Jan Vermeer. La copa de vino, 1661 |
El recientemente conocido caso del proceso por violación del ex subsecretario del interior Manuel Monsalve, le dio una vuelta en apariencia inesperada a la situación política. El caso, ya de por sí deplorable, solamente se viene a añadir a otros anteriores que dejaron al descubierto la debacle moral y cultural a la que ha arrastrado el capitalismo dominante en los últimos cuarenta años, bajo su modalidad neoliberal en que los comportamientos humanos solamente son el resultado de una pulsión hedonista que proviene del poder, el dinero así como el consumo desenfrenado que éste posibilita y la exposición narciscista del ego.
En el caso en comento, estamos hablando de un hombre; uno que ostentaba hasta hace no mucho una de las posiciones de poder más importantes del gobierno y del aparato del Estado. De acuerdo a lo expuesto en la querella de la denunciante del caso, un hombre que abusando de su poder y como acontece en todos los casos de esta naturaleza, utiliza la posición privilegiada que esta circunstancia le daba frente a la víctima, para proceder a abusar de ella.
No estamos hablando solamente de un caso penal, que ciertamente lo es y es lo que en primer lugar debe relevarse y respecto de lo cual se deben hacer las investigaciones correspondientes y tomar todas las medidas de justicia y reparación que correspondan. Estamos hablando además de un caso que pone de relieve una de las formas más aborrecibles de abuso de poder, el que se vive cotidianamente en el trabajo, en las relaciones entre empleados y patronos, empresas y consumidores, medios y audiencias, todos casos en los que la asimetría de poder generan interacciones entre clases, géneros y generaciones distintas, caraterizadas por la desigualdad, el atropello de la dignidad, la desconsideración y la indiferencia.
Todas características de la sociedad actual a tal nivel naturalizados, que llegan a manifestarse en la forma cruel y sórdida expuesta en la querella contra Monsalve. En este caso, no caben cálculos ni elucubraciones pseudoracionales que subliman la misma irracionalidad del acto. En ese sentido, las polémicas en torno a la presunta demora del gobierno para actuar en torno al caso; las desprolijidades que ciertamente se pudieren haber cometido para abordarlo o la ya antologable conferencia de prensa del Presidente Boric en Lampa, no aportan nada a la comprensión del caso ni a la consideración moral que merece, las que además en muchos casos lo ocultan e incluso son una manera de excusarlo.
Quedó expuesta la naturalización de estos actos, que son propios de sociedades machistas y conservadoras, a tal nivel que en las esferas más altas del poder por mucho que no sea la primera vez que pasa, se suceden con una frialdad que incluso se han transformado en tema para opinología y comparaciones absurdas, como las que han hecho los medios a propósito de un caso en que está involucrado un conocido futbolista. Tanto además, que recientes casos de abuso cometidos en el Parlamento, en los Tribunales de Justicia o de los que son víctima chilenos y chilenas todos los días, hubiesen dejado de existir.
De esa manera, vuelve a naturalizarse el abuso, una vez como violencia física y simbólica contra una mujer trabajadora; luego como espectáculo y objeto de especulaciones morbosas y opinología; y después como fetiche que oculta el abuso cotidiano del que somos víctimas los chilenos y chilenas todos los días en el marcado, en el trabajo, en los medios.
Las declaraciones rimbombantes de la derecha, no hacen más que reflejar su bajeza moral. Con su clásico fariseismo no se han referido al significado ético, social y cultural del caso, probablemente porque no tiene mucha estatura para hacerlo y solamente se han dedicado a derramar lágrimas de cocodrilo y atacar al gobierno. Únicamente aprovecha el respiro que el deplorable delito del que es acusado Monsalve le otorga después de semanas para el olvido por el caso audios.
La desmovilización de la sociedad; la asimilación de la acción política a la capacidad de sortear la coyuntura y los casos puntuales, le han facilitado las cosas a este conservadurismo moral y a la naturalización del abuso de poder, hasta llegar a los niveles grotescos y repugnantes de los que hemos sido testigos estos días.
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