viernes, 18 de agosto de 2023

La reacción cultural

Georg Grosz. Ecce homo, 1923



La derecha está empeñada  en una campaña tan intensa como quizás no se veía desde la época de la Unidad Popular. Nunca antes, desde las vergonzantes improvisaciones de Pinochet y Merino, se había escuchado de sus dirigentes un lenguaje tan agresivo; tan prosaico y cargado de epítetos, proyección de temores ideológicos y sentimentalismo. Su anticomunismo es exactamente eso, una expresión de su pobreza de ideas; la necesidad de justificaciones ideológicas a sus dogmas y profesiones de fe así como de sus propuestas reaccionarias y antipopulares.

Por cierto, la ofensiva de la derecha tiene un propósito objetivo que es la mantención del orden de cosas actual, que ellos consideran como algo natural y a la ideología que lo sostiene, como el más sano sentido común. En esto precisamente consiste su conservadurismo y respecto de ello, entre la "derecha liberal" y la secta religiosa de JAK no hay mucha diferencia. El consenso entre autoritarios y liberales, que es característico de las sociedades capitalistas bajo el predominio del neoliberalismo, es la expresión de esta misma afirmación de hecho sobre la presunta naturalidad de la sociedad de mercado, la propiedad privada y la competencia, como pilares de la convivencia social. 

En este sentido, cualquier intento de reforma social que ponga en cuestión siquiera esta pretensión, es visto por la reacción como un atentado al sentido de la realidad; un contransentido, un dislate, cuando en el fondo,  no es más que temor a cualquier cambio que pueda poner en riesgo los privilegios, las inequidades y abusos sobre los que se sostiene dicho orden de cosas. La defensa que la derecha ha hecho de las AFP's tras el cándido slogan "con mi plata no" es un buen ejemplo de esto. Tan evidente es, que  la acción que presentó el dirigente empresarial derechista y ex candidato al consejo constitucional Juan Sutil en contra del diputado Diego Ibáñez por sostenerlo, fue rechazada por los tribunales. 

El triunfo de Millei en la hermana República Argentina es expresión más o menos del mismo fenómeno. Facilitado ciertamente por el desastre que le heredó el amigo de Piñera, Mauricio Macri, que la dejó endeudada por varias generaciones, y a merced del FMI, del que dijo después que se trata de "buenas personas". Mientras a él le presto la friolera de cincuenta y cuatro mil millones de dólares que se esfumaron en los intersticios del sistema financiero, se ha llevado durante la administración de Alberto Fernández más de nueve mil en pago de obligaciones con él. Es más que claro lo que significa "realidad" para la derecha y el gran empresariado. Y por extensión, lo que significa no aceptar que ésta es un puro hecho sobre el que no se puede decir mucho, menos plantearse la posibilidad de modificarla. 

En eso precisamente consiste el fascismo; en la imposición de lo real como si se tratara de un puro hecho. Consiste en convertir la realidad, con todo lo que tiene de violenta, excluyente e injusta, en el "sano sentido común". La violencia verbal de Millei, en este sentido, no es muy distinta que la del tristemente célebre diputado republicano Gonzalo de la Carrera. Ambos se han hecho famosos por sus calumnias; sus afirmaciones rimbombantes y agresivas. Esta violencia es, después, presentada con toda naturalidad en tono campechano por los medios, los mismos que después hacen de un par de tuits sobre carabineros de hace como diez años, un insulto a la República. 

Esta ofensiva conservadora, caracterizada además por su hipocresía, no ha enfrentado ninguna resistencia y ello ha facilitado la naturalización de su sentido y significado. Los trabajadores y trabajadoras; los y las jóvenes, las etnias originarias, los pobladores sin casa y las disidencias sexogenéricas, han sido colocadas en los márgenes de lo real. Esto es, en el lugar de sus manifestaciones exteriores sin poder siquiera referirse a sus fundamentos. Hacer frente a la pobreza, la contaminación, la enfermedad, las exclusiones de diverso tipo, pero nunca a la sociedad que las genera y agrava sus consecuencias; vivir de las migajas que chorrean de la mesa de las transnacionales y de los grandes empresarios o tratando de arrancárselas, pero nunca cuestionar la desigualdad que las origina. 

Detener esta ofensiva derechista es una necesidad perentoria para avanzar en la implementación del programa. Es urgente retomar la iniciativa; que el fascismo siga avanzando y detenga las reformas planteadas por el Gobierno en educación, pensiones, equidad de género, salud y recursos naturales, no es inevitable. Esto excede ciertamente la capacidad del gobierno y deben ser las organizaciones de masas y los partidos que lo sustentan los que asuman la responsbilidad de hacerlo. Ello requiere superar el corporativismo y poner las demandas de cada sector, en relación con la totalidad de lo político y generar las condiciones para facilitar y promover la vinculación del programa de gobierno con sus reivindicaciones.

Este es el momento preciso para hacerlo.


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