jueves, 6 de octubre de 2016

La cultura dominante y la lucha política





Hieronymus Bosch, El jardín de las delicias

En la cultura es donde radica, hoy por hoy, el mecanismo más poderoso del sistema dominante para impedir su reforma.

Dicha cultura se manifiesta a través del individualismo, que es una de las características más importantes del liberalismo imperante desde los años noventa. 

En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, el apoliticismo; la búsqueda de la satisfacción inmediata a partir de la iniciativa individual, nunca colectiva. 

Aun planteándose problemas compartidos por cientos y miles de individuos, la búsqueda de dicha satisfacción no es vista más que como la posibilidad de que esos cientos y miles y millones de individuos la obtengan, en el mejor de los casos, simultáneamente pero nunca como resultado de una acción motivada en un proyecto común de sociedad.

En sus versiones posmodernas se expresaba por una parte en el repertorio de problemáticas comúnmente denominadas, en los noventa del siglo pasado, "emergentes", las que no tendrían vínculos orgánicos o estructurales entre sí. De esa manera, la politización de esas luchas estaba sujeta, y lo sigue estando, a la buena intención de algún actor político.

El discurso y propuesta autonomista ha tratado de llenar este vacío transformando esta característica estructural del modelo de dominación vigente, en una forma de construir movimiento social

Sin embargo, a más de veinte años, parece que esos intentos solamente han servido para la reproducción y sobrevivencia de pequeños colectivos de izquierda y ni un solo sujeto social.

De hecho, movimientos sociales se seguirán formando y desapareciendo espontáneamente, por las innumerables contradicciones que va generando el capitalismo como forma de dominación y cultura, en todos los ámbitos de la vida social.

En efecto, la primacía de lo individual por sobre lo colectivo, conlleva una permanente conflictividad y opone constantemente al individuo o a grupos de individuos particulares, con el orden social vigente generando movimientos sociales autónomos por todas partes.

Difícilmente algún sector político podría arrogarse su paternidad y representatividad. Hacerlo, de hecho, constituye una contradicción en esencia del planteamiento autonomista y podría explicar también las dificultades de este sector de incursionar en la lucha política e incidir más decisivamente en ella.

En tercer lugar, el nomadismo cultural, como se le ha llamado, que no es otra cosa que la primacía de la “particularidad” por sobre lo colectivo, lo que se expresaría en desarraigo, falta de identidad y débiles vinculaciones con cualquier grupo. Luego, por ese permanente deambular de los individuos entre diversas identidades culturales, lo difuso de las fronteras entre una y otra, y por su inestabilidad. 

Esta característica de la subjetividad bajo el neoliberalismo, ha sido reivindicada incluso por las estéticas posmodernistas, por el diseño, la publicidad y los medios de comunicación de masas. Al mismo tiempo, sin embargo, se presentan como un verdadero dolor de cabeza para el diseño de políticas educacionales y de inclusión social en los marcos del sistema neoliberal.

Carlos Marx, hace ya casi doscientos años, señalaba que la contradicción fundamental de la sociedad capitalista es la que existe entre el carácter social de la producción y la apropiación privada de lo producido por el trabajo humano. Los seres humanos entran en relación por lo tanto sólo en función de intercambiar lo que unos poseen y otros necesitan y no poseen. Luego, por la primacía del valor de cambio por sobre el valor de uso. 

Esto bajo el predominio del neoliberalsimo, ha llegado a extenderse hasta el paroxismo y a todos los ámbitos de la vida social y la cultura. Desde la producción de bienes materiales, productos tecnológicos y manufacturas de gran sofisticación hasta conocimiento, ciencia, tecnología y obras de arte.

Todo lo producido en nuestras sociedades no se concibe sino sólo como resultado del esfuerzo individual, o el de colectividades particulares, una etnia; un grupo etario o generación; pequeñas identidades regionales, culturales y sobre todo clases sociales, que intercambian entre sí todo tipo de productos:  materiales, estéticos, tecnológicos, informaciones y así hasta el infinito.

O que entran en conflicto por la contradicción inherente a la sociedad y que consiste en su tendencia inevitable a integrar y socializar en función de valores privados o de una clase social, con exclusión de los de toda la sociedad, obligando, a su vez, a los individuos y a dichos grupos sociales a entrar en una relación exclusivamente mercantil.

Ello, generando desigualdad, exclusión, desarraigo y conflictividad social en forma permanente.

La lucha contra el modelo, es finalmente una lucha contra esa cultura que pone el interés privado por sobre el colectivo; que desarticula, que hace de la vida social, la reunión de un montón de fragmentos; una cultura que se basa en el intercambio entre individuos o grupos de individuos única y exclusivamente motivados por la satisfacción de sus necesidades particulares y no por el interés colectivo.

Difícilmente, eso se puede hacer a partir, precisamente, de la reivindicación de la autonomía de lo particular; ignorando las complejas relaciones entre lo particular y lo general, la lucha social y la lucha política o poniendo entre ambas, una barrera infranqueable y reivindicando precisamente esas fronteras entre lo local y lo nacional, lo particular y lo general, lo social y lo político como naturales.

Colocando las reivindicaciones más maximalistas y radicales  como las únicas consecuentes y legítimas pues el sistema, de acuerdo a este naturalismo de lo social, impediría la realización de cualquier conquista social o política. Obviamente, más de cien años de historia de luchas obreras y populares desmienten esta visión tan ingenua.

Tampoco se puede hacer sembrando la desconfianza en quienes intentan organizarse, plantearse proyectos colectivos de cambio global e incursionar en la lucha política, sean sindicatos, centros de estudiantes, partidos, colectivos y/o juventudes políticas. 

Para que haya un verdadero cambio cultural debe haber un cambio en nosotros mismos y combatir desde lo que somos esa desconfianza, esa desesperanza aprendida por décadas de dominación política, social y cultural. 





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