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| Pieter Bruegel. Danza campesina. 1568 |
Dos millones de votos, alrededor de diez y seis puntos de
diferencia, son la derrota más apabullante que le haya propinado la derecha a
la izquierda. La de Kast es también la mejor votación que haya obtenido en toda
su historia. Se trata de un fenómeno más o menos extraordinario pero que debe
tener causas materiales, y no solo emocionales o de un psicologismo superficial
ni de una sociología de divulgación, resumido en el concepto "facho
pobre" o "ciudadano mall".
La diferencia es obscena, especialmente considerando que
"el país no se cae a pedazos" y el gobierno saliente tiene un
conjunto de realizaciones que beneficiaron a trabajadores y trabajadoras y al
pueblo que supusimos suficientes como para disputar la frontera entre la
reacción y los demócratas. Claramente nos equivocamos y esa frontera estaba en
otra parte que parecemos no ver.
De hecho, la retórica "milenarista" de Kast y la
ultraderecha -la que incluso sonrojaba a la derecha tradicional- tuvo efecto. Y
ese efecto no podría ser el resultado únicamente de la manipulación de los
medios -aunque también fuera uno de los factores que lo explica-.
El hecho de que prácticamente intacta, la votación de Parisi
se trasladara al candidato de ultraderecha es una demostración de que el
resultado de la elección expresa algo todavía más profundo de lo que la
ingeniería electoral puede explicar. En efecto, supusimos que en la disputa de
ese veinte por ciento estaba la posibilidad de dar vuelta el resultado que
aritméticamente era predecible, ello en base a pura voluntad y adaptación a sus
inclinaciones reinterpretándolas a la rápida tratando de darles un sentido
progresista.
Sin embargo, pese a su oportunista cambio de tono y estilo,
su insistencia majadera en que representa al cambio, aun sosteniendo las mismas
banderas aplicadas en los años de predominio del neoliberalismo, aunque en una
versión remasterizada y que recuerda más la versión original de los ochenta que
a su glamorosa apariencia noventera, fue suficiente para seducir a ese veinte
por ciento, sin considerar que ya las votaciones de Kaiser y Matthei lo
expresaban de uno u otro modo.
En primer lugar, que la distancia de la izquierda de la
sociedad real es más grande de lo que suponía y no tiene que ver con las RRSS
ni con fenómenos emergentes de los que no estaría dando cuenta como la
inmigración, la proliferación de la delincuencia y el narcotráfico, etc. Así
como tampoco lo era la agenda de la diversidad hace veinte o treinta años, en
que el medioambiente y los derechos de las divergencias sexogenéricas vinieron
a enriquecer su acervo doctrinario, político y cultural sin haberla delimitado
en forma definitiva.
Tratando de adaptarse, de esta manera, a los cambios de la
sociedad sin someterlos a un cuestionamiento de su significado social y
político, ha ido perdiendo su poder y vocación de negar su presunta naturalidad
y por lo tanto, su vocación crítica y transformadora.
En efecto, su burocratización en las tareas de
administración del Estado y en su relación con el pueblo no es un fenómeno
nuevo ni solamente el resultado de deformaciones doctrinarias o morales. El
caudillismo; el exceso de reunionitis y formalismos insípidos; etc. son
expresiones de esta falta de vocación de poder y transformación en que los
ritos, la discusión bizantina y un intelectualismo snob; los procedimientos
burocráticos y el funcionamiento, se transformaron en fines que se expresan luego
en un electoralismo vacío pues no manifestaba, excepto ocasionalmente, un
sentido de transformación. De esa manera, la apropiación del cambio por parte
de la derecha, por muy demagógica que fuera su utilización, no fue algo que
diera origen siquiera a una discusión ideológica, teórica o doctrinaria con
ésta por parte de la izquierda.
No se trataba, en este sentido, sólo de rebatir el contenido
demagógico del discurso catastrofista de la derecha y de Kast. Hacerlo tenía
sentido entre algunos sectores de clase media más ilustrados y de trabajadores
con contrato, pero al trabajador informal, el que ni siquiera tiene un salario,
empleo fijo, al “emprendedor” que vive en la precariedad, pero no llega a fin
de mes y quiere consumir sí que le hacía sentido. Son como tres millones de
trabajadores informales, microemprendedores, que van desde el que vende a la
cola de la feria hasta el que arregla algo en la esquina o vende tortas en la
villa.
No será con más o mejores explicaciones que la izquierda
vaya a ganarse a ese sector del pueblo. No será con más reuniones ni menos con
pretensiones de superioridad moral. Como dice la canción de Carlos Puebla, “soy
del pueblo, pueblo soy y adonde me lleva el pueblo voy”; es interpretando y
siendo parte de sus anhelos de cambio para todos y todas, y no solamente desde
la sola defensa de lo avanzado en los últimos años que la izquierda volverá a
identificarse con éste y ser un factor efectivo de transformación social.

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