jueves, 3 de mayo de 2018

¿Qué es ser de oposición al gobierno de Piñera?



Max Beckmann. El infierno de los pájaros. 1937-38





El gobierno de Piñera no tiene oposición, salvo un conjunto de partidos de izquierda y de centro que quedan de lo que fue la NM y los que conforman el FA. No hay una idea política, una estrategia ni un programa compartido por el que se pueda justificar su existencia como tal, excepto de cada uno por separado.

Hay también un conjunto de organizaciones y movimientos sociales que levantan reivindicaciones y demandas que los colocan en una posición contrapuesta a la de la derecha y el gobierno de Chile Vamos, tal como podría haberlo sido, hipotéticamente, en un gobierno de la NM o del FA.

En la historia reciente de nuestro país probablemente -dejando a un lado las experiencias de la UP y la Revolución en Libertad de la DC- sólo la lucha antidictatorial representa la conformación de un sujeto histórico portador de una idea de país.

La lucha por la Democracia fue el elemento aglutinador de ese vasto movimiento social y político.

La transición o lo que se denominó “transición a la democracia”, sin embargo, fue desdibujándolo desde su origen, lenta aunque sostenidamente.

Primero, porque se basó en la exclusión de la izquierda –o siendo más precisos, una parte de la izquierda histórica representada fundamentalmente por el PC y otras agrupaciones menores como el MIR y la IC.

En segundo lugar, por la marginación de las organizaciones sociales –las que habían sido fundamentales en la derrota de la dictadura militar- del círculo de la toma de decisiones o a lo menos de consulta en la elaboración de políticas de Estado y su reemplazo por comisiones técnicas.

También por la caída del socialismo, pues aun cuando no fuera la ideología inspiradora de todo el movimiento democrático y progresista del siglo XX en Chile y Latinoamérica -ni siquiera de toda la izquierda- le abrió el camino a la imposición de la ideología neoliberal como pensamiento único, explicación objetiva y racional del mundo y del progreso humanos.

El resultado está a la vista. El fin de la transición pactada no fue la democracia plena. 

Lo que hay, más bien, es una suerte de Estado de Derecho expresado en la Constitución del 80, que ha actuado permanentemente como obstáculo a cualquier reforma o intento democratizador y lo sigue haciendo -ahí están los recientes fallos del TC para demostrarlo-. 

El reemplazo de la sociedad civil por el mercado o una sociedad de consumidores que no tienen derecho a ninguna cosa sino solamente la posibilidad de "adquirirlos" a través de éste.

Las reformas realizadas por la anterior administración como la reforma al sistema electoral, la ley de inclusión, de educación superior y Nueva Educación Pública; las reformas laboral y tributaria, la ley de aborto en tres causales y de identidad de género, así como la reforma previsional -las que, además, aún duermen en el Parlamento- dadas todas las limitaciones impuestas por dicha institucionalidad, no se podrían considerar, como lo ha declarado la propia presidenta Bachelet, una tarea concluida por completo.

La situación en el mundo no es mucho mejor. El neoliberalismo puede dar paso a una regresión de tipo autoritaria que ponga fin a las libertades públicas e individuales; restrinja aún más los derechos sociales, económicos,  políticos y culturales; y agudice el deterioro del medioambiente, afectando la vida de la mayoría en beneficio de unos pocos privilegiados.

La democracia, en síntesis, está amenazada. La situación en medio oriente; en América Latina; el avance las fuerzas de ultraderecha en Europa y la violencia racial en contra de la población afrodescendiente y la discriminación de los latinos en los Estados Unidos, son algunas de las demostraciones del grave riesgo que se cierne sobre nuestros pueblos.

Nada muy diferente a lo que ocurre en Chile.

La  aplicación de las recetas neoliberales, como remedio a los mismos males que provoca –pobreza, exclusión, discriminación y narcotráfico; proliferación del negocio de las armas, corrupción y autoritarismo-  profundizan la crisis, transformándola en una nueva fuente de negocios –a través de las privatizaciones, transferencia de subsidios estatales a empresas privadas, fundaciones y ONG’s.

O también como fuente de nuevos sometimientos y limitaciones a la soberanía y los derechos del pueblo a través de los planes de ajuste impuestos por el FMI, el Banco Mundial, la Comisión Europea o lisa y llanamente a través de intervenciones militares o golpes de estado, abriendo paso al surgimiento de populismos de ultraderecha.

Ello impone nuevas y más complejas tareas a la izquierda y al pueblo. Tareas similares a las que se planteó en el siglo XX y que explican su necesidad histórica y política. 

Ellas consisten en la ampliación de los límites de la democracia y la participación. De los derechos, económicos, sociales y culturales de los trabajadores y sus familias. Por el acceso garantizado por el Estado a la salud, educación, cultura y entretenimiento. 

También de las libertades individuales seriamente coartadas por el poder de las empresas monopólicas y las cadenas integradas para subir precios, y liquidar al pequeño productor y comerciante, así como por instituciones conservadoras y el control de los medios de comunicación y la manipulación masiva de las conciencias en una escala nunca antes conocida.

Es urgente además, la limitación del poder de las grandes empresas frente a los habitantes de nuestras ciudades y regiones que deterioran la calidad de vida en barrios y ecosistemas por su afán de lucro voraz y descontrolado construyendo ambientes armónicos en que convivan el hombre y la naturaleza, equilibrando su necesidad a acceder a servicios oportunos y de calidad con la preservación del ecosistema.

Para ello, las reformas comenzadas en el período anterior deben ser concluidas aunque las condiciones hoy por hoy sean más complejas, hasta conseguir una democracia plena.

La lucha por la democracia es una lucha por la conquista de las condiciones de progreso moral y cultural de un pueblo; de desarrollo progresivo de la consciencia de sí y de sus derechos hasta el ejercicio pleno y soberano del poder en beneficio de las mayorías y no de unos pocos privilegiados. 

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