La coronación de Napoleón. Jacques Louis David |
El ocaso del gobierno de Piñera y las esperanzas de la derecha
Los últimos
meses de gobierno que tuvo Sebastián Piñera fueron bastante intensos.
En efecto,
tal como lo hiciera Pinochet los meses y hasta las horas previas de entregarle
la banda al primer presidente electo después de diez y siete años de
dictadura, la parafernalia del gobierno
saliente y en particular de su presidente, se desarrolló a través de una
intensa ola de inauguraciones de obras inexistentes o inconclusas ; concesiones
de hospitales; proyectos de ley de última hora; despliegue en terreno en todas
las regiones del país; y por supuesto una cuidada puesta en escena
comunicacional –incluida una encuesta que, gracias a la docilidad de las
estadísticas para comprobar lo que se quiera que comprueben, le restituyó la
popularidad perdida gracias a su desastrosa administración, encuesta a cargo de
su amigo Roberto Méndez-.
En este
sentido, el gobierno de Piñera sale a defender su obra y su legado, como el capital político de lo
que llama “una derecha moderna”. Se va del gobierno en medio de inauguraciones
y discursos para la posteridad, como si fuera una suerte de Napoleón. Otra niñería de Piñera, pensarán algunos.
Sin embargo,
hojeando las páginas del diario El Mercurio, y particularmente de su editorial,
se podría interpretar como la realización de las obras inconclusas del programa
de la derecha y que a comienzos del 2011 anunciaba Piñera en estas mismas páginas
y que no pudo completar antes, durante su administración, debido a la fuerte
resistencia de la sociedad civil y la intensa movilización de masas que generó
dicha resistencia en todos los frentes: educacional, ambiental y laboral.
Evidentemente
hay materias en las que el gobierno de los empresarios quedó claramente al debe
con sus representados, en lo que dice relación con flexibilidad laboral y
energía, por ejemplo. Y ello es materia de debate al interior de la derecha. Y
como dice la conocida y archirrepetida fórmula, las cosas se pueden ver desde
el lado vacío del vaso o desde el lado lleno. Dicho de otra manera, la derecha
avanzó mucho menos de lo que hubiese querido.
En medio de
su debacle, trata de recuperar el tiempo perdido y rescatar todo aquello que
pudiera servir de base para un nuevo período en La Moneda, suponiendo que
pudiera llegar a ocuparla en el mediano plazo.
Sin embargo,
ya muchas veces se ha hablado de su futuro como un escenario de disputas por la
dirección del sector y de dispersión de sus tendencias mayoritarias o
fundamentales: conservadores, liberales y nacionales, fundamentalistas del
modelo de Pinochet y reformistas moderados. En efecto, Piñera demolió a la
derecha en sus cuatro años de gobierno y bajo su mandato. A primera vista, una
contradicción con sus discursos triunfalistas; con la defensa de su supuesto
legado y la obra realizada, obra reconocida incluso por sus más enconados
detractores, por ejemplo Ossandón.
En este
sentido, toda la performance piñerista, incluidas las loas de sus corifeos de
última hora, además de reconocer el lado lleno del vaso; de completar la obra
inconclusa de la primera administración derechista desde el retorno a la
democracia; y sentar las bases para su retorno al poder el 2017, se podría
interpretar como el posicionamiento de los liberales en este nuevo escenario y
en relación con los desafíos que impone. En este sentido, es Piñera el que
aparentemente lleva la delantera en la recomposición de su sector y más allá de
que sea él quien lo encabece el 2017, reivindica las banderas de la
privatización, la flexibilidad laboral y las concesiones.
De volver al
gobierno, tal como lo han dicho y escrito varios columnistas e intelectuales de
la derecha, independientemente del sector al que adscriban en ésta, la obra
realizada por el gobierno de Piñera es la base para reconstruir un proyecto
para el futuro y las tareas inconclusas, las razones para volver a La Moneda el
2017.
Lamentablemente,
esta puesta en escena veraniega de Piñera se vio facilitada por la ausencia de
una vocería nítida y oportuna de la Nueva Mayoría. Sin embargo, las
grotescas confusiones de la Alianza, sus peleas internas, las que no se han
caracterizado precisamente por su delicadeza, hacen que por el momento, ello no
haya significado un costo para la instalación del nuevo gobierno. Sin embargo,
de persistir podría ser la condición que necesita para que la sociedad chilena,
que del 2011 en adelante se manifestó en las calles y después en las urnas, en
contra de la derecha y su política, vuelva a votar por ella el 2017.
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