Kasimir Malevitch. Cuadro blanco sobre fondo blanco. Camaradas, alzaos, escapad a la tiranía de las cosas, 1918 |
Este 2024, se van a llevar a cabo unas setenta elecciones en todo el
mundo. Millones de electores van a definir en gran medida los destinos de cerca
de la mitad de la humanidad. Y lamentablemente, estas se dan en el marco de un
creciente deterioro y dicen, "fatiga" de la democracia. Basta
considerar, como botón de muestra, la preferencia que marca Trump en las
encuestas para las primarias republicanas y la posibilidad de que incluso
llegue a ser candidato y hasta ganar las elecciones presidenciales en los Estados
Unidos, pese a tener procesos abiertos por fraude electoral, sedición y/o
participación en actos insurreccionales que pusieron en riesgo la democracia
norteamericana, una de las que se jacta de ser un modelo para el mundo.
En las elecciones para el europarlamento, las formaciones de derecha y
ultraderecha son las que según las encuestas, se podrían imponer. En las
elecciones en que se renuevan miles de municipios en Brasil también el
bolsonarismo parece avanzar pese a la inhabilitación de su líder para ser
candidato hasta el 2030 por su comprobada participación en la asonada de
Brasilia. Eso sin considerar el reciente triunfo de Millei en Argentina y el
retroceso democrático que significan sus planes "libertarios" que no
son otra cosa que la imposición totalitaria de las lógicas del mercado en todos
los ámbitos de la vida social y política de su país y que niegan en los hechos
las mismas libertades que dice promover.
El fascismo es un fenómeno latente del capitalismo. Es una consecuencia
predecible de su tendencia a la concentración de la propiedad y la riqueza, que
lleva aparejado centralización del poder, autoritarismo, y una cultura de la
exclusión, la discriminación y el conservadurismo que es el resultado de dicha
concentración en el plano cultural y moral, para terminar transformándolos en
obra de los mismos que la sufren: trabajadores y sindicalistas, inmigrantes,
jóvenes y mujeres; pueblos indígenas; defensores de medioambiente y disidencias
sexogenéricas.
Por eso el pensamiento acerca del fascismo; sus características, sus
causas, las tácticas para enfrentarlo, y el combate permanente en su contra,
han sido una preocupación imprescindible de la teoría política. Gran parte de
la actividad teórica y política del movimiento comunista en el siglo XX; la
monumental obra que realizó Antonio Gramsci en la cárcel; la filosofía de la
Escuela de Frankfurt, son un claro ejemplo.
Pero el combate al fascismo, es esencialmente político. Y si hay algo en
que se diferencian las posiciones revolucionarias del reformismo
pequeñoburgués, es precisamente en que ve en él no solamente un desvarío de las
derechas o una expresión de la supuesta "fatiga" del régimen
democrático, sino una expresión del carácter de clase de las sociedades en las
que ha surgido y se desarrolla. Por esa razón, el combate al fascismo no es
solamente doctrinario o moral. Necesita expresarse, además, en instrumentos
políticos, organizaciones y luchas que hagan histórica esa noción diversa de la
democracia y el límite que la separa del totalitarismo en sus diferentes
variantes.
El combate al fascismo no es solamente la oposición a sus resultados
materiales, aunque también los incluye.
Los sindicatos, las asociaciones de defensa de los derechos humanos,
ambientalistas, colectivos que protegen los derechos y dignidad de las minorías
y las diversidades, están en este sentido en la primera línea y tienen una gran
responsabilidad. Pero como Lenin ya a comienzos del siglo XX discutió con las
posiciones positivistas y naturalistas que postulaban que lo político es
prácticamente un cuociente de lo social y una especie de impostación de las
condiciones económicas de una sociedad -negando la autonomía propia de lo
ideológico, lo simbólico y la subjetividad- no alcanzan a dar cuenta de la totalidad
de lo real, que es precisamente un tópico ampliamente desarrollado
por el idealismo filosófico en el siglo XIX en su combate con el empirismo que
lo transforma en una red de acontecimientos singulares sin una coherencia que
los pueda convertir en el objeto de un discurso, una teoría y finalmente de la
acción política.
Las dificultades en este sentido que tiene actualmente la oposición
argentina para generar un amplio movimiento opositor al gobierno de Millei, es precisamente expresión de esta deficiencia. También lo es en nuestro país, las
de la izquierda para desplegar un gran frente que pudiera haber hecho efectiva
la demanda social y política de tener una nueva Constitución, teniendo
condiciones inmejorables para hacerlo luego de octubre del 2019.
El economicismo, incluido el revestido de lenguaje emergente –que de
emergente ya no tiene nada- es el principal obstáculo para detener el fascismo,
porque oculta la perspectiva de transformación global que es la única que le
daría sentido a la lucha por sus derechos en el marco de un sistema que los
niega constantemente, acumulando más frustraciones y derrotas que éxitos en los
últimos treinta años.
En todo el mundo avanzan las derechas, ya sea en sus versiones más
torpes y violentas o en las que con aires de ridícula sofisticación las
legitiman. Es el momento de detenerlas y no será el resultado inexorable del
destino ni a punta de reivindicaciones que será posible. Sólo la política, en
tanto acción subjetiva y con una voluntad de transformación de lo real y no
sólo de adaptación a sus condiciones objetivas, será la que lo haga
posible.
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