martes, 11 de agosto de 2020

Una nueva escuela, otra manera de convivir


Francisco Goya. Los caprichos. Si sabrá más el discípulo

                                              


El Ministro de Educación, Raúl Figueroa ha entrado de lleno a la carrera por batir el récord de los despropósitos y chambonadas, marca que su antiguo colega del gabinete, Jaime Mañalich, había dejado bastante alta. 

Esta vez, insistiendo con una tozudez incomprensible, en la reapertura de las escuelas y liceos, sin que haya evidencia alguna de seguridad para las comunidades al volver a ellas, excepto índices numéricos que suben y bajan de semana en semana, como si fueran explicación de alguna cosa y sin considerar las acciones humanas.

¡Impresionante! La derecha chilena, a este respecto, bate records mundiales comparables solamente con  personajes tan grotescos como Donald Trump o el Mussolini tropical, Jair Bolsonaro. 

Es el resultado de un voluntarismo ideologizado e insensato. El fascismo, ciertamente, siempre se ha caracterizado por su desprecio de la inteligencia y la razón y su apelación a las emociones, la estética, los instintos irracionales, la voluntad y el desenfreno. 

Tomando esto en consideración, no es extraño, pues, que el racismo y la violencia contra el pueblo mapuche ocupe titulares, y no su demanda histórica por tierras y autonomía arrebatadas en siglos de opresión desde la conquista; o que el femicidio y la violencia de género ocupe un lugar de privilegio en la parrilla programática de medios amarillistas, en lugar de ser tratado como lo que es, un problema de Derechos Humanos y una manifestación del carácter excluyente de nuestra sociedad del que deberíamos avergonzarnos. 

De esa manera, las reacciones predominantes en los medios y en las redes sociales abundan en el tratamiento superficial, sensiblero o pintoresco. Ni una sola alusión a los fundamentos económicos, culturales y políticos de estos fenómenos -excepto unas académicas e inocuas interpretaciones que hacen de estas, hechos singulares sin ninguna relación con la totalidad de lo social-.

Tampoco al rol que los medios, especialmente las redes sociales que actúan como gigantescas carreteras de información sin contenido y que convierten a las audiencias en recipientes siempre dispuestos a la acción irreflexiva, insensibles al significado de imágenes, mensajes y llamamientos. Los debates sobre la televisión en los años setenta, contrastan por su ingenuidad, con lo que han significado las redes sociales en la conformación de una mentalidad fascista en la actualidad. 

Respecto de este punto, nuestro flamante ministro de educación no ha mencionado ninguna palabra. Para él, su responsabilidad es meramente administrativa. Pagar las subvenciones, definir el calendario escolar y hacerlo cumplir. Obligar a los y las docentes a hacer clases y a los padres a mandar a sus hijos a las escuelas. Parece más un burócrata que la autoridad política de una de las más delicadas responsabilidades que la modernidad ha definido como propia del Estado. 

La pandemia de coronavirus, ciertamente, ha hecho evidente la pobreza, la desigualdad, la exclusión y la hipocresía del relato liberal del esfuerzo, la propiedad, la libertad individual y hecho de la tolerancia y la caridad, un triste placebo para consolar a una sociedad enferma. Además, ha hecho trizas la obsesión por medirlo todo. En estas circunstancias, los fracasos del ministerio de educación son comparables solamente a los de los ministros de salud por garantizarla a toda la población o del aplicado ministro de hacienda, derrotado una y otra vez por la realidad. 

Asimismo, el absurdo del curriculum escolar concebido como un catálogo de contenidos enciclopédicos que en estas circunstancias resultan ociosos si no son sujetos a la interpretación, el debate y la resignificación de quienes realmente los crean, las comunidades conformadas por docentes, estudiantes, padres y apoderados, golpeados por la enfermedad, el miedo, la incertidumbre y la pobreza. Y no se trata solamente de la cantidad de contenidos ni de cuáles son más importantes, sino de su "sentido", su valor para el aprendizaje y el enriquecimiento de la experiencia en el marco de la sociedad democrática a que aspiramos en medio de una desigualdad que la niega constantemente. 

Resulta inconcebible la majadería del ministerio de educación por reiniciar las actividades del sistema escolar, como si la pandemia hubiese sido una circunstancia desafortunada que ya estaríamos en vías de superar, lo que no ha sido así en ninguna parte del mundo por lo demás  y ello en el supuesto, incluso, de que el nuevo ministro de salud fuera veraz a este respecto.  

Resulta inconcebible, efectivamente, sin plantear siquiera la pregunta por la escuela pos pandemia. Sin evaluar el papel que han jugado todos estos meses ni si seguirá siendo el mismo en el futuro. Qué aprender en ella, por qué y cómo hacerlo. El rol de la educación estatal y las responsabilidades que los trabajadores de la educación, profesionales, técnicos y de servicios tendrán que cumplir. 

Ni la sociedad ni la escuela volverán a ser la mismas. Es de esperar que la razón y la política y no un voluntarismo irreflexivo y torpe sean los que se hagan cargo de responder estas preguntas. 





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