Arturo Gordon. El velorio del angelito |
La derecha es una ínfima minoría en
Chile y ello se expresa en la composición de la Convención
Constitucional.
En su desesperación al verse tal como
es, ha concentrado sus esfuerzos en deslegitimarla. Para ello recurre a
todos los medios posibles y a toda clase de argumentos, que van desde la
descalificación burda, hasta el recurso a principios jurídicos y legales que de
poco sirven para explicar un proceso de cambios cuando están hechos
precisamente para lo contrario, mantener las cosas tal como están. Es como
tratar de explicar la cuadratura del círculo.
Atrapada en su ideologismo, incapaz
de comprender lo que está pasando, excepto que su “oasis” se está desmoronando,
no le queda otro recurso que la violencia. Más de dos mil detenidos: cifra
similar de presos sin formalizar, en base a testimonios de los mismos
organismos de seguridad que han realizado las detenciones, cuatrocientas
víctimas de trauma ocular, casi treinta muertos, etc. ha sido el saldo hasta
ahora.
Su actitud sediciosa y violenta, por
el momento, ha sido tolerada de modo peligroso. Resulta inconcebible, a estas
alturas, que tengan tribuna todavía opinólogos y comentaristas –porque no les
da para más- que atacan a la Convención y justifican la represión con
argumentos tan prosaicos y que incluso antes de conocerse su resultado, llamen
a rechazar en el plebiscito de salida.
Son tan patéticos sus sofismas, que
apenas disumulan interés de clase. Colusión empresarial, evasión de
impuestos; connivencia entre la empresa privada y el poder político; abusos con
los consumidores para maximizar sus niveles ya indecentes de ganancias,
simplemente son ignorados por los ideólogos de la derecha o en el mejor de los
casos, explicados como fallas accidentales del sistema pese que se manifiestan
habitualmente y son presentados por los medios con toda naturalidad.
En cambio, gastan miles da páginas en
medios escritos y horas de transmisión en sus noticiarios y medios radiales
para referirse al caso de una rifa o cuestionar que algunos convencionales
hayan recibido el IFE, como si se tratara de magnates.
A pesar de todo, la Convención dio
inicio a la discusión de los contenidos de la nueva Constitución, y esto
señala el comienzo de un nuevo período en nuestra historia. Atrás va
quedando la etapa de un régimen autoritario y una democracia secuestrada por
los poderes del dinero, el interés empresarial, y el conservadurismo moral.
No sin que estos den la pelea, por
cierto.
El rechazo en el plebiscito de
entrada y el atolondrado llamado de la ultraderecha a hacerlo nuevamente en el
de salida, es exactamente eso, la defensa de un orden jurídico e institucional
que garantiza a las clases poseedoras de la sociedad su posición de dominio,
pese a su condición minoritaria.
Dicha posición es el resultado del
despojo. De la apropiación privada de todo por un puñado de grupos económicos
para transformarlo en un eslabón más de la cadena de valorización del capital:
de la enajenación de hombres y mujeres; sus cuerpos y todo lo que es resultado
de su creatividad y esfuerzo; la naturaleza y los seres vivos para luego ser
convertido en una mercancía intercambiable en el mercado, manera aparente de
recuperarlo -en cuotas usureras, además, que profundizan la desigualdad y la
enajenación de trabajadoras y trabajadores.
Este despojo fue realizado en plena
dictadura, la que repartió como un botín las empresas del Estado entre sus
financistas y las transnacionales e hizo de los servicios públicos -concebidos
como Derechos en la democracia hasta 1973- lucrativos nichos de negocio y
continuó luego bajo los gobiernos de la Concertación.
Ello no puede ser argumentado
racionalmente, por cierto, sino mediante razonamientos formales y tecnicismos
jurídicos y macroeconómicos, tal vez muy lógicos pero que ignoran la realidad
social y hacen de la “República” una suerte de entidad presuntamente
trascendente e impoluta y de la sociedad, una abstracción.
Los últimos cuarenta y cinco años, en
efecto, se fue construyendo una sociedad basada precisamente en
la privatización de todo lo real y la preeminencia del capital como
categoría fundamental de la sociedad, y la profundización de la división
de clases producto de este fenómeno que tiene como su más elocuente expresión,
niveles de desigualdad como los descritos por Augusto D´halmar o Nicomedes
Guzmán.
Quizás nunca, fue tan evidente y tan
profundo el antagonismo. La derecha obviamente no lo entiende ni podría hacerlo
sin negarse a sí misma y a toda la ideología que la llevó a creer que estaba
ante el fin de la historia, en el "oasis" que profetizó Fukuyama hace
treinta años.
El debate constitucional no es
solamente un debate jurídico, legislativo o reglamemtario. Es ante todo, una
discusión por la sociedad que queremos ser. Por el lugar que las clases, los
movimientos sociales, las culturas y las naciones van a ocupar en el Estado que
surja de él. El deber de la izquierda es precisamente, romper los límites que
el neoliberalismo y una ideología jurídica ad hoc ha puesto entre la sociedad
real y el Estado para construir un Chile democrático, un Chile para todos todas
y todes.
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