jueves, 1 de octubre de 2015

La política y la actualidad del leninismo



Moisés. Rembrandt Van Rijn


La política consiste en la confrontación de fuerzas de clase contrapuestas. Se trata de un fenómeno que cruza a toda la sociedad, que es complejo y permanente.

Dicha confrontación puede estar motivada por razones de distinta índole, como unas diversas concepciones del Estado y el régimen político; doctrinarias e ideológicas o morales como las que explican en parte las políticas educacionales o las de salud reproductiva; también por la repartición de los beneficios de la producción y el crecimiento económico así como su relación con el medioambiente y la tecnología, que están a la base de las reformas tributarias, laborales, las leyes de presupuesto, etc.

En este sentido, prácticamente todo es un problema político. Y la lucha de clases por esta razón no es el enfrentamiento de dos clases puras, sino una contradicción determinada que va generando contradicciones más complejas, determinaciones concretas de lo real y que explican que esté cambiando permanentemente.

Porque toda la sociedad es una suerte de campo de “operaciones”, de movimientos de fuerzas que se oponen; que en otras oportunidades colaboran, se alían y luego se separan.

En este sentido, resulta evidente que la red de conflictos y contradicciones que cruzan a cualquier sociedad es muy diversa. Salvo en los regímenes dictatoriales, y ni siquiera eso, la política es sumamente compleja. Las visiones maniqueas de la sociedad, de la lucha de clases y la política, tienden a borrar esta complejidad y a convertirla en un asunto de principios, inspirado más bien en una suerte de máxima guiada por el “deber ser”, propia de un idealismo objetivo más que de una visión histórica, la que aísla irremediablemente a quienes las sostienen en pequeñas sectas fundamentalistas sin ninguna incidencia en el devenir de los acontecimientos.

Tal como Lenin recuerda la frase del Fausto de Goethe, “gris es el árbol de toda teoría y verde el árbol de oro de la vida”, la política es precisamente un asunto que aún  encontrando explicaciones y fundamento en ciertos principios de orden general, es siempre concreta, contingente, actual y sobre todo compleja.

No es la confirmación de normas de carácter general, sino por el contrario, la manifestación de la excepción, el momento de quiebre de la regularidad. Es lo que sostiene el Che en su artículo “Cuba, excepción histórica o vanguardia en la lucha anticolonialista”; lo que le reprocha Marcuse a Karl Popper sobre su noción del historicismo y lo que, contrariamente a lo que sostienen las versiones vulgares, afirma el leninismo.

El cambio no es el producto de la confirmación de la norma, sino al contrario de su excepción, la que además es producto de la acción consciente, intencionada de una voluntad histórica, de una “subjetividad”. Va más allá de lo inmediatamente dado y apela precisamente a una sociedad que trasciende lo actualmente existente.

Entonces, además de un concepto de lo real, es también una teoría del cambio político entendido como el resultado de la acción de una voluntad consciente, de una subjetividad que actúa y es capaz de incidir de manera determinante en las condiciones comúnmente denominadas “objetivas”, ello suponiendo que la acción política no fuera también “objetiva” ni tuviera una existencia real y fuera sólo expresión de unos valores y principios matafísicos.

No. Sólo para el evolucionismo, las concepciones positivistas, naturalistas y que hasta en algunos casos se podrían tildar de “ingenuas”, los acontecimientos son el resultado de condiciones inmodificables, “estructurales”, “ya dadas”, anteriores a la acción teórica y práctica de los seres humanos.
 
De ser así, no es concebible el cambio histórico y hasta la democracia misma sería innecesaria en tanto la sociedad se va acomodando naturalmente en función de esas leyes históricas inmodificables, objetivas y permanentes. Es lo que termina justificando visiones totalitarias y antidemocráticas y que no dan cuenta de la sociedad real.

Es el punto de vista que sostuvo Fukuyama tras la caída del Muro de Berlín en 1989, y que hasta el día de hoy postula un neoliberalismo agónico y que explica la posición que el Comandante Fidel Castro sostuviera a lo largo de todos los años noventa del siglo pasado señalando como contradicción principal del período, la existente entre neoliberalismo y democracia, contradicción que se sigue manifestando en la actualidad en todo el mundo y probablemente con más radicalidad que entonces.

De esa manera, la “utopía” en los proyectos de cambio político y social, para el leninismo ocupa un lugar primordial; ciertamente el realismo, la consideración de lo contingente, de lo complejo son uno de los rasgos fundamentales del leninismo, pero el utopismo, la apelación a una nueva sociedad, es también uno de sus rasgos esenciales y no uno que esté en contradicción con aquel sino que actúa en la  fractura, en lo complejo, dando origen a lo nuevo, lo inesperado, lo improbable, como explicación del cambio.

Principio, que fue reemplazado por las éticas de la responsabilidad, propias de la renovación socialista de los tiempos de la denominada “transición a la democracia” y que intentaban acomodar, inúltimente, los idearios de cambio radical al predominio del libremercado y la globalización como si fueran el límite de la historia humana.





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