lunes, 24 de octubre de 2022

Democracia y fascismo en la actualidad

Karel Apel. Niños haciendo preguntas. 1949 



La derrota aplastante que sufrió el campo social y popular el 4 de septiembre, va a seguir siendo objeto de análisis y polémicas por mucho tiempo y probablemente, no va a haber una rearticulación del sector hasta, al menos, haberse puesto de acuerdo en algunas de sus causas. Coyunturalmente se pueden mencionar y de hecho se han mencionado, varias. 

Un alejamiento de la Convención de la sociedad civil, pese a que los convencionales, en su gran mayoría, provenía de organizaciones sociales y territoriales no vinculadas a partidos políticos ni a organizaciones tradicionales; la agresiva campaña desatada por la derecha y los empresarios en su contra, campaña basada en la difusión de noticias falsas y la magnificación de chascarros y polémicas absurdas; el particularismo con el que fue abordada la tarea de elaborar la nueva Constitución, como si se tratara de hacer un corta y pega de demandas específicas de los movimientos sociales; la ausencia de la clase trabajadora, tanto en lo que se refiere a los contenidos de sus debates como a su composición.  

Lo cierto es que de todos modos, el resultado del plebiscito dejó clara una verdad irrefutable que hasta ahora nadie ha negado y de la que nadie se ha hecho cargo y es la incapacidad de la Convención  de hacerle al país una propuesta constitucional que lo interpretara y lo que es más complejo, que diera cuenta de las razones por las cuales se constituyó. 

En efecto, un ochenta por ciento de la población con derecho a voto se manifestó en el plebiscito de entrada por cambiar la Constitución del 80 y de que esto lo hiciera una convención cien por ciento electa. Sin embargo, lo propuesto por la Convención no dio cuenta de las razones por las cuales el pueblo la escogió para lo que la escogió. De otro modo no se explican tres millones de votos de diferencia a favor de la opción rechazo. Fue como errar un penal.

El desacoplamiento característico del neoliberalismo entre la sociedad y el sistema político se expresó con rigurosa precisión.

Los problemas asociados a la precariedad, los bajos salarios, la contaminación, la inseguridad, la exclusión, la carestía de la vida, etc. no desaparecieron ni dejaron de ser percibidos por la población pero la propuesta constitucional de la Convención no daba cuenta de ellos o las soluciones individuales y los sucedáneos ofrecidos por el mercado, actuaron como una alternativa frente a ella que tiene el encanto de la inmediatez y especialmente de lo que no requiere de mucho esfuerzo. 

En ningún caso por un sentimiento de conformidad ni menos de adscripción al modelo vigente, y contenido en la Constitución actual. 

De otro modo no se explica el levantamiento popular del 18 de octubre de 2019; ni las gigantescas movilizaciones del 2011 o la revolución pingüina el 2006, recuerdo de la fuerza telúrica de las masas que sigue acechando a la institucionalidad, al mercado, las iglesias, los partidos políticos, el gobierno, los medios de comunicación y el sistema educativo, sin que ninguno hasta ahora haya sido capaz de encontrar la manera de encauzarlo constructivamente. 

Esa energía desbocada y sin dirección es como una especie de vástago del sistema neoliberal que amenaza permanentemente con arrasar las bases mismas de la convivencia social por muy opresiva y desigual que sea. La única solución previsible, la única manera de contenerla, es la represión y la violencia. Esa es la razón por la cual esperpentos de brutalidad y estulticia como Bolsonaro, Trump, los republicanos chilenos, los neofascistas de Giorgia Meloni en Italia, Vox en España; etc. amenazan incluso con levantarle la feligresía a la derecha tradicional, la que comparada con esos adláteres parece civilizada y culta. 

El fascismo se alimenta precisamente de esa inercia; de esa energía autodestructiva  propia del capitalismo y que, bajo su forma neoliberal, es una condición intrínseca para su propia subsistencia: destrucción de riqueza y empleos; del medioambiente; del conocimiento científico que pone en riesgo las tasas de ganancia de industrias y negocios que han florecido gracias a la desregulación de los mercados; de formas y usos culturales y tradiciones que le oponen resistencia. Destrucción de la sociedad que, en sus versiones más dogmáticas y extremas, no es vista más que como un nombre que reemplazaría a la reunión de los millones de individualidades "egoístas" que la componen. 

La única manera de detener su avance que se extiende como mancha de aceite por Europa y América es llamarlo por su nombre y decir claramente cuáles son los objetivos de la humanidad en la hora  presente, para poder conformar un "nosotros", un Sujeto capaz de hacerse cargo de esa tarea. Asimismo, señalar claramente un "ellos", a partir de un mundo ético compartido y del cual somos responsables y del que el fascismo no participa.  

Desde el siglo XVIII, alcanzar esos objetivos es entendido como un estado que debe ser instaurado, no el resultado de mecanismos ocultos e inexorables de la naturaleza. Precisamente, liberarse de esos mecanismos "pasar del reino de a necesidad al reino de la libertad", es la finalidad de las ideas y de la práctica del auténtico progresismo. No adaptarse a ellos. De Kant a Lenin, es el resultado de la práctica humana. 

Lo contrario, la renuncia de la razón y la voluntad frente a los puros hechos, es justamente una condición esencial que le facilita su acceso al poder. Estamos en una hora crucial para América Latina y el mundo. El neoliberalismo que en los noventa del siglo pasado, se pretendió como el límite del progreso, como "el fin de la historia", ha engendrado un nuevo fascismo que amenaza a la humanidad. Mantener la crítica; derrotar la mediocridad de "lo posible" para proponerse y proponer a la sociedad objetivos urgentes, necesarios y movilizarla tras ellos, es la tarea de la izquierda y de las fuerzas democráticas en la actualidad. 



 

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