La
pandemia de coronavirus ha puesto en evidencia la vergonzosa desigualdad y
exclusión que caracterizan a nuestra sociedad. También en el plano educativo y
cultural. Es tan evidente que incluso, con el oportunismo y falta de
escrúpulos que caracterizan a la derecha, las ha usado el propio Ministro
de Educación -sin que se le arrugue un músculo de la cara y como si él mismo no
tuviera nada que ver con esto- como argumento para presionar a las comunidades
a reabrir las escuelas y retomar la actividad escolar.
A eso hay que agregar que las medidas
adoptadas por el gobierno, no han hecho sino agravarlas. En efecto, la gran
mayoría de ellas favorecen a la gran empresa. Para éstas, se garantizan
planes de ayuda y salvataje por millones de dólares; se aprueban leyes como la
de "teletrabajo" o “protección del empleo” y se las pretende
extender, mientras que las ayudas a las familias trabajadoras se caracterizan
por su milimétrica focalización, limitando su alcance y duración.
Para los trabajadores de la educación,
más responsabilidades sin siquiera haberles entregado las herramientas
materiales necesarias y financiándolas de su propio bolsillo. Para nuestros
estudiantes, una carga académica sin sentido, como no sea "pasar la
materia" y ello como si no estuviera pasando nada a su alrededor o fueran
indemnes cultural y emocionalmente a la pandemia, lo que sin la tecnología
adecuada agrava y profundiza, además, dicha desigualdad educativa y cultural y
se transforma en una fuente adicional de angustia que se expresa como abulia y desmotivación, entre otras cosas.
En los hogares de nuestros estudiantes,
al drama de la enfermedad y la incertidumbre, hay que agregar la pobreza y el
hacinamiento. El aumento de la violencia de género y la vulneración de los
derechos de niños, niñas y jóvenes. Todo ello, "descubierto" por
escandalizadas autoridades del Estado y noticieros sensibleros y morbosos.
El
fariseismo en este sentido es probablemente una de las características
esenciales de la cultura dominante más llamativas y que se ha hecho más
indignante para un mínimo sentido de la decencia en la actualidad.
El trauma provocado por todo esto,
difícilmente será olvidado por esta generación y plantea un enorme desafío a la
política educativa y a la sociedad entera. No basta, evidentemente, con el
escándalo.
Para el Ministro Figueroa y el Gobierno
de Sebastián Piñera, en cambio, esto pareciera no ser más que un paréntesis y
el motivo de una desagradable sorpresa que cuanto antes se olvide, mejor. Ya en
abril insistía y presionaba con el retorno a clases, en contra de toda la
evidencia y las opiniones de la comunidad académica, científica y de los gremios
de trabajadores de la educación y la salud.
Luego, planteó una y otra vez la
realización del SIMCE y la Evaluación Docente.
Una y otra vez ha debido retroceder y sin
embargo, no ha dado ninguna explicación al país ni a la comunidad escolar.
Sigue a cargo del MINEDUC como si no hubiera pasado nada.
Ahora, usando argumentos falaces y
demagógicos, insiste con el retorno a clases, sin hacerse cargo de lo que esto
significa realmente y reduciendo todo a la compra de alcohol y mascarillas. No
entendió nada.
La oposición ciertamente, debiera hacerse
cargo de su responsabilidad ya que el ministro Figueroa y el gobierno actual
parecen no estar dispuestos, de manera que tendrá que hacerlo el próximo
probablemente.
Lo que tibiamente comenzó con la
priorización curricular debiera haber hecho considerar a Figueroa, al
Presidente del Consejo Nacional de Educación y otras autoridades educacionales la pertinencia de revisar el curriculum nacional. Nuestro sistema
escolar no puede estar sujeto a cambios de los planes y
programas de estudio coyunturales, sin considerar las necesidades
educativas que la pandemia ha dejado en evidencia y el aprendizaje que al
sistema escolar le queda después de ésta en lo que respecta a
objetivos y contenidos curriculares.
Asimismo, reformar el
sistema de aseguramiento de la calidad de la educación para que éste
cumpla con el fin que debiese cumplir y no ser usado como pretexto para el
cierre de escuelas públicas, las que en el transcurso de esta emergencia han
demostrado lo imprescindibles que son en la educación, integración y cuidado de
comunidades enteras. Usando por ejemplo, pruebas muestrales para realizar la
evaluación y seguimiento de las políticas educacionales del Estado, detectar
las necesidades del sistema escolar y realizar las reformas que venga al caso
realizar.
El sistema de financiamiento de nuestros
establecimietos educacionales, ciertamente, no colabora mucho y si en
tiempos normales, apenas alcanzaba a cubrir una parte menos que elemental de
las necesidades de escuelas y liceos, hoy en día y considerando la necesidad de
reabrirlas en cuanto se den las condiciones, éstas tampoco serán las mismas y
sus requerimientos de seguridad e higiene más estrictos –las que además serán
impresicindinbles para el cuidado de padres y apoderados que deben poner en
marcha nuevamente la producción y el consumo del país- y la asistencialidad
escolar otras necesidades, además de almuerzo y desayuno.
La epidemia no sólo agrava la
desigualdad como si se tratara de un accidente circunstancial sino que ha sido
aprovechada por los sectores hegemónicos de nuestra sociedad –neoliberales de
todas las denominaciones y tendencias, sector empresarial, fianciero,
autoritarios y conservadores - precisamente como una oportunidad para proteger
privilegios y prebendas que la caracterizan tan escandalosmante como la
pobreza.
Se trata de un problema político, donde
ser oposición significa precisamente ser una alternativa; señalar
permanentemente los desatinos, lo que la diferencia política, doctrinaria,
cultural y moralmente de la derecha y su defensa impúdica de los intereses de
clase de quienes se han beneficiado del modelo.
Lo copié compita. Es bueno difundir propuestas a la comunidad
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