lunes, 17 de agosto de 2020

Pensar la nueva escuela

 

   
             Antonio Berni. Juanito remontando su barrilete. Xilografía. 1961

  La pandemia de coronavirus ha puesto en evidencia la vergonzosa desigualdad y exclusión que caracterizan a nuestra sociedad. También en el plano educativo y cultural. Es tan evidente que incluso, con el oportunismo y falta de escrúpulos  que caracterizan a la derecha, las ha usado el propio Ministro de Educación -sin que se le arrugue un músculo de la cara y como si él mismo no tuviera nada que ver con esto- como argumento para presionar a las comunidades a reabrir las escuelas y retomar la actividad escolar. 

  A eso hay que agregar que las medidas adoptadas por el gobierno, no han hecho sino agravarlas. En efecto, la gran mayoría de ellas favorecen a la gran empresa. Para éstas, se garantizan planes de ayuda y salvataje por millones de dólares; se aprueban leyes como la de "teletrabajo" o “protección del empleo” y se las pretende extender, mientras que las ayudas a las familias trabajadoras se caracterizan por su milimétrica focalización, limitando su alcance y duración.

  Para los trabajadores de la educación, más responsabilidades sin siquiera haberles entregado las herramientas materiales necesarias y financiándolas de su propio bolsillo. Para nuestros estudiantes, una carga académica sin sentido, como no sea "pasar la materia" y ello como si no estuviera pasando nada a su alrededor o fueran indemnes cultural y emocionalmente a la pandemia, lo que sin la tecnología adecuada agrava y profundiza, además, dicha desigualdad educativa y cultural y se transforma en una fuente adicional de angustia que se expresa como abulia y desmotivación, entre otras cosas.

  En los hogares de nuestros estudiantes, al drama de la enfermedad y la incertidumbre, hay que agregar la pobreza y el hacinamiento. El aumento de la violencia de género y la vulneración de los derechos de niños, niñas y jóvenes. Todo ello, "descubierto" por escandalizadas autoridades del Estado y noticieros sensibleros y morbosos.

   El fariseismo en este sentido es probablemente una de las características esenciales de la cultura dominante más llamativas y que se ha hecho más indignante para un mínimo sentido de la decencia en la actualidad. 

   El trauma provocado por todo esto, difícilmente será olvidado por esta generación y plantea un enorme desafío a la política educativa y a la sociedad entera. No basta, evidentemente, con el escándalo. 

  Para el Ministro Figueroa y el Gobierno de Sebastián Piñera, en cambio, esto pareciera no ser más que un paréntesis y el motivo de una desagradable sorpresa que cuanto antes se olvide, mejor. Ya en abril insistía y presionaba con el retorno a clases, en contra de toda la evidencia y las opiniones de la comunidad académica, científica y de los gremios de trabajadores de la educación y la salud.

  Luego, planteó una y otra vez la realización del SIMCE y la Evaluación Docente.

  Una y otra vez ha debido retroceder y sin embargo, no ha dado ninguna explicación al país ni a la comunidad escolar. Sigue a cargo del MINEDUC como si no hubiera pasado nada.

  Ahora, usando argumentos falaces y demagógicos, insiste con el retorno a clases, sin hacerse cargo de lo que esto significa realmente y reduciendo todo a la compra de alcohol y mascarillas. No entendió nada.

  La oposición ciertamente, debiera hacerse cargo de su responsabilidad ya que el ministro Figueroa y el gobierno actual parecen no estar dispuestos, de manera que tendrá que hacerlo el próximo probablemente. 

  Lo que tibiamente comenzó con la priorización curricular debiera haber hecho considerar a Figueroa, al Presidente del Consejo Nacional de Educación y otras autoridades educacionales la pertinencia de revisar el curriculum nacional. Nuestro sistema escolar no puede estar sujeto cambios de los planes y programas de estudio coyunturales, sin considerar las necesidades educativas que la pandemia ha dejado en evidencia y el aprendizaje que al sistema escolar le queda después de ésta en lo que respecta  a objetivos y contenidos curriculares.

  Asimismo, reformar el sistema de aseguramiento de la calidad de la educación para que éste cumpla con el fin que debiese cumplir y no ser usado como pretexto para el cierre de escuelas públicas, las que en el transcurso de esta emergencia han demostrado lo imprescindibles que son en la educación, integración y cuidado de comunidades enteras. Usando por ejemplo, pruebas muestrales para realizar la evaluación y seguimiento de las políticas educacionales del Estado, detectar las necesidades del sistema escolar y realizar las reformas que venga al caso realizar. 

  El sistema de financiamiento de nuestros establecimietos educacionales, ciertamente, no colabora mucho y si en tiempos normales, apenas alcanzaba a cubrir una parte menos que elemental de las necesidades de escuelas y liceos, hoy en día y considerando la necesidad de reabrirlas en cuanto se den las condiciones, éstas tampoco serán las mismas y sus requerimientos de seguridad e higiene más estrictos –las que además serán impresicindinbles para el cuidado de padres y apoderados que deben poner en marcha nuevamente la producción y el consumo del país- y la asistencialidad escolar otras necesidades, además de almuerzo y desayuno. 

  La epidemia no sólo agrava la desigualdad como si se tratara de un accidente circunstancial sino que ha sido aprovechada por los sectores hegemónicos de nuestra sociedad –neoliberales de todas las denominaciones y tendencias, sector empresarial, fianciero, autoritarios y conservadores - precisamente como una oportunidad para proteger privilegios y prebendas que la caracterizan tan escandalosmante como la pobreza. 

  Se trata de un problema político, donde ser oposición significa precisamente ser una alternativa; señalar permanentemente los desatinos, lo que la diferencia política, doctrinaria, cultural y moralmente de la derecha y su defensa impúdica de los intereses de clase de quienes se han beneficiado del modelo. 

 

 

 

 

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