sábado, 10 de octubre de 2015

El leninismo y la actualidad





Pieter Brueghel. La parábola de los ciegos
 

La distancia entre las transformaciones de fondo que el país necesita para ser efectivamente un país democrático y las reformas actuales es, ciertamente, considerable.

Oponerse a ellas porque no se plantean cambios estructurales, soluciones definitivas al carácter clasista y antidemocrático del modelo neoliberal, es casi lo mismo que dejar las cosas exactamente donde están, a la espera de que alguien las realice o en el mejor de los casos, de que las circunstancias cambien, para hacerlo.

Es la posición de quienes ven la realidad desde la doctrina, o una moral que no se compromete con los acontecimientos actuales y se dedica a pontificar sobre lo que los demás hacen o dejaron de hacer.

Otro argumento que se viene escuchando desde que fuera electa la presidenta Bachelet e incluso desde que surgió la Nueva Mayoría en las postrimerías del gobierno de Piñera, son las diferencias que existen entre los partidos que la conforman.

En efecto, en la Nueva Mayoría confluyen partidos que estuvieron en posiciones antagónicas bajo las administraciones de la Concertación e incluso es expresión de las diferencias que en su interior se manifestaban. En ella confluyen liberales, cristianos, racionalistas laicos y comunistas.

La hegemonía de la Concertación estaba en manos del liberalismo y sectores conservadores de raíz católica que desde que ganó Piñera el 17 de enero del 2010, postulaban el consenso con la nueva administración, tal como lo habían hecho mientras fueron gobierno; pero ello se enfrentó inevitablemente con la protesta social frente a los intentos del gobierno de la derecha de consolidar el modelo que le había heredado y profundizarlo, en ciertos aspectos.

Movilización contra los proyectos energéticos que el empresariado venía exigiendo como las termoeléctricas en el norte o el proyecto Hidroaysén; contra las privatizaciones de empresas del Estado, como ENAP, sanitarias y eléctricas –como EDELNOR- y hasta CODELCO; concesiones hospitalarias y privatización de la educación e introducción de la flexibilidad, en el ya desregulado mercado laboral.

De esa manera, dicha hegemonía liberal, promotora entusiasta de la política del consenso y que era rechazada –intuitivamente, por cierto- en las calles como responsable de esa pérdida de derechos fundamentales, fue desplazada de esa posición en el transcurso de la administración derechista, dando origen a la Nueva Mayoría.

Sin embargo, a esta amplia convergencia opositora al gobierno de la alianza, no le corresponde uno similar en el caso de la izquierda, que desde fines de la dictadura había sufrido un proceso de dispersión de sus vertientes históricas. Tendencia confirmada con el ingreso del PS a la Concertación y como efecto del sistema electoral binominal, que el partido PAIS hubiese quedado excluido del Congreso en la primera elección parlamentaria a fines de la dictadura, lo que en los hechos significaba la exclusión del Partido Comunista y otras pequeñas agrupaciones, como el MIR o la IC.

Entonces, las diferencias al interior de la Nueva Mayoría son realmente expresión de la dispersión de los sectores de izquierda y progresistas, contrarios al modelo neoliberal y que vienen reclamando una efectiva democratización del país, incluso desde los años noventa del siglo pasado, tanto entre los que eran denominados entonces “izquierda extraparlamentaria”, como de quienes estaban en una posición subordinada al interior de la Concertación.

La pregunta que, por lo tanto, corresponde sería ¿con quién o quiénes se podrían haber hecho estas reformas, considerando esta dispersión y diferencias en el campo de la izquierda?

Esperar que todos tuvieran una misma política, para enfrentar este proceso de cambios que el país está viviendo, sería haber asumido este estado de fragmentación política y social, como un orden de cosas natural e inmodificable.  Y de esa manera, haber inmovilizado a la sociedad. Precisamente lo contrario de lo que el momento actual reclama de la izquierda.

Es una actitud conservadora, reformista, que se inhibe de actuar, que no arriesga, pues no se propone incidir en la realidad sino acomodar su actuación a estas condiciones asumidas como “naturales”, no el producto de circunstancias históricas, el resultado de las luchas y la acción práctica de las clases sociales.

De esa manera, ser de izquierda comporta un posicionamiento frente a la totalidad: consiste en tener un propósito, actuar motivado por un posicionamiento frente a la contradicción de clase fundamental que cruza a toda la sociedad y tomar una posición respecto del conjunto de contradicciones que se manifiestan en ella, incluida aquella que existe entre la voluntad y lo real, entre lo objetivo y lo subjetivo, entre la doctrina y la experiencia práctica del movimiento social.

Ser de izquierda -es más, ser revolucionario- consiste exactamente en eso. En asumir a la sociedad en permanente oposición y movimiento y a su concepción de lo real, siempre en su carácter concreto, esto es determinado por esas mismas contradicciones. En su condición histórica, cambiante y provisional. Este punto de vista, característico del leninismo, es especialmente importante en condiciones políticas e históricas como la actual en nuestro país.

 

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