento global de los capitales, buscando mejores condiciones para la inversión -entre ellas, mano de obra barata-.

Esto significa que en las últimas décadas el salario real medio ha crecido sistemáticamente por debajo de la productividad y ello en todas las ramas de la actividad económica.

Esta situación ha sido compensada a través del crédito y el crecimiento de los empleos informales, que es la estrategia a la que recurren los trabajadores para enfrentar la pérdida de puestos de trabajo pero que son consideradas como tales por las encuestas que lo miden.

En el marco de un tipo de capitalismo que transforma todo -incluidos derechos sociales como la educaciòn, la salud y la previsiòn social, incluso el agua- en bienes de consumo, la caída de los salarios se acentúa por la  falta de políticas sociales universales del Estado.

Ello, pues los salarios, ya de por si bajos, se hacen todavía mas insuficientes para adquirirlos, transformándose en una de las fuentes principales de la exclusión y la pobreza.

Resulta aparentemente paradójico cuando la ideología dominante sostiene que es el esfuerzo individual la clave para superar la pobreza y acceder a mejores condiciones de desarrollo social y personal.

Esta apariencia de paradoja solamente expresa una de las "aporías" del sistema, que consiste en concebir el desarrollo y el progreso como el resultado de la competencia aunque la desigualdad sea precisamente una de sus condiciones necesarias.

El problema es que además de ser el causante de la pobreza y la exclusión de amplias capas de la población del consumo de bienes y servicios de calidad, esta precariedad de los salarios que obliga a los trabajadores a recurrir al crédito, genera además dependencia y sometimiento de quienes detentan el poder de otorgarlo.

También de los patrones para imponer condiciones aún más precarias, como nuevas rebajas de salarios; jornadas extralargas; flexibilidad en la asignación de funciones, horarios, vacaciones, etc.

Esta tendencia inherente del sistema al emprobrecimiento de los trabajadores y a la precarización de las condiciones laborales, es adocenado por la reivindicación del "espíritu emprendedor" que se expresa en un crecimiento hipertrofiado de la "informalidad", esto es del empleo sin contrato ni leyes sociales que protejan al trabajador en la vejez o en la enfermedad.

Todo ello, por lo general, es embellecido por  la retórica del "esfuerzo" y el "espíritu de superación". Plataformas del tipo Uber, entrega de comida delivery y otros, sólo ocultan esta pobreza, pérdida de derechos y restricciones a la libertad individual y colectiva.

De hecho, es tan así que los mismos defensores del sistema sostienen, por ejemplo, que el problema del sistema previsional -una de las fuentes principales de generación de pobreza- es la informalidad y los largos períodos de cesantía que le impiden a los trabajadores cotizar regularmente en el sistema de capitalización individual.

La solución que proponen ciertamente no es muy creativa pues generalmente ésta consiste en establecer normas aún más flexibles de trabajo, con el pretexto de no encarecer la contratación y así poder mantener la cesantía a raya y tasas que los entusiastas del sistema se han atrevido a catalogar incluso como "pleno empleo".. 

Absurdo. Se trata de un círculo vicioso o lógico que oculta la resistencia del empresariado criollo a renunciar a las pingües ganancias que el sistema les ha garantizado en los últimos treinta años.

Esta característica singular del neoliberalismo como modo de dominación capitalista ha llevado a la concentración de la riqueza más brutal de la que se tenga registro en la historia. Y es tal que inevitablemente se transforma en capital especulativo. 

El capitalismo ya no genera industria; fuentes de trabajo; desarrollo ni bienestar. Todo lo contrario. El neoliberalismo ha hecho evidente que es el principal obstáculo para lograrlo.

Este círculo lógico es simplemente expresión de la ideología dominante y por muy lógica que ésta sea, no necesariamente tiene que ver con la realidad. Solamente expresa interés de clase y es precisamente una herramienta de lucha con la que las clases dominantes cuentan para defender sus intereses. 

La lucha por mejores salarios por lo tanto no es hoy en día sólo la expresión de un economicismo estrecho y corporativo. Es, debe ser, una centralidad en la lucha contra la desigualdad que está en el corazón del sistema y que es el obstáculo principal para desentrabarlo y comenzar una reforma y democratización efectiva de la sociedad. 



martes, 12 de marzo de 2019

Feminismo y cambio social frente al fascismo

Juan Domingo Dávila,  Stupid as a painter. Melboune 1983


El éxito de la convocatoria a las manifestaciones del 8 de marzo este año, ha sido saludado por todo el mundo, incluido el Presidente de la República que días antes llamaba a no marchar. 

No es para menos. Se trata de la asistencia mas masiva a una manifestación en todo lo que va desde el fin de la dictadura militar hasta el día de hoy.

Unas cuatrocientas mil personas marchando por la Alameda de Santiago y unas ochocientas mil sumando las que lo hicieron en capitales  regionales y ciudades importantes a lo largo de todo el país. 

Se la ve como un hecho extraordinario; como la irrupción de algo inesperado. También -los más autocomplacientes- como una expresión de la modernización de nuestra sociedad o también, como un movimiento de clase media que no cuestiona realmente las bases del modelo. 

Ello, pues efectos del sistema como la discriminación, el abuso y el maltrato; la vulneración de los derechos de la mujer, al respeto, a la autonomía, a la igualdad; a la seguridad para vivir, trabajar y decidir sobre su cuerpo y sus emociones, exacerbados por la mercantilización de la vida social y la cultura, son  invisibles para los liberales y los conservadores que han hegemonizado el régimen político desde el retorno de la democracia.

Por eso su reacción es de perplejidad cuando no de un oportunismo supino.

Pero esa invisibilizaciòn, ese velo ideológico que disimula el malestar social y sus causas más profundas,actúa también sobre los discriminados y discriminadas, los excluidos y explotados del sistema. 

Los hace ver su movilización y sus reivindicaciones como particularidades, como luchas dispersas y pequeñas, independientes unas de otras, en el mejor de los casos coordinables.

El machismo, que es una expresión más del conservadurismo dominante de nuestra cultura y que garantiza el interés particular por sobre el interés social, oculta precisamente esta relación entre la lucha feminista y la lucha por el cambio radical del modelo.

Pero también la relación intrínseca de todas las luchas y reivindicaciones por una vida libre de toda clase de sometimiento, discriminación y explotación. 

Ciertamente también el racismo, la xenofobia, la homo y la transfobia cumplen este papel ideológico de ocultar la relación de los excluidos y su común interés por la transformación social y política.

Son ideologías que transforman la diferencia en una cosa; un conjunto de singularidades, en el mejor de los casos, tolerables u objeto de compasión y en sus versiones más reaccionarias de vigilancia, control y represión. 

Es esa la forma en que los sectores dominantes han resuelto su forma de convivir con la diferencia, tendiendo inevitablemente hacia el fascismo. 

Es cosa de ver los acontecimientos recientes de Brasil, desde el asesinato de Marielle Franco a las primeras medidas de la administración de Bolsonaro; o la situación de la población latina y afrodescendiente en los EEUU tras la asunción de Trump.

La dispersión de las luchas de todos los excluidos y marginados; la naturalización y la atribución de una presunta exclusividad a cada manifestación de la ideología dominante como si fuera la más auténtica, sólo le facilitan la tarea y reproducen las mismas condiciones de exclusión, dominación y abuso que combaten. 












jueves, 7 de marzo de 2019

Lo que deja venezuela


David Alfaro Siqueiros. Muerte al invasor

El intento de golpe de estado en Venezuela y la posibilidad de una intervención militar de los Estados Unidos en ese país, es parte de una trama caracterizada por la ofensiva y la recuperación de las fuerzas de derecha del continente.

El que no se hicieran efectivas, afortunadamente, demuestra que no es una historia ya escrita y con un triunfo de la reacción como desenlace fatal. Sin embargo, eso no significa que no pueda ocurrir.

¿De qué depende? Primero y sobre todo, de la agresividad, la codicia y ambición política del gobierno de los Estados Unidos.

Ya lo han demostrado en todas sus intervenciones militares anteriores. Que todas sus mentiras ni siquiera sean consideradas como una posibilidad razonable por el resto de los gobiernos del mundo –exceptuando a sus títeres y secundones-, y que queden en evidencia después de haber arrasado países y pueblos enteros, como fue en Afganistán e Irak o Siria recientemente, no ha sido obstáculo para realizarlas.

Sus derrotas en el frente político y diplomático no hacen otra cosa que exacerbar sus tendencias fascistoides. Obvio, cuando no hay argumentos racionales, ni fundamentos jurídicos o razones morales, la fuerza se impone como un puro hecho que ni siquiera necesita explicación.

Pero además, la posibilidad de que haya golpes de estado o una intervención militar en América del Sur, depende de lo que haga el campo de los demócratas, las organizaciones sociales y la izquierda del continente.

Lamentablemente, su respuesta –salvo honrosas excepciones- ha sido tibia. Es cosa de leer las declaraciones de importantes dirigentes de  partidos socialdemócratas de Chile, como el PPD, algunos de los que conforman el FA o el PS, para comprobarlo. 

Ni una sola condena a la política belicista ni a la injerencia de los Estados Unidos en los asuntos latinoamericanos, salvo las que van precedidas de una larga explicación tendiente a comprobar que no por eso se es aliado de la “dictadura” de Maduro o consideraciones acerca de los principios de la diplomacia de una dudosa objetividad.

Afortunadamente, líderes como AMLO, Gustavo Petro o Tabaré Vázquez, han puesto una cuota importante de decencia en el debate y especialmente, han intervenido de una manera que ha aportado a la resistencia a las políticas injerencistas de los “halcones” de Washington.

Precisamente, porque se han involucrado en la contradicción principal que estremece al continente, que es la que hay entre la democracia y el sometimiento de nuestros países a intereses extranjeros, entre la soberanía y el imperialismo, en lugar de entretenerse en juegos de palabras y elucubraciones teóricas. 

Y en ese fárrago doctrinario que combina presuntos principios morales con teorìas sobre la globalizaciòn y el reacomodo del orden mundial, se olvida lo esencial, que es la confrontaciòn entre las clases sociales y el papel principal que el imperialismo -palabra aparentemente pasada de moda pero que en las ùltimas semanas ha recuperado incluso legitimidad acadèmica- tiene en ella. 

Ni siquiera hay que ser de izquierda para comprenderlo y asumirlo. Las tendencias latinoamericanistas, populistas y reformistas de todo el continente durante el siglo XX lo hicieron muy bien. 

Y probablemente, podrìamos decir que el diálogo con el marxismo, expresado en la unidad de fuerzas de izquierda diversas -leninistas, trotskystas, indigenistas, del sindicalismo, el movimiento campesino y en la década del ochenta, incluyendo a cristianos, movimientos barriales y poblacionales en todo el continente, demuestra que es la clave de su comprensión y la realización práctica de una política autènticamente democrática y progresista.



viernes, 8 de febrero de 2019

Como siempre, No pasarán!

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Francisco Goya. El coloso



Las últimas semanas, el acontecimiento político más importante y que ha ocupado a la opinión pública mundial es el intento de golpe de estado en Venezuela. La trama ha sido más o menos la siguiente.

Primero, desconocimiento anticipado de las elecciones presidenciales en ese país y consecuentemente, del presidente electo, compañero Nicolás Maduro Moros, incluso antes de que asumiera. Esto es algo inédito en la historia aunque muy similar a la derrota del PT en las elecciones presidenciales en Brasil. Profecías autocumplidas de las derechas criollas, los medios y el imperialismo.

Reconocimiento de la Asamblea Nacional, de mayoría opositora, por contraposición a la Asamblea Constituyente, de mayoría chavista por parte de varios países empezando obviamente por los Estados Unidos. 

Luego, autoproclamación de un diputado opositor como presidente “encargado” y reconocimiento de éste como legítimo Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, por parte del imperialismo y sus países aliados –y vasallos.

Una suerte de versión posmoderna de la “dualidad de poder” de la que hablaba Trotsky a comienzos del siglo XX para referirse a las condiciones del triunfo bolchevique en la Rusia zarista. Pero como las masas no son protagonistas de esta dualidad –a menos que consideráramos como tales a las guarimbas fascistas- sino dos poderes del Estado y en este caso, el “cuarto poder”, como llamaba Ruy Mauro Marini en los ochenta a las FFAA están del lado de la revolución, se impone la necesidad de una intervención militar.

Para eso anuncia el envío de “ayuda humanitaria”, a través del gobierno del Presidente encargado ignorando a las Naciones Unidas y todo el sistema de relaciones internacionales; se mantienen las delegaciones diplomáticas de los países que lo reconocen aún cuando incluso Caracas rompiera relaciones con ellos, etc. Es decir, se usa toda clase de provocaciones para encontrar un pretexto, una coyuntura propicia para la intervención militar.

Todo esto ha sido tan evidente y sin disimulos que no vale la pena insistir en ello. Sin embargo, ha habido muchas declaraciones y opiniones al respecto, las que se podrían exponer como sigue: los que saludan la autoproclamación de Gauidó y las amenazas de intervención. 

Los que no están “ni con unos ni con otros” –una versión diferente de la concepción liberal de la libertad como posibilidad- y quieren una solución dialogada de la crisis. Y los que estamos con Maduro y la revolución bolivariana y contra la invasión yanqui de Venezuela.

Aparentemente, para el imperialismo y para la izquierda el asunto es claro. Se ha hablado con insistencia del petróleo y las enormes riquezas de Venezuela como motivación principal para la grotesca farsa. Es indudable. Pero el asunto es todavía más grave, pues se trata para el Gobierno de los Estados Unidos, de la recuperación de su “patio trasero” y la consolidación de su hegemonía en la región, que es su retaguardia estratégica en el escenario de disputas con otras potencias mundiales. Acá tiene abundante mano de obra, recursos y un gigantesco mercado.

Para nosotros, la izquierda, obviamente significa defender la escuálida autonomía que tenemos como continente; lo poco de soberanía que nos queda.


Sin embargo, para cierta izquierda se trata de una contradicción que por décadas movilizó sus esfuerzos y que explica su política frente a los acontecimientos recientes. Se trata de la contradicción entre autoritarismo y progresismo. Y en esa configuración tan etérea las determinaciones que los caracterizan se distribuyen por igual entre los términos en disputa sin encontrar nunca un punto en que se fije la contradicción.

Así se habló por ejemplo por mucho tiempo de la “derecha democrática”; de los liberales sociales y los neoliberales; etc. Y en esa arrogancia tan clasemediera del que como decía Gramsci “logró arrebatarle una licenciatura a la desidia de sus maestros”, todo lo que toma posición y la sostiene es motejado de dogmático; retrógrado; maniqueo.

De lo que se trata es que el imperialismo quiere dar un golpe mortal a todos los movimientos sociales; partidos de izquierda; los pocos gobiernos progresistas que quedan en la región y también a los sectores de centro que no se pongan a disposición de su política –para lo cual hasta ahora ha contado con la candidez de los librepensadores de todos los colores-.

Para eso tiene que destruir-como de hecho ha sido- la legalidad internacional; las reglas más básicas de la diplomacia y el sistema de regulación de conflictos bélicos. Lo mismo ha hecho Trump en su propio país desde que asumió.

Algo muy similar a lo que hizo Hitler a mediados del siglo XX. Esto es el fascismo sin tapujos ni disimulos de ninguna especie.  Y ese es el problema que tanto la izquierda como la humanidad tienen al frente. 

Como se ha dicho muchas veces, para eso cuenta, ha contado, con la maquinaria más enorme y sofisticada en la historia de manipulación psicológica de masas. La transmisión por TV de la Guerra del Golfo, a estas alturas, parece una película en blanco y negro de la Segunda Guerra. 


Ahora los medios han sido una parte fundamental de la guerra.
Ahora bien, el triunfo del fascismo en América Latina nuevamente –lo que sería una versión remasterizada y recargada de lo que fue en el siglo XX- no es una fatalidad inevitable. Pero se requiere voluntad, convicción y claridad política para enfrentarlo. Churchill y De Gaulle, siendo todo lo conservadores que eran, no se confundieron –como sí lo han hecho muchos estos días- para tomar  posición frente al fascismo. 

Bertrand Russell y Albert Einstein, pese a no ser de izquierda ni antiimperialistas, fueron implacables activistas por el desarme, la paz mundial y contra las guerras de intervención.

Porque incluso es una cuestión de sentido común, en el que la retórica pseudoteórica resulta ridícula.

Si para algo ha de servir esta coyuntura, es precisamente para poner un límite entre el fascismo y la democracia y quienes pretenden ponerse en medio van a ser barridos por las circunstancias y seguramente lo lamentarán cuando tengamos bases militares yanquis en nuestro territorio.

Y por otra parte, y quizás el elemento ausente en nuestro país hasta ahora, para nuclear a la izquierda, apurar los procesos de convergencia de un sector político que se encuentra distribuido por todo el país y que cruza a la sociedad entera.

Se trata de movimientos sociales y activistas de diversas causas; militantes de diferentes partidos políticos; gente de diversas generaciones, género y orientación sexual pero que comparten algo profundo y poderoso: su aspiración a una sociedad que supere la división de los hombres en clases sociales y en que el producto del esfuerzo y la inteligencia de la humanidad y la naturaleza se la apropian algunos, como recientemente hemos visto ´por los medios en el grotesco incidente del presidente de GASCO expulsando de una playa a un grupo de mujeres.

Hoy es la defensa de Venezuela y del gobierno del Presidente Maduro como ayer la defensa de la revolución sandinista frente a la agresión siniestra y alevosa de la contra y antes también la lucha contra Pinochet, Videla, Stroessner y tantos otros.

La lucha contra la intervención imperialista en Venezuela  no es para quienes tomamos partido, una lucha por la defensa de unos principios abstractos. Es una lucha por la defensa de  soberanía y la autodeterminación de nuestros pueblos, única posibilidad de emprender el camino a una sociedad mejor. Ya lo hemos vivido antes, con el fascismo impuesto y dominando sin contrapesos, es si no imposible, un camino más doloroso y con un costo inexcusable para nuestro pueblo.



viernes, 4 de enero de 2019

De la democracia de los acuerdos al punto de no retorno

Antonio Berni. Manifestación, 1934



El año 2011 representa el inicio de algo distinto en la política chilena. Se habló a partir de entonces de "el nuevo ciclo".

La protesta social de ese año, abrió una grieta en el opaco paisaje de la democracia de los acuerdos, para producir las reformas por largos años postergadas -en la educación, en legislación laboral, la previsión, en el sistema político- . 

El gobierno de la Presidenta Bachelet, entonces, comenzó una obra reformista que se propuso realizar ciertas regulaciones que morigeraran la desigualdad y generaran las bases para comenzar a desentrabar la transformación definitiva de un modelo neoliberal enchulado durante el período conocido como de "transición". 

Esto sin embargo, no era compartido ni siquiera por toda la alianza de gobierno y ello se expresó en la coalición, tanto como en su gabinete, en el Parlamento y finalmente, en el variado repertorio de candidaturas del sector en las elecciones presidenciales y parlamentarias del 2017. 

La derecha, en cambio, actuó desde el inicio de este nuevo ciclo con una claridad de propósito y una disciplina notables, usando su poderosa batería de medios de comunicación con objeto de confundir, tergiversar y desinformar acerca del programa de gobierno y sus reales alcances.

Esto con el propósito de exacerbar las diferencias -y no solamente las del ala derecha de la NM sino también las que sostenían sus "insuficiencias" y conservadurismo-. 

También usó las encuestas y la difusión de sus resultados, como una herramienta de lucha política sumamente eficaz. 

Ello terminó por provocar una sensación de incertidumbre; sembrar el desaliento, la confusión y el miedo generando una opinión pública voluble y temerosa, muy receptiva a los discursos facilones y las explicaciones emocionales.

Las permanentes salidas de madre del pinochetismo; de la beatería pentecostal y el militarismo involucrado en los crímenes de la dictadura -todo ello matizado con la opinología liberal adulada por el periodismo bienpensante- nunca fueron exhabruptos o reacciones destempladas. 

Su objetivo era golpear a la temerosa clase media hasta convertirla en una corriente de opinión dúctil.

El uso majadero de la entusiasta y lamentable metáfora de la retroexcavadora, seguida de todo el repertorio de mentiras, frases grandilocuentes, anticomunismo y pechoñería decimonónica de la derecha fueron a su vez logrando señalar claramente un límite entre "ellos" y "nosotros".

Un poco burdo tal vez pero con los resultados a la vista, se podría decir que muy efectivo. La política de la derecha, se basó en la defensa -sin complejos- del repertorio más retrógrado de temores, prejuicios raciales, de clase, religiosos y sexistas de nuestra sociedad. 

En la afirmación dogmática de las virtudes del mercado y la competencia como fuentes de satisfacción y bienestar; en el conservadurismo político y la defensa del statu quo a todo evento. En la legitimación de la sobreexplotación del trabajo disfrazada como esfuerzo y espíritu de superación.

Es el resultado de casi treinta años de asimilación de las conciencias con el orden de cosas vigente, expresado en la conocida frase "...si total, mañana tengo que ir a trabajar igual...", usada para expresar la indiferencia ciudadana frente a los asuntos políticos. 

Es el sentido común que explota la ultraderecha y que en el siglo XX explica las condiciones culturales e ideológicas de surgimiento del fascismo. 

En la actualidad, la incapacidad de reflexionar heredada de una democracia donde el consenso reemplazó el debate. Donde el derecho y la ideología jurídica ocupan el lugar de la justicia y la política; la posibilidad, el de la libertad y la economía neoliberal, el de todas las anteriores o a lo menos, el de su último fundamento. 

Se podría señalar al TC como una síntesis de todas estas taras y sus fallos frente a cada requerimiento de la derecha para corregir cualquier ley aprobada en el Parlamento y que confirma su incapacidad política, como un refuerzo de este "sentido común", que no es otra cosa que la ideología dominante. 

Inevitablemente, esta asimilación -esta "detención del pensar"-  ha ido abriendo paso a la ultraderecha. El liberalismo en sus diferentes versiones abre paso a la "locura política" provocando, pese a eso, el escándalo de sus más entusiastas promotores. 

El problema es que ya no hay consenso posible que lo pueda evitar. Eso, excepto que se construya en torno a una democratización efectiva del sistema político y de la sociedad. 

En una revalorización del trabajo y los derechos de los trabajadores en su más amplio sentido, precisamente porque el uso y abuso del resbaloso concepto "clase media" da cuenta de su desaparición en el mercado y su proscripción en el lenguaje, ambos características de la ideología dominante.  

Es el esfuerzo que realiza actualmente la izquierda en todo el mundo. Esfuerzo que pasa por recuperar la capacidad de proponer otros mundos posibles frente a la catástrofe humanitaria a la que ha llevado el planeta el neoliberalismo y ante la cual su única respuesta es profundizar todavía más sus fundamentos. 

También por la unidad de todas las fuerzas progresistas y de la izquierda, en particular. 

Pero esa unidad no es solamente comunidad de propósito en la coyuntura. Pasa también por la definición de una vocación de cambio estructural, de compromiso con el socialismo y las luchas de liberación, contra la guerra y el armamentismo en todo el mundo.

También es disciplina y compromiso con el cumplimiento de los acuerdos. Consecuencia política; capacidad de renunciar a parte de la propia libertad o interés particular, en función de un objetivo histórico de masas. 
















lunes, 24 de diciembre de 2018

El riesgo de la ultraderecha


Otto Dix. Memoria del salón de los espejos en Bruselas . 1920



Tal como pasó el 2011 en su primer mandato, Piñera se tiene que hacer cargo nuevamente del malestar social que provocan las políticas neoliberales en todo orden de cosas. 

El 2011, luego de un año de pujos y un largo paréntesis impuesto por el terremoto de febrero, dicho malestar empezó a expresarse en Magallanes por el alza del precio del gas. Luego, por la construcción de las centrales hidroeléctricas en Aysen y finalmente por la movilización estudiantil que se extendió prácticamente por todo el año.

Si algo ha caracterizado el 2018, en cambio, ha sido el protagonismo adquirido por el Tribunal Constitucional para conseguir aquello para lo que la derecha en el Parlamento fue incapaz en el período presidencial anterior. También, por los escándalos de corrupción en que se han visto involucradas las FFAA y carabineros y en menor medida por los enredos en la Contraloría General de la República.

Es decir, por las contradicciones que cruzan a nuestra institucionalidad y sus protagonistas; por la oscura trama de acuerdos y desacuerdos entre civiles y militares, entre políticos de derecha y de centro que le dieron origen hace casi treinta años y sus límites para contener y procesar ese malestar.

El alevoso crimen del comunero mapuche Camilo Catrillanca y la desenfrenada sucesión de intrigas, manipulación mediática y mentiras de la derecha y el Gobierno para explicarlo primero, justificarlo y posteriormente eludir sus responsabilidades políticas, fue el detonante de una crisis que todavía no concluye.

Los primeros chivos expiatorios, fueron los mandos de Carabineros de la zona del crimen y luego el tozudo y tristemente célebre intendente Luis Mayol, primer difusor de la torpe teoría del robo de autos.

Luego el General Director de Carabineros, Hermes Soto, quien había sido ungido como tal luego de los escándalos de dineros malversados por otros oficiales de su institución.

Le pasó como al Chavo del Ocho. Cuando todas las autoridades –no sólo él- habían participado de esta sórdida trama y en medio del cotilleo  de recriminaciones mutuas; explicaciones inconsistentes y estridentes declaraciones, el primero a quien se sindica como incapaz y responsable de tanto abuso, es él y sin más trámite, se le pide la renuncia a meses de su nombramiento.

Sin embargo, nada parece detener el aluvión. Después de la interpelación al ministro Chadwik, y del conocimiento público de los videos del asesinato -los que habían sido negados sistemáticamente por Carabineros y el Gobierno-, es posible que haya una acusación constitucional. Si no es así pese a lo contundente de las pruebas, es solamente porque la oposición no logra ponerse de acuerdo en ello. 

Probablemente, pues la crisis desatada por el asesinato de Camilo Catrillanca, ha dejado en evidencia lo mismo que los fallos del Tribunal Constitucional. El carácter de la institucionalidad y del Estado; la corrupción y la trama de negociaciones y acuerdos en que se funda, y que a estas alturas, resultan para muchos difíciles de explicar, sin que ello implique necesariamente realizar profundas transformaciones de las que tal vez no están convencidos. 

En el caso de la derecha, la razón es evidente. Pero eso no obsta también a que comiencen a manifestarse con fuerza los efectos de esta crisis. El entuerto de la UDI después de sus elecciones internas, es una expresión y evidentemente, ante el riesgo de una reforma demasiado profunda e inmanejable, buscar un punto de reagrupamiento en torno a los dogmas más retrógrados que le otorgan identidad, resulta una opción razonable. 

La bolsonarización del sector, en todo caso, no es un atributo exclusivo de la UDI. De hecho el Presidente de RN Mario Desbrdes se ha manifestado muy bien dispuesto a apoyar a José A. Kast si este llegara a ser candidato de la derecha en las próximas elecciones presidenciales y en una actitud realmente bochornosa que lo retrata de cuerpo entero a él y su partido, Felipe Kast reconoce haber mentido en el caso Catrillanca, disimulando su solidaridad de clase con el crimen, diciendo que fue engañado. Esa explicación obviamente no se la cree nadie. 

La crisis que se manifiesta en los acontecimientos de las últimas semanas, demuestra solamente lo antidemocrático de nuestra institucionalidad política; la corrupción en que se funda y que ha penetrado todos sus espacios; el copamiento de sus instituciones por lo más granado del pensamiento conservador. El escamoteo de la soberanía popular y la disposición servil del sistema a intereses de clase que son los mismos contra se rebelaba la sociedad el 2011. 

La connivencia de autoritarismo y liberalismo en que se funda el sistema es indisimulable. Es lo que hace posible precisamente esta regresión autoritaria y que la irrupción del malestar en lugar de abrir paso a la democratización de la sociedad, lo haga a personajes como Kast o que alguien tan intrascendente y de pocas luces como la diputada Flores de RN o el UDI Ignacio Urrutia, tengan tribuna en la prensa y las redes sociales. 

A falta de argumentos e incluso fundamentos racionales que la sostengan, esta  regresión autoritaria se funda en el prejuicio, la descalificación; la tergiversación y el miedo. Precisamente lo que define al fascismo. 

Pero también en la ausencia de ideas y proyectos de sociedad; la naturalización de los fenómenos sociales y la estetización de la diferencia, todas concepciones que terminan transformándose en conductas de la oposición y de la centroizquierda que facilitan las cosas a la ultraderecha.