jueves, 31 de octubre de 2024

El fascismo en la actualidad y la izquierda

Juan Domingo Dávila. The studio. 1984

 

 

En la actualidad -caracterizada por el agotamiento de la globalización y la incapacidad del pensamiento neoliberal de explicarlo y proponer alternativas a su propio derrumbe- surge en todo el mundo una suerte de fascismo de nuevo tipo, combinación de intolerancia frente a la diferencia basada en la presunción de exclusivismos que provienen de una aceptación dogmática de las condiciones de la vida que éste ha ido imponiendo en los últimos cuarenta años. 

Condiciones como la desigualdad, el autoritarismo y la precariedad y que han sido el resultado del retiro del Estado y la invasión del mercado en todas las formas de convivencia social, ello desde los gobiernos de Tatcher, Reagan y Pinochet

Esta es la razón para que dicha intolerancia pueda aparecer acompañada de un individualismo extremo y una defensa dogmática del mercado y la iniciativa privada que lo diferencian de los fascismos del siglo XX, en que la desaparición del individuo corría pareja con la reivindicación de una noción heroico-popular del hombre que lo diluía en movimientos de masa que reivindicaban una noción reaccionaria de la Nación y de un Estado fuerte. 

Una de esas realidades de hecho que impuso el neoliberalismo y que al mismo tiempo fue una condición necesaria para que así ocurriera, fue la aniquilación de sujetos sociales como el movimiento sindical y el movimiento estudiantil y su disolución en medio de una multitud de individualidades egoístas. Primero mediante su persecución, aniquilación física y la violación sistemática de los DDHH durante la dictadura militar y luego, gracias a la implantación de principios propios de la empresa privada incluso en los servicios como la previsión social, la salud y la educación públicas durante los últimos treinta años. Todo ello como si hubiese sido el resultado de un desarrollo poco menos que natural y no de un esfuerzo deliberado. 

Esta aparente fractura entre lo individual y lo social que provoca la aplicación del neoliberalismo, regulaciones más o menos de por medio,  ha favorecido el surgimiento de un discurso reaccionario que llena el vacío que genera, con clasismo, prédica racista y contra los sindicatos, xenofobia, homo y transfobia y al mismo tiempo, naturaliza una concepción de la libertad que, en el fondo, es el rechazo de lo colectivo y la colaboración, y que legitima de esa manera diversas formas de fragmentación territorial, social, generacional, nacional y étnica de la vida, tanto como de dominación y sofisticadas formas de control en la producción y la vida comunitaria en barrios, servicios y la cultura.

Naturalización de los puros hechos e implantación de formas de control de la vida por parte del Estado que provienen de aquella diferencia forzada entre lo social y lo individual y de la concepción de la libertad que de ella emana, son características típicas del fascismo que resurgen en este nuevo pensamiento reaccionario. 

Trump, Vox en España, Fratelli d'Italia, AfD, El bolsonarismo, los libertarios argentinos, así como los republicanos chilenos se alimentan de ella. Desplazan a las derechas tradicionales; se nutren de su bancarrota y al mismo tiempo que reclaman saturarla con valores tradicionales, sentido de la autoridad y llamados al orden, defienden una noción simplista de la propiedad privada, la desregulación de la vida y las relaciones sociales y una noción del éxito basada en el esfuerzo individual, nunca -a diferencia del fascismo clásico- de uno colectivo definido más por una noción mitológica de su origen que por sus objetivos  y función social.

Los discursos que permanecen al interior de esta fractura y que sostienen la posibilidad de resolverla dentro de sus límites -inclinándose de uno u otro lado de ella, parchándola pero sin reconocer nunca que dicha fractura es una característica esencial de la crisis a que ha arrastrado el neolieralismo y la razón de su imposibilidad no sólo lógica sino también política- no aportan a su comprensión ni contribuyen con ningún conocimiento nuevo de la realidad. Consecuentemente, con ninguna diferencia. Por consiguiente, no trascienden las condiciones que un neoliberalismo agónico impone a la cultura y en realidad son parte de la misma. 

Precisamente, una de las circunstancias que naturalizan los puros hechos de la dominación y la exclusión que posibilita la irrupción del fascismo en la actualidad y su prédica, prédica facilona con la que pretende colmar el vacío dejado por la crisis del neoliberalismo.

La actualidad de la izquierda, consiste pues en la identificación de la diferencia y la negación de las condiciones de pobreza, marginalidad, injusticia y falta de libertad que lo caracterizaban y que la crisis del neoliberalismo ha expuesto en forma brutal. Señalar las inconsistencias del neofascismo y las contradicciones intrínsecas entre su tradicionalismo, su intolerancia y su liberalismo chusco. Colmar dicha diferencia con los valores que forman su historia y experiencia y trascender los límites que pretende haber impuesto de una vez y para siempre; la del sindicalismo y la lucha contra la explotación. El cristianismo comprometido con los pobres y la justicia social; la lucha por la paz y contra el armamentismo y por la defensa del medioambiente que históricamente ha representado el movimiento juvenil a lo que se suma hoy en día la causa de las divergencias sexogenéricas. El avance del fascismo, por ahora, no es homogéneo y por su misma característica de no ser la sola negación del neoliberalismo como lo conocemos en la actualidad, podría terminar arrstrando a la derecha o a parte de la derecha tradicional.


miércoles, 23 de octubre de 2024

Caso Monsalve y la naturalización del abuso

Jan Vermeer. La copa de vino, 1661


El recientemente conocido caso del proceso por violación del ex subsecretario del interior Manuel Monsalve, le dio una vuelta en apariencia inesperada a la situación política. El caso, ya de por sí deplorable, solamente se viene a añadir a otros anteriores que dejaron al descubierto la debacle moral y cultural a la que ha arrastrado el capitalismo dominante en los últimos cuarenta años, bajo su modalidad neoliberal en que los comportamientos humanos solamente son el resultado de una pulsión hedonista que proviene del poder, el dinero así como el consumo desenfrenado que éste posibilita y la exposición narciscista del ego.

En el caso en comento, estamos hablando de un hombre; uno que ostentaba hasta hace no mucho una de las posiciones de poder más importantes del gobierno y del aparato del Estado. De acuerdo a lo expuesto en la querella de la denunciante del caso, un hombre que abusando de su poder y como acontece en todos los casos de esta naturaleza, utiliza la posición privilegiada que esta circunstancia le daba frente a la víctima, para proceder a abusar de ella. 

No estamos hablando solamente de un caso penal, que ciertamente lo es y es lo que en primer lugar debe relevarse y respecto de lo cual se deben hacer las investigaciones correspondientes y tomar todas las medidas de justicia y reparación que correspondan. Estamos hablando además de un caso que pone de relieve una de las formas más aborrecibles de abuso de poder, el que se vive cotidianamente en el trabajo, en las relaciones entre empleados y patronos, empresas y consumidores, medios y audiencias, todos casos en los que la asimetría de poder generan interacciones entre clases, géneros y generaciones distintas, caraterizadas por la desigualdad, el atropello de la dignidad, la desconsideración y la indiferencia. 

Todas características de la sociedad actual a tal nivel naturalizados, que llegan a manifestarse en la forma cruel y sórdida expuesta en la querella contra Monsalve. En este caso, no caben cálculos ni elucubraciones pseudoracionales que subliman la misma irracionalidad del acto. En ese sentido, las polémicas en torno a la presunta demora del gobierno para actuar en torno al caso; las desprolijidades que ciertamente se pudieren haber cometido para abordarlo o la ya antologable conferencia de prensa del Presidente Boric en Lampa, no aportan nada a la comprensión del caso ni a la consideración moral que merece, las que además en muchos casos lo ocultan e incluso son una manera de excusarlo. 

Quedó expuesta la naturalización de estos actos, que son propios de sociedades machistas y conservadoras, a tal nivel que en las esferas más altas del poder por mucho que no sea la primera vez que pasa, se suceden con una frialdad que incluso se han transformado en tema para opinología y comparaciones absurdas, como las que han hecho los medios a propósito de un caso en que está involucrado un conocido futbolista. Tanto además, que recientes casos de abuso cometidos en el Parlamento, en los Tribunales de Justicia o de los que son víctima chilenos y chilenas todos los días, hubiesen dejado de existir. 

De esa manera, vuelve a naturalizarse el abuso, una vez como violencia física y simbólica contra una mujer trabajadora; luego como espectáculo y objeto de especulaciones morbosas y opinología; y después como fetiche que oculta el abuso cotidiano del que somos víctimas los chilenos y chilenas todos los días en el marcado, en el trabajo, en los medios. 

Las declaraciones rimbombantes de la derecha, no hacen más que reflejar su bajeza moral. Con su clásico fariseismo no se han referido al significado ético, social y cultural del caso, probablemente porque no tiene mucha estatura para hacerlo y solamente se han dedicado a derramar lágrimas de cocodrilo y atacar al gobierno. Únicamente aprovecha el respiro que el deplorable delito del que es acusado Monsalve le otorga después de semanas para el olvido por el caso audios. 

La desmovilización de la sociedad; la asimilación de la acción política a la capacidad de sortear la coyuntura y los casos puntuales, le han facilitado las cosas a este conservadurismo moral y a la naturalización del abuso de poder, hasta llegar a los niveles grotescos y repugnantes de los que hemos sido testigos estos días. 

viernes, 11 de octubre de 2024

Requiem del piñerismo

Roy Ichtenstein. Woman is Calling Phone Pop



 

Las últimas semanas para la derecha han sido realmente para el olvido. Su constante ofensiva a partir de una explotación obscena del caso fundaciones y los temas de seguridad contra el gobierno, iba viento en popa hasta que estalló el escándalo de los chats de Luis Hermosilla (a lo que se sumó ahora el caso del millonario sueldo de su candidata por Las Condes, Marcela Cubillos). En el caso del primero, un personaje oscuro que, por los antecedentes conocidos hasta ahora, actuaba como recadero, asesor y testaferro de prestamistas, usureros, empresarios y políticos de derecha. 

Quedaron expuestas a la luz del día oscuras maniobras para colocar a sus acólitos en puestos clave con el propósito de influir en importantes decisiones que los afectaban. Salieron del teléfono de Hermosilla los nombres de jueces, fiscales e históricos dirigentes de la  UDI, incluyendo a la candidata presidencial del sector, Evelyn Matthei en términos que no la dejan muy bien parada aun cuando no aparezca vinculada a hechos ilícitos. 

Los acontecimientos recién descritos, solamente hicieron cundir la confusión, apareciendo ahora arrinconada, dando explicaciones y tratando, cada uno, de zafar de la incómoda situación incluso aunque eso implique traicionar antiguas lealtades. Entre una defensa inconcebible y la indiferencia del que trata de hacerse el tonto, la derecha tiene poco espacio para moverse. 

Es así que las torpes maniobras de los republicanos han sido asumidas como tabla de salvación por Chile Vamos, aunque eso signifique en los hechos, seguir hundiéndose. Es el caso, por ejemplo, de las acusaciones constitucionales contra ministros de estado emuladas por la bancada de RN amenazando incluso con una en contra del Presidente de la República que termina en el ridículo más bochonorso.

Los republicanos, en cambio, han sorteado el vendaval con más o menos éxito. Es el piñerismo el que se ve comprometido y con el agua hasta el cuello. Partiendo por su articulador natural, el primo del ex presidente y ex ministro Andrés Chadwick, que es el personaje más poderoso de la derecha que se ha visto involucrado hasta poner en riesgo incluso la candidatura del sector. En efecto, Evelyn Matthei viene sufriendo una baja sostenida en las encuestas, lo que sería sorteable si tuviera espacio y capacidad para articular una contraofensiva imposible desde el momento en que lo único a lo que se puede dedicar es a dar explicaciones. 

Como se dice vulgarmente, de atrás pica el indio. Por ello, aunque no aparezca muy bien en las encuestas por ahora, Kast o quien sea el candidato de la derecha más ultra, se podría ver eventualmente favorecido por la caída de Matthei. La caída del piñerismo, significa en los hechos, la desaparición de una derecha dizque "democrática"  y la irrupción de una más reaccionaria y radical. Por cierto, nada para lamentar excepto para los nostálgicos de la democracia de los acuerdos. 

Por el contrario, la caída del efímero fulgor del piñerismo debiera ser una oportunidad para el pueblo, para los demócratas y todos los interesados e interesadas en la reforma social, política, económica y cultural. Es la posibilidad de volver a abrir la brecha que dos intentos fallidos de reforma constitucional en los últimos tres años, parecían haber cerrado y que los analistas más perspicaces del sistema se han apresurado a señalar como el objeto de un nuevo acuerdo para conjurar la posibilidad de un nuevo estallido de rebeldía popular. 

Es el momento de retomar la iniciativa. Demostrar como dijo el presidente Boric en el norte, que entre Chile Vamos y Republicanos no hay mucha diferencia y que defienden más o menos los intereses de los mismos, aunque con un estilo y unos énfasis distintos. Los recientes anuncios del gobierno en materia legislativa, representan una oportunidad de hacerlo y debieran ser el punto de inflexión que le permita a las organizaciones del pueblo protagonizar nuevamente la reforma social y política y no solamente pequeñas reivindicaciones que para algunos se han convertido en la tabla de salvación de sus mezquinas cuotas de poder en sindicatos, asociaciones de empleados y funcionarios, ONG's y movimientos sociales.


lunes, 7 de octubre de 2024

A cinco años de la revuelta

Fray Pedro Subercasaux. El abrazo de Maipú. 1908

A pocos días de la conmemoración de la revuelta popular del 18 de octubre abundan las reflexiones acerca de sus motivos, los llamados a sacar lecciones de ellos, y hacer propuestas al respecto. 

Fue una gigantesca ola de indignación popular contra la desigualdad, el abuso y los arreglines, como forma privilegiada de hacerse cargo de los asuntos públicos por parte de quienes tienen posiciones de dominio basadas en la riqueza, la propiedad, el control de los medios de comunicación y las instituciones. 

De dicha revuelta nació el proceso constituyente.

Se ha dicho que, a pesar de la masividad, la radicalidad y la extensión de la protesta social las cosas han vuelto más o menos a la misma normalidad de los días previos al 18 de octubre de 2019. Sin embargo, una ola de malestar social cruza a la sociedad subterráneamente y excepto los más torpes e ideologizados analistas del sistema -la mayoría de ellos veteranos de la democracia de los acuerdos que provienen de lado y lado- las alarmas se pueden oír y las señales ver con un mínimo de objetividad. 

La revuelta de octubre, entonces, no fue solamente un estallido irracional de molestia. Tampoco fue una revolución. Fue una irrupción de masas que puso en evidencia los límites del sistema y aunque fuera momentáneamente, su incapacidad de regular el funcionamiento de la sociedad en los mismos términos que lo había hecho hasta ese día.

Fue una interrupción del desarrollo normal de la sociedad neoliberal; introdujo una fractura histórica. Puso en evidencia la desigualdad, los bajos salarios, el alto endeudamiento, el abuso empresarial, las discriminaciones de diversa índole, el autoritarismo y la burocratización del sistema político. Su indiferencia frente a las necesidades de trabajadores, trabajadoras y empleados; la clase media empobrecida y cada vez más vulnerable frente a sus crisis. Y al mismo tiempo, señaló las tareas necesarias para resolver esta situación: el cambio constitucional; el fin del sistema de AFP´s; aumentar los salarios y poner freno al abuso y la colusión entre éstas y el sistema político, prácticamente puesto a su servicio. 

La reacción de las elites dominantes fue la de siempre. Construir un acuerdo para ponerle fin. Los acontecimientos del 18 de octubre, en cambio, son la irrupción de la diferencia y la demanda por el cambio radical. Se trata de una tensión típica de nuestra historia. Los sectores dominantes lo buscan afanosamente en cada momento de ruptura y, por el contrario, la posibilidad de realizar cambios depende de su prolongación. 

Ese fue el sentido que ha tenido cada momento fundacional para la izquierda chilena. Lo fue la escisión del Partido Demócrata para dar origen al POS; la primera candidatura de Luis Emilio Recabarren en 1920 y las de Elías Lafferte en 1931 y 1932; la fundación de la CUT en 1953 junto a la primera candidatura de Salvador Allende en 1952.

La formación de la Unidad Popular y la persistencia de la izquierda en la lucha intransigente contra la dictadura que fue determinante para terminar con ella, a pesar de la leyenda del lápiz. La de la izquierda a lo largo de toda la transición en las luchas sociales de trabajadores, empleados públicos, estudiantes, ambientalistas, pueblos originarios, mujeres y disidencias sexogenéricas; también en sus candidaturas presidenciales que aportaron decisivamente en la construcción de un programa de convergencia de las fuerzas antineoliberales.

Walter Benjamin dijo que antes de cada período fascista hay una revolución social fallida. Viendo el avance de la ultraderecha en el país, especialmente entre sectores populares cada vez más impacientes y acosados por la precariedad y seducidos por la propaganda facilona del Partido Republicano, la frase pareciera cobrar una gran actualidad.

Ello, por cierto, no es el resultado impredecible de los acontecimientos ni del cansancio del pueblo. Mantener abierta la brecha; señalar la fractura; prolongar la diferencia para hacer posible lo improbable es responsabilidad de la izquierda, de sus partidos, parlamentarios y dirigentes sociales. Detener el avance del fascismo, de sostener las banderas del socialismo, la democracia y la revolución.