martes, 15 de julio de 2014

El segundo tiempo



El segundo tiempo o el riesgo de la profecía autocumplida

Ben Shahn. La pasión de Sacco y Vanzetti



Una vez cumplido el plazo de cien días autoimpuesto para llevar a cabo las primeras cincuenta medidas de su programa, comienza la etapa de despliegue de una nueva manera de ejercer el gobierno. Los primeros cien días estuvieron marcados por el impulso inicial de su agenda. 

Se instalan, además, los temas laborales, entre ellos, el multirut, algunos puntos del código del trabajo y al sistema previsional concluyendo con el acuerdo por el salario mínimo entre la CUT y el gobierno. Del mismo modo, la discusión acerca de la reforma al sistema electoral binominal, empieza a ocupar un lugar cada vez más destacado y hasta la UDI, el cancerbero de la institucionalidad pinochetista, se ve en la obligación de entrar al ruedo. 

Incipientes movilizaciones lo caracterizaron también. En éstas se confunden expresiones de protesta contra el modelo, motivadas por los efectos que ha tenido en cuanto a desigualdad, deterioro de los servicios, exclusión, autoritarismo, mercantilización de la vida social, con reivindicaciones específicas. Todo ello, favorecido por unas expectativas de cambios efectivos y apertura política, producto de la derrota de la derecha en las elecciones, el programa del gobierno electo y la legitimidad del movimiento social y la lucha de masas como parte del ejercicio de la democracia.  

Todo esto hace que la situación nacional sea muy diferente a los últimos diez años del siglo pasado y los primeros diez del presente. Obviamente, esta nueva situación, aún sin ser la caída definitiva del modelo –como augurara optimistamente un conocido sociólogo el 2011- impone nuevas tareas al sistema político y a la sociedad civil. 

Como era de suponer, esto motiva la reacción de la derecha y los empresarios, los que usan toda su potente red de medios de comunicación, para desacreditar las reformas impulsadas por el nuevo gobierno y la coalición que lo apoya. 

A partir de ahora, a la fuerza y empuje del gobierno en estos primeros cien días, los sectores conservadores le oponen una reacción más inteligente que es una mezcla de intransigencia en la defensa de principios del modelo y búsqueda de acuerdos en torno a cuestiones muy precisas del programa. 

Buscar los intersticios, las  coyunturas y actuar sobre ellas, machacando majaderamente hasta conseguir una inflexión. En este sentido, la reedición de la política de los consensos, como muchos han temido que suceda en el futuro, depende de varios  factores. 

En primer lugar, la unidad de la Nueva Mayoría. El eje de dicha unidad, como lo han repetido  muchos dirigentes de los partidos oficialistas, es el programa comprometido con la ciudadanía. No más que eso. Ni menos tampoco. Pero evidentemente, el programa es la expresión de las capacidades del movimiento social y de los partidos políticos que lo conforman para darles una orientación.

Es precisamente en las fracturas de la coalición y aunque de otro modo, también de esta con la sociedad civil, que la derecha y el empresariado actúan buscando llevar agua a su molino. Una fórmula antiquísima de hacer política y respecto de la cual no hay más antídoto que la unidad. 

Observar cómo se resuelva esta situación es adoptar una posición política bastante cómoda y por supuesto muy conservadora, que de pasada le da una aire de superioridad moral a quien observa para poder decir luego, “…echo de menos que la Nueva Mayoría no adopte una posición más rupturista y de cambio más radical…”Cuando no para acusarla luego de traicionar al movimiento social. 

Por esta razón, un entendimiento de todos los sectores de izquierda y que fueron opositores a Piñera, tanto dentro como fuera de la Nueva Mayoría, es urgente y necesario. No se trata solamente de reeditar, como ha sido sugerido últimamente, el arco de fuerzas políticas que derrotaron a Pinochet en el plebiscito. Han pasado ya casi treinta años desde entonces y la realidad nacional ha cambiado lo suficiente como para que el sistema de partidos y las coaliciones que le dan forma, expresen estos cambios. 

En tercer lugar, un despliegue mayor en el movimiento social y una relación de este con el gobierno, de nuevo tipo. En este sentido, llegó la hora probablemente, de que los partidos y colectivos políticos actúen sin tantos complejos trabajando por el desarrollo de las organizaciones sociales, respetando su autonomía –que por lo demás, no se resuelve en sus estatutos ni en las declaraciones de principios de las organizaciones políticas-, sin renunciar a su derecho y su responsabilidad de proponer horizontes de cambio global.

Un movimiento social que lucha por sus reivindicaciones, que exige el cumplimiento de las promesas de campaña y que también se moviliza para respaldar la acción del gobierno, es también un movimiento de nuevo tipo del que debe hacerse cargo el progresismo. 

Las reformas políticas, asimismo, se hacen cada vez más urgentes porque la institucionalidad pinochetista se encarga de ahogar y contener la democracia perjudicando de pasada a todo el espectro político. En efecto, por una parte limita la competencia, el surgimiento de nuevos partidos; amputa brutalmente su representatividad e induce artificialmente, instrumentalmente, el entendimiento entre sectores muy diferentes. 

En resumidas cuentas, la reedición de la política de los consensos no depende única y exclusivamente de las intenciones y capacidad de los sectores conservadores que en los veinte o veinticinco años anteriores, hegemonizaron el sistema político. Hay nuevas realidades que dificultan que esto suceda; cambios en la composición  de las coaliciones; un movimiento social más activo; nuevos liderazgos a nivel político que han surgido de éste; un recambio generacional; etc.

Pero eso no quiere decir que no pueda suceder. Como todo en la historia y la política, eso depende de la acción; de la práctica de todos y todas quienes están comprometidos con la democracia,  la justicia social, sea desde el movimiento social o las organizaciones políticas.



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