Hasta ahora, el debate sobre los efectos de la pandemia de coronavirus se ha centrado en el retraso en cobertura curricular con su consabida consecuencia de profundización de la desigualdad, y como resultado de esto, las alternativas para hacerse cargo de ello. Estas van desde la nuclearización de contenidos, integración de asignaturas, tratamiento didáctico basado en proyectos y trabajo en grupo, etc. Parece un chiste. Los mismos debates que debieran ser abordados en un período "normal", ahora son tratados como si se tratara de "grandes descubrimientos", ello como consecuencia precisamente de la transformación de la educación escolar en "pasar materia".
O lo que es peor, estos efectos de retraso educativo y profundizaciòn de la desigualdad, son presentados como prueba de la necesidad lógica -lo que sabemos desde San Anselmo no es lo mismo que una necesidad real-, de reabrir las escuelas y liceos, con mas o menos restricciones. Es impresionante. Los ideólogos del sistema neoliberal se han especializado en presentar las desgracias, como accidentes inexplicables, meros hechos naturales sin ninguna relación con la sociedad real e incluso de transformarlos en oportunidades para consolidar la hegemonía material y cultural de las clases dominantes.
Este debate no es otra cosa que una manifestación sofisticada de lo que Paulo Freire llamaba hace décadas, la "educación bancaria", ahora modificada con lenguaje constructivista para hacerla más tolerable, aunque manteniendo su núcleo esencial de domesticación cultural y conformación de una mentalidad dócil , tanto en docentes como en estudiantes, con derecho a participar de su aprendizaje sólo en la medida que no cuestiona el significado, la orientación política y cultural de la educación.
Precisamente lo que la pandemia ha planteado con radicalidad. En efecto, esta ha hecho protagonista la desigualdad, la exclusiòn, la precariedad de la vida; la violencia de género y la explotación como única alternativa frente a la muerte. Se trata de experiencias límite que la escuela de cierta manera, hasta ahora, había contenido aunque no ciertamente para reelaborarlos ni cuestionarlos excepto muy superficialmente como si se tratara de una responsabilidad individual o un derecho a realizarse en la vida privada.
Se trata de una experiencia límite que difícilmente será olvidada por esta generación de niños y jóvenes, que es pública y notoria. Sin embargo, nadie se pregunta por ello ni tampoco por la manera en que estos la significarán e integrarán en sus vidas. Los y las docentes que han podido realizar clases on line y mantener una relación más o menos permanente con sus estudiantes hacen alusiones a aprendizajes como el desarrollo de una mayor autonomía, formación de hábitos de estudio, responsabilidad en el desarrollo de tareas domésticas, tutorías a hermanos menores y sin embargo, a esta experiencia, ni los "especialistas" ni la autoridad polìtica correspondiente parecieran dar importancia, obsesionados por su mentalidad positivista con la cobertura y la medición -que no es lo mismo que la evaluación educativa-.
Eso sin considerar, la enorme cantidad de estudiantes de los que no se sabe nada, según las estadísticas realizadas a este respecto. ¿Es que este aprendizaje le pertenece a algunos estudiantes o a algunos docentes afortunados? y como contraparte, ¿será efectivo que los estudiantes "desconectados" no han aprendido nada en estos meses? o incluso, ¿cómo integrará el sistema escolar sus aprendizajes y experiencias cuando se reabran las escuelas?¿Qué ha aprendido el sistema escolar en esta pandemia?
La idea de una pedagogía y una educación que integre -no como si se tratara de una especie de tolerancia "progre"- es precisamente que la diferencia ponga en cuestión el sentido de lo aprendido y aporte con una visión diferente. Eso es lo contrario de la "educación bancaria".
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