viernes, 10 de marzo de 2023

¿Tiene la culpa el chancho?

 

Theodor Guericault. Cabezas de ajusticiados. 1818

El reciente rechazo a la idea de legislar el proyecto de reforma tributaria del gobierno, ha generado toda clase de reacciones. La impresentable interpretación de la derecha consiste en acusar al gobierno de no estar dispuesto a conversar y llegar a un consenso en la materia después de negarse siquiera a discutirla en la Cámara de Diputados.

Curioso razonamiento de la derecha, por decir lo menos. Primero negarse a ponerlo en discusión en el Congreso y después acusar al gobierno de no estar dispuesto a llegar a un consenso. Acto seguido, usarlo como argumento para haberla rechazado.

La derecha ya nos tiene acostumbrados a esta clase de piruetas lógicas, que expresan su ideologismo y su pretensión de árbitro de lo que es bueno y lo que es malo para el país. De hecho, según las encuestas, la reforma tributaria del Gobierno gozaba de un amplio respaldo entre la población, lo que no se refleja en el Congreso, que a estas alturas se ha convertido en una burbuja que no tiene nada que ver con ella. Por eso los sofismas de la derecha, repetidos después hasta la náusea por los medios de comunicación que controla –o sea, casi todos-, suenan tan evidentes.

La reacción del campo social y popular, en cambio, hasta ahora ha sido tibia, tardía e intrascendente. La conducta oportunista de Pamela Jiles y un par de desconocidas diputadas, que confunden sus aspiraciones con los desafíos de la contingencia, nunca acierta a achuntarle al enemigo principal. Con la puntería digna de un bizco, solamente le han abierto el camino a los fascistas que van por la constituyente.

En efecto, con una contumacia digna de elogio, desde que fueron derrotados hace dos años, la derecha tradicional y su vanguardia fascista que tiene de guaripola a Kast y otro par de hampones, ha logrado hacer retroceder cada conquista del pueblo, con la certeza de que va a hacerse del poder para mantener las cosas más o menos como están e incluso profundizar todas las injusticias, la inequidad, el abuso, la discriminación y las exclusiones que caracterizan a nuestra sociedad.

¿Qué hacer frente a tanta radicalidad? ¿frente a tanta intransigencia? ¿frente a tanta intolerancia vestida de republicanismo? La derecha no reconoce como consenso sino lo que repita sus mismas fórmulas clasistas y beatas con otras palabras. Este es el momento de detenerla. “Lo posible” no es sino la apariencia de lo fáctico, de la pura injusticia, exclusión e inequidad disfrazada de puro hecho ante lo cual no queda sino la resignación.

Esa conducta dogmática que consiste en aceptar lo real como un puro hecho, es lo que le ha abierto las puertas al fascismo; lo que hace que todos los últimos logros del campo social y popular, retrocedan cada vez hacia el punto de partida de cada estallido de indignación popular.

Este no es el momento del pragmatismo; no es el momento de “lo posible”. Es el momento de recuperar la iniciativa. Partidos y organizaciones sociales y populares deben hacerse cargo de la gravedad del momento histórico; relevar las banderas de igualdad, justicia, libertad, soberanía y dignidad que el neoliberalismo niega diariamente. En otros momentos históricos, el país ha enfrentado casos de desarrollo frustrado precisamente porque la derecha y las clases dominantes han escamoteado las posibilidades de transformación para convertirlas en oportunidades de aumentar sus ganancias a costa del subdesarrollo del país y de la pobreza de sus habitantes.

Pero como dice el viejo refrán, la culpa no la tiene el chancho. Ya lo conocemos, sabemos cómo ha actuado en el pasado en condiciones similares y de lo que es capaz con tal de no perder sus posiciones de privilegio.

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