Desde que se decretó el Estado de Emergencia producto de la
pandemia de coronavirus en el país, la crisis política ha estado entre
paréntesis, pero no ha tenido un alivio definitivo. Es más, en medio de la más
horrenda condición sanitaria en un siglo, con miles de muertos y personas
enfermas sobreviviendo a duras penas una prolongada recesión, la revuelta le
respira en el cuello a la "ejemplar" democracia que celebraran
Brunner, Tironi, Genaro Arriagada, el CEP y toda la inteligentzia formada
alrededor de la política de los consensos a fines del siglo pasado.
Pareciera por momentos, incluso, que las elites empresarial y
política del país (manifestación de un poder de clase que ejerce, y ha ejercido
durante las últimas tres décadas, un dominio absoluto en prácticamente
todas las esferas de la sociedad) actúan azuzando el antagonismo, la
desigualdad y la exclusión. El abuso y la violencia policial, ejercido
con un enconado clasismo en contra de los pobres, el pueblo mapuche, las
disidencias sexuales, la población migrante y la juventud popular, es solamente
una manifestación caricaturesca del carácter de la sociedad que ha construido
esta oligarquía, lo que ni todas las lágrimas de cocodrilo que puedan verter
políticos dizque "de centro" -mote en que cabe de todo- podrán
disculpar.
Cierta derecha, autodenominada "social", a su manera
-es decir, con ese fariseismo vergonzante que la caracteriza-, lo ha
comprendido muy bien y hoy en día, la lleva a levantar unos postulados que a
los aprendices ñoños del neoliberalismo hacen retorcerse de indignación. El
sector, en efecto, está cruzado por contradicciones no vistas en más de
cincuenta años. De afuera, JAK y su secta de fanáticos, les pisa los talones y
aunque lo aceptaron a regañadientes en su lista a convencionales, hoy en día no
pueden ocultar su parentesco y los profundos lazos que los unen, pese a sus
ínfulas de liberalismo republicano, que a estas alturas resultan
ridículas.
La actitud de la derecha -política y económica- en todo este período ha
sido de una avaricia y un miedo indisimulados. Y ese temor se manifiesta en sus
actuaciones políticas e institucionales, tratando de limitar de todas las
maneras posibles, la participación del pueblo y de proteger sus privilegios y
prebendas. Lamentablemente para ella, estas manifestaciones de lo mezquino de
su concepto de sociedad -de lo cual Piñera como personaje es un ejemplo que
parece sacado de un libro de Balzac- la colocan en este difícil trance por el
que pasa hoy en día.
Se ha expresado ya varias veces a lo largo de todo este período
de pandemia y crisis larvada, por ejemplo en la discusión por los retiros del
10% de los ahorros de los trabajadores “administrados” por las AFP.
También en lo que dice relación con las reformas al sistema político. No es un
fenómeno nuevo. Ya durante la primera administración de Piñera, se habían
manifestado tibiamente.
Sin embargo, la dramática, y prácticamente sin salida,
situación en la que estaba el gobierno en noviembre del año 2019, los obligó a
aceptar a regañadientes el salvavidas que le lanzó el centro político
representado por la Concertación y el FA y hacerlas más evidentes. Sin embargo,
una vez que pasó el plebiscito constitucional, haciendo gala de su inveterado y
profundo sentido de clase, la derecha parece efectivamente enrielada tras la
defensa de las bases del sistema neoliberal, sistema que le ha garantizado
probablemente como ningún otro, los niveles de ganancia más estrafalarios de la
historia a una oligarquía autocomplaciente y estrecha.
Pero como le faltan razones para sostener este rumbo, o las que
ha enarbolado durante los últimos treinta años aparecen hoy por hoy ante todos
-sin disfraces- como lo que son, pura ideología de clase, no le queda más
remedio que recurrir a lo más prosaico de su repertorio. El autoritarismo, el
paternalismo, la hipocresía y a ratos -por qué no- la violencia desatada contra
el pueblo. Ejemplos de ello son sus recurrentes súplicas al TC para hacerse
cargo de su incapacidad política y ausencia de argumentos; los crímenes
cometidos por agentes del Estado -especialmente carabineros-; la
forma poco decorosa en que han zafado sus ministros de las acusaciones
constitucionales gracias a los votos de sectores oportunistas de la oposición;
o las repetidas chambonadas presidenciales, la última para referirse
a la sentencia judicial de los tribunales de un país vecino, lo que tuvo que
ser “explicado” por otro “político de fuste” de la derecha
chilena, el canciller Allamand.
Em fin. La locura política parece haberse apoderado de las
cabezas de la derecha chilena y de la elite empresarial. Su temor a cualquier
cambio, sus permanentes provocaciones y conducta irónica frente al dolor del
pueblo y los trabajadores; la violencia de su
lenguaje –“antichilenos”, “desalmados”, etc.- condimentado de
paternalismo y compasión, dan cuenta de un actuar que azuza la tragedia, como
si buscara el pretexto para justificar la represión, el abuso y la
violencia policial.
Esta "detención del pensar" que afecta a la derecha,
no es por cierto o no por completo, un defecto de la cultura liberal formada
tras el término de la dictadura militar y el origen de la transición pactada.
Está en el adn de las oligarquías de distinto signo que han gobernado nuestro
país. El problema es que ellas siempre han ido acompañadas o han concluido en
violencia, represión y muerte, frente a la cual sólo la unidad del pueblo ha
sido una barrera de contención suficiente.
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