martes, 18 de enero de 2022

Los desafíos del movimiento popular en el siglo XXI

Pieter Bruegel El viejo. La caída de los ángeles rebeldes



Se acabó la transición por fin.

El país es testigo del resurgimiento de un movimiento popular que va a protagonizar los acontecimientos políticos de las próximas décadas.  

Por cierto, no se trata del mismo movimiento popular del siglo XX. El que realizó las grandes transformaciones que, aún con todas sus contradicciones y tareas inconclusas, modernizaron nuestra sociedad, como la reforma agraria, la expansión de la educación pública, la nacionalización del cobre y que son precisamente donde se ensañó la obra contrarrevolucionaria de la dictadura de Pinochet. 

Este movimiento popular, aún cuando se deba hacer cargo de las tareas que el golpe de Estado de 1973 y la instauración de un neoliberalismo de manual en los años 80 primero y uno adocenado en los 90 después dejó inconclusas, se define también por las transformaciones que sufrió nuestra sociedad producto de su implantación en los últimos cuarenta años.

A grandes rasgos, dichas transformaciones consistieron en la privatización de todo en beneficio de unos cuantos. Las empresas que el Estado creó en el siglo XX; los servicios públicos transformándolos en lucrativos negocios, partiendo por la seguridad social, para seguir con la educación y la salud públicas. También la cultura y el entretenimiento, terminando con  los recursos  naturales y convirtiendo incluso el medioambiente en fuente de apropiación privada y de ganancias para empresas nacionales y transnacionales. 

Todo ello, por cierto, a costa de la exclusión y la multiplicación de las contradicciones intrínsecas al sistema capitalista en todas las esferas de la vida social; del empobrecimiento de la clase trabajadora, los empleados y la clase media, que son reemplazados por una masa informe e indeterminada de consumidores precarios, sobreexplotados y sometidos al capital financiero a través de niveles de endeudamiento irracional.

Dicha irracionalidad, sin embargo, está sostenida por una racionalidad que expresa el interés particular como si se tratara de una necesidad universal. Eso es precisamente el neoliberalismo. En el fondo es la instauración de una sociedad de clase y la manifestación de las exclusiones de diverso signo como remedo de diversidad. 

Por esa razón se trata de un Movimiento Popular y unas izquierdas distintas a la del siglo XX -y no podía ser de otro modo- pero que ha avanzado en los últimos dos años, mucho más de lo que lo hiciera en los treinta anteriores. Es una  buena noticia aunque considerando el tamaño de las tareas que implica la coyuntura histórica -que no es otra cosa que la superación del neoliberalismo- sea tal vez un poco insuficiente todavía.

Hoy en día, la unidad de la izquierda está, efectivamente, en un estado muy incipiente. Su identificación con un Sujeto capaz de realizar las transformaciones que Chile necesita, y la expresión de esta unidad en todos los territorios y formas de la vida social está en pañales, aunque es la única garantía de sostenibilidad de esta alianza, que hoy por hoy es Apruebo Dignidad.

Este propósito expresado en la Convención Constitucional y el Gobierno del Presidente Gabriel Boric, la lleva a “identificarse” con los grandes movimientos sociales y de masas y a tomar partido en la historia; a identificarse con quienes sufren y luchan contra las injusticias, la discriminación y la dominación. No es una definición doctrinaria sino una circunstancia histórica la que explica su necesidad y su significado.

Es el resultado del reconocimiento de que la sociedad siempre ha sido plural, diversa, contradictoria y de que siempre ha sido en la propia vida social y en la lucha de los oprimidos, donde ha encontrado la manera de sintetizar esa identidad que es, por lo demás, su capital político principal. No se trata de inventar la rueda. Así fue en el pasado y así va a seguir siendo en el siglo XXI.

Por esa razón, no es una suma de nombres ni un corta y pega de propuestas programáticas. Es la encarnación de los valores de una nueva sociedad, de un nuevo Estado, lo que finalmente expresa la izquierda, lo que significa tener vocación de poder y es su razón de ser. Valores que se van construyendo en la vida social, en millones de intercambios que se viven intensamente en el consultorio, en el trabajo, en la feria, en el barrio y en la escuela y que son negados por la moral individualista, mezquina y el desmesurado egotismo de la cultura del sistema.

Ahí es donde se va a tejer la unidad del pueblo. No es una lista de medidas a tomar en nuestro próximo gobierno sino una idea de la nueva sociedad que está naciendo y que va a surgir de este proceso, de lo que hay que hacerse cargo.

Por cierto, aun cuando la derecha y los cultos de diversa calaña no logren comprenderlo, es de ahí de donde surge además, el mandato de la Convención Constitucional y lo que debe expresar la propuesta que someta a la consideración del pueblo en el plebiscito de salida.

La suerte de este Movimiento Popular se juega pues en su unidad en torno al proceso constituyente y en la implementación del programa del Gobierno de Apruebo Dignidad. No va a ser fácil por cierto, pero es necesario, posible y será hermoso. 

 


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