Juan Domingo Dávila. The studio. 1984 |
En la actualidad -caracterizada por el agotamiento de la globalización y la incapacidad del pensamiento neoliberal de explicarlo y proponer alternativas a su propio derrumbe- surge en todo el mundo una suerte de fascismo de nuevo tipo, combinación de intolerancia frente a la diferencia basada en la presunción de exclusivismos que provienen de una aceptación dogmática de las condiciones de la vida que éste ha ido imponiendo en los últimos cuarenta años.
Condiciones como la desigualdad, el autoritarismo y la precariedad y que han sido el resultado del retiro del Estado y la invasión del mercado en todas las formas de convivencia social, ello desde los gobiernos de Tatcher, Reagan y Pinochet.
Esta es la razón para que dicha intolerancia pueda aparecer acompañada de un individualismo extremo y una defensa dogmática del mercado y la iniciativa privada que lo diferencian de los fascismos del siglo XX, en que la desaparición del individuo corría pareja con la reivindicación de una noción heroico-popular del hombre que lo diluía en movimientos de masa que reivindicaban una noción reaccionaria de la Nación y de un Estado fuerte.
Una de esas realidades de hecho que impuso el neoliberalismo y que al mismo tiempo fue una condición necesaria para que así ocurriera, fue la aniquilación de sujetos sociales como el movimiento sindical y el movimiento estudiantil y su disolución en medio de una multitud de individualidades egoístas. Primero mediante su persecución, aniquilación física y la violación sistemática de los DDHH durante la dictadura militar y luego, gracias a la implantación de principios propios de la empresa privada incluso en los servicios como la previsión social, la salud y la educación públicas durante los últimos treinta años. Todo ello como si hubiese sido el resultado de un desarrollo poco menos que natural y no de un esfuerzo deliberado.
Esta
aparente fractura entre lo individual y lo social que provoca la aplicación del neoliberalismo, regulaciones más o menos de por medio, ha favorecido el surgimiento
de un discurso reaccionario que llena el vacío que genera, con clasismo, prédica
racista y contra los sindicatos, xenofobia, homo y transfobia y al mismo
tiempo, naturaliza una concepción de la libertad que, en el fondo, es el
rechazo de lo colectivo y la colaboración, y que legitima de esa manera
diversas formas de fragmentación territorial, social, generacional, nacional y
étnica de la vida, tanto como de dominación y sofisticadas formas de control en la producción y la
vida comunitaria en barrios, servicios y la cultura.
Naturalización de los puros hechos e implantación de formas de control de la vida por parte del Estado que provienen de aquella diferencia forzada entre lo social y lo individual y de la concepción de la libertad que de ella emana, son características típicas del fascismo que resurgen en este nuevo pensamiento reaccionario.
Trump, Vox en España,
Fratelli d'Italia, AfD, El bolsonarismo, los libertarios argentinos, así como
los republicanos chilenos se alimentan de ella. Desplazan a las derechas
tradicionales; se nutren de su bancarrota y al mismo tiempo que reclaman
saturarla con valores tradicionales, sentido de la autoridad y llamados al
orden, defienden una noción simplista de la propiedad privada, la desregulación
de la vida y las relaciones sociales y una noción del éxito basada en el
esfuerzo individual, nunca -a diferencia del fascismo clásico- de uno colectivo definido más por una noción mitológica de su origen que por sus objetivos y
función social.
Los discursos que permanecen al interior de esta fractura y que sostienen la posibilidad de resolverla dentro de sus límites -inclinándose de uno u otro lado de ella, parchándola pero sin reconocer nunca que dicha fractura es una característica esencial de la crisis a que ha arrastrado el neolieralismo y la razón de su imposibilidad no sólo lógica sino también política- no aportan a su comprensión ni contribuyen con ningún conocimiento nuevo de la realidad. Consecuentemente, con ninguna diferencia. Por consiguiente, no trascienden las condiciones que un neoliberalismo agónico impone a la cultura y en realidad son parte de la misma.
Precisamente, una de las circunstancias que naturalizan los puros hechos de la dominación y la exclusión
que posibilita la irrupción del fascismo en la actualidad y su prédica, prédica facilona con la que pretende
colmar el vacío dejado por la crisis del neoliberalismo.
La
actualidad de la izquierda, consiste pues en la identificación de la diferencia
y la negación de las condiciones de pobreza, marginalidad, injusticia y falta
de libertad que lo caracterizaban y que la crisis del neoliberalismo ha expuesto en forma brutal. Señalar las inconsistencias del neofascismo y las contradicciones intrínsecas entre su tradicionalismo, su intolerancia y su liberalismo chusco. Colmar dicha diferencia con los valores que forman su historia y experiencia y trascender los límites que pretende haber impuesto de una vez y para siempre; la del sindicalismo y la lucha contra la explotación. El cristianismo comprometido con los pobres y la justicia social; la lucha por la paz y contra el armamentismo y por la defensa del medioambiente que históricamente ha representado el movimiento juvenil a lo que se suma hoy en día la causa de las divergencias sexogenéricas. El avance del fascismo, por ahora, no es homogéneo y por su misma característica de no ser la sola negación del neoliberalismo como lo conocemos en la actualidad, podría terminar arrstrando a la derecha o a parte de la derecha tradicional.