Jean ANtoine Watteau. Mezzetin. 1717-1719 |
El próximo 24 de noviembre se va
a celebrar la segunda vuelta de la elección de gobernadores. En el caso de la
Región Metropolitana, esta tiene una gran significación por varios motivos, y
no precisamente por lo que implica para la región en términos de un proyecto de
desarrollo.
El primero de ellos,
naturalmente, el que se trata de la Región donde está la capital del país y por
mucho que el Congreso esté en Valparaíso producto de un gesto populista de
última hora de Pinochet -fingiendo una descentralización que nunca fue- el
corazón del poder político. Se trata además de la región que concentra la mayor
cantidad de electores, lo que de por sí, le otorga una importancia cuantitativa
mayor que la del resto de las regiones en la definición de la correlación de
fuerzas entre gobierno y oposición y entre las diversas opciones políticas en
disputa.
Lo segundo que le confiere
características particulares a esta elección, es quienes la protagonizan. Por
un lado, un representante de la nueva derecha, fanática, agresiva, y
abiertamente reaccionaria con un sobreviviente de la DC.
En el caso del primero, la
expresión del retroceso moral y cultural de la derecha hacia los fundamentos
más prosaicos de su pensamiento -que es lo único que le queda a falta de
propuestas- y que como todo fascista, se apoya en el sentido común, esto es, la
ideología dominante y el repertorio de valores conformados por treinta años y
más de prédica machacona acerca del esfuerzo y la competencia como factor de
progreso social e individual, el endiosamiento de la empresa privada como
dadivosa proveedora de estas y el consumo como fuente de felicidad ilimitada.
El riesgo que ello implica para
la región en términos de desarrollo y calidad de vida de sus habitantes se
puede imaginar fácilmente. Sería la profundización a escala local del modelo de
desarrollo de los últimos treinta años. Una fiesta para las inmobiliarias,
concesionarias de diverso tipo, empresas del retail y la energía a expensas del
encarecimiento del costo de la vida, una mayor contaminación, pérdida de áreas
verdes y de zonas agrícolas; mercantilización aún mayor de servicios
básicos y de lo que todavía no ha sido convertido en negocio.
El candidato DC, apoyado por
todos los sectores democráticos y progresistas, ha asumido esta campaña más
como si fuera una presidencial, alentado probablemente por las aspiraciones de
alguno que otro de sus antiguos correlegionarios de volver a ser la fuerza
determinante que fue en los años noventa, poniendo en grave riesgo
lamentablemente sus posibilidades. Con su inveterado anticomunismo y una
soberbia muy poco constructiva, da la impresión a cualquier observador
desinteresado que su comando es él y a quienes él escoja. Su discurso parece
hablarle no a quienes tienen disposición de movilizarse en esta elección para
detener a la derecha y construir una región más justa, más democrática y un
gobierno al servicio de sus habitantes sino a quienes supone, eventualmente,
siguen siendo el electorado de “centro” que siempre representó su sector.
Una suposición ingenua que podría
costarle caro a su candidatura y al pueblo de la RM, por cierto. Los resultados
que han obtenido Demócratas y Amarillos, residuos de la crisis y agonía del
PDC, no son solamente el resultado de su
paulatina pero cada vez más radical derechización. Sus resultados dan
cuenta de que ese electorado ha cambiado y se mueve hacia otras opciones
políticas que respondan a las contradicciones que agitan actualmente a nuestra
sociedad. La candidatura de Francisco Orrego se alimenta de ellas y con un
discurso facilón y una puesta en escena chabcana que conecta rápidamente con el
sentido común individualista y “meritocrático” del neoliberalismo, se apresta a
aglutinar a toda la derecha de la RM en la segunda vuelta del 24 de noviembre.
La batalla por la RM debiera
entonces aglutinar a todos los sectores políticos y sociales, en torno a la
transformación; la idea de un proyecto de desarrollo regional; la movilización
de la sociedad civil junto a sus CORES por la defensa de su calidad de vida, la
democracia y los derechos de sus habitantes. Y la candidatura a gobernador, ponerse a su servicio y encabezar
este proyecto a riesgo de no ser más que la alternativa menos mala, augurio
casi seguro de una triste derrota.
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