Fernand Leger. Día de campo. 1953 |
El resultado de las elecciones municipales y regionales dejó a todas las coaliciones más o menos conformes. No hubo ganadores ni perdedores. Sólo movimientos sutiles en apariencia en el comportamiento del electorado. Se ganan municipalidades, se pierden otras. Unos eligen más concejales y otros menos. Aumentan o disminuyen los votos blancos y nulos más o menos en la misma proporción que aumenta o disminuye la molestia del pueblo con el sistema político producto de escándalos de corrupción, abuso de poder, autoritarismo, tráfico de influencias a favor de políticos, empresarios y personajes de la elite y sus familias.
Probablemente en una próxima ocasión volverán a manifestarse o distribuirse en una proporción distinta aunque sin hacer ninguna diferencia sustancial.
Precisamente la circunstancia que favorece a las fuerzas de derecha y conservadoras, las que viven de esta inercia social y política. Es la razón probablemente para que a pesar de sus latrocinios, su defensa del orden excluyente y autoritario que es el neoliberalismo, pese a sus sucesivas crisis y retrocesos electorales, siga siendo una alternativa de poder y de gobierno. En la pasada, lo peor de su repertorio de abyecciones, se abre paso desplazando a sus versiones tradicionales, víctimas de una fatiga doctrinaria y política que ya no puede seguir disimulado. No es necesario -no lo ha sido, por ahora- un cambio de elenco demasiado radical; los contenidos de fondo no varían sino solamente las circunstancias en las cuales defenderlos y a decir verdad, la derecha tradicional ha demostrado una falta de escrúpulos más o menos similar a la de sus vástagos neofascistas a la hora de hacerlo.
Las fuerzas de izquierda mantienen casi inalterada su base de apoyo electoral. Solamente desaparece el centro o lo que alguna vez presumió de serlo, lo que provoca en algunos una preocupación lastimera, cuando lo que debiera alarmarlos es el avance sostenido de la ultraderecha y la manera de aportar a su detención, su motivación actual -lo mismo que todos los demócratas. No es extraña, entonces, su conducta oportunista más preocupada de su sobrevivencia electoral que de las tareas políticas que la situación histórica les demanda, lo que además profundiza su decadencia.
Dicho avance de la ultraderecha tiene otro efecto destacable, que es la introducción de un desorden en las filas de la derecha que es el principal desafío para quienes la conducen. La estrepitosa caída de Marcela Cubillos, la visagra entre Republicanos y Chile Vamos es expresión de este desorden.
Los analistas más despiertos del sector lo saben y llaman a trabajar afanosamente para eliminarlo o a lo menos reducirlo tanto como para que no afecte sus posibilidades en las próximas paramentarias y presidenciales. La derecha chilena ha demostrado en varias ocasiones su capacidad para hacerlo aunque también la de convivir con éste desorden mientras ello no ponga en riesgo las bases de sustentación de la sociedad de clase que es el capitalismo.
Por el contrario, la movilización popular y de la opinión pública, la obliga a sacarse las caretas y ello a su vez, va generando grietas en su interior que posibilitan la irrpución de alternativas a la sociedad actualmente existente. Precisamente lo que explica el surgimiento de opciones políticas y electorales con capacidad de disputar el poder político en el municipio, en el Parlamento y la Presidencia de la República.
La modorra social tras la que se oculta un larvado cansancio y molestia de trabajadores, trabajadoras, empleados, jóvenes y personas mayores con el orden de cosas actualmente existente favorece, en este sentido, a la derecha y afecta gravemente las intenciones del gobierno de sacar adelante una agenda de reformas que, si bien no son el funeral del neoliberalismo, como alguna vez supuso era posible, favorecen a los trabajadores y el pueblo. Elminiación del CAE, reforma al sistema de pensiones, negociación colectiva ramal, etc.
Detrás de un maximalismo de cartón piedra que se excusa de su incapacidad en la denuncia de la insuficiencia de dichas reformas y se conforma con un economicismo de miopes perspectivas mientras llegan tiempos mejores, se oculta un deterioro progresivo de la voluntad de lucha de la izquierda y de su vocación de poder.
Hace rato que una democracia basada en la suposición de que el sistema representativo es suficiente para expresar fielmente a la sociedad y procesar sus diferencias y demandas, fue ampliamente sobrepasada. A eso se suman las denuncias conocidas por bullados casos de corrupción, tráfico de influencias y abuso de poder, que la colocan cada vez más escéptica y desconfiada. Es esa la circunstancia que explica el que ésta demande una profunda reforma, resistida por unos, temida por otros y aparentemente inasible para los que la conciben aun confusamente.
El pueblo, mientras tanto, sigue esperando y en la espera, probando parte del buffet que el modelo ofrece entre sus alternativas, incluyendo las más tóxicas. ¿Otro estallido? También puede ser, con la diferencia de que esta vez nadie va a poder decir que no lo vio venir.
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