Georg GRosz. Eclipse de sol |
El anuncio de la bancada de
diputados del PDC de no respetar el acuerdo administrativo suscrito
anteriormente en la Cámara de Diputados y por el cual le correspondía la
presidencia al PCCH en la persona de la diputada Karol Cariola, es una pésima
noticia para la democracia. La derecha y en especial los fascistas del Partido
Republicano y de la conducción demagoga del Partido de la Gente, deben
estar felices sobándose las manos para hacerse de la conducción de una de las
instituciones fundamentales de la República, por muy desprestigiada que esté, o
entregársela a sus aliados de la derecha tradicional.
Esto profundiza la crisis de
legitimidad y estruja la irrisoria credibilidad que aún le quedaba a este
desfalleciente poder del Estado. Para el fascismo, no es ningún problema
ciertamente, acostumbrados como están a gobernar por decreto y sin someterse al
escrutinio de la ciudadanía. La actitud deplorable de la bancada de diputados
del PDC recuerda tristes y aciagas horas en que la democracia en nuestro país,
amenazada por el boicot del Gobierno de los Estados Unidos y la acción
sediciosa de las FFAA, terminó por sucumbir al poder de la fuerza bruta,
contando, salvo honrosas excepciones, con su entusiasta colaboración.
Tampoco es un problema pues para
ellos la razón no es un argumento sino la pura fuerza. No será la que actuó
manu militari hace unas cuantas décadas. Para ello cuenta hoy en día con medios
de comunicación que son más potentes que un batallón de tanques y unos poderes
judiciales tan o más eficaces a la hora de perseguir y acribillar el prestigio
y la honra de los auténticos demócratas. Estamos en la hora, efectivamente, en
que fanáticos y demagogos como Trump, Bolsonaro o Kast son presentados por los
medios en el peor de los casos como "radicales", y tolerados por los
sectores democráticos -en una actitud francamente inocente- con una sonrisa
irónica mientras el mamarracho de concepciones clasistas, misóginas y
autoritarias que defienden, se va naturalizando en nuestra sociedad hasta que
es capaz de poner en vilo a la misma Cámara de Diputados y reírse en las
narices de todos ellos.
La votación días antes del
proyecto de acuerdo presentado por la bancada de la UDI, uno de los partidos
sobrevivientes de la derecha tradicional por tiempo indeterminado, fue el
catalizador de una tóxica síntesis de los poderes reaccionarios de "la
transición", nostálgicos de la democracia de los acuerdos y de los buenos
viejos tiempos de la globalización neoliberal. Enamorados de su obra y
seducidos por su propia ideología, incapaces de contrastarla con los signos
evidentes e indesmentibles de cansancio de la población por el abuso, la
mercantilización y la carestía de la vida, la sobreexplotación y la mala
calidad de los servicios, las fuerzas que le sobreviven aún, se aferran a ella
con la convicción de que su suerte depende de su subsistencia.
Ello, aún a costa de poner en
riesgo el proceso constituyente, la única manera de salvar la democracia, de
restituir su legitimidad y hacer que el pueblo se identifique en ella. Nada de
raro en el caso de la ultraderecha y los oportunistas de un centro trasnochado
y de última hora, pero imperdonable en el caso de los partidos de la
Concertación o lo que queda de ellos, empeñados en reeditar un centro similar
al de la transición que hizo del arreglo; del acuerdo entre gallos y
medianoche, del muñequeo y el cálculo su razón de ser y el alma de su política
resumida como "la medida de lo posible".
Maniobras que le deben parecer
escaramuzas que eventualmente le servirían a estas pretensiones de resurrección
de un centro político fenecido hace rato y reemplazado por versiones menos
sofisticadas pero igualmente restringidas en sus ambiciones y alcance político,
solamente favorecen a la ultraderecha que en el último año y medio, ha logrado
convertirse en una alternativa de poder efectiva.
Muy mala idea ciertamente,
demostración de su escasa visión política, la mezquindad de su alcance y de los
intereses que defiende.
La defensa de las instituciones
democráticas en todo caso no puede ser obra de ellas mismas. Aparece en ese
caso, como una defensa corporativa y poco motivante, tomando en consideración
el historial poco honroso que le antecede. Ni el movimiento de trabajadores y
trabajadoras; ni el movimiento estudiantil ni los ambientalistas e incluso el
movimiento feminista aparecen disponibles para hacerlo, siendo lo más lógico en
el entendido de que su copamiento, no es más que una de las tantas acciones que
el fascismo ha emprendido y va a seguir desarrollando para impedir la
continuidad del proceso constituyente.
Salvo las dignas palabras de
apoyo del diputado y compañero Gonzalo Winter a la diputada Cariola y al PC,
las fuerzas democráticas asisten impávidas a la embestida de la ultraderecha.
Es más, lamentablemente la bancada de diputados del PDC, haciendo un cálculo
mezquino y sectario, le facilita las cosas, sin considerar las trascendentales
consecuencias que ello tiene para el proceso constituyente. El anticomunismo es
tan viejo como el capitalismo. Es de hecho, parte de su repertorio cultural,
uno de sus argumentos privilegiados para sostener el orden de cosas actual. Ya
en el Manifiesto del Partido Comunista, Marx tiene que hacerse cargo de él,
para deconstruir la ideología subyacente en él y su función conservadora.
A casi doscientos años de
entonces, cuando la humanidad tiene al frente enormes desafíos que incluso
tienen que ver con la sobrevivencia de la especie humana. O en Chile con la
democratización efectiva de la sociedad, tarea emprendida por una coalición, un
gobierno y una generación de jóvenes y dirigentes políticos que han tenido que
enfrentar la más tenaz resistencia de los poderes construidos en el período de
treinta años de predominio del neoliberalismo y de la generación que lo
protagonizó.
El anticomunismo es una ideología
que puede adoptar diferentes formas, lenguaje y justificaciones. Pero siempre
cumple una función conservadora, sirve intereses políticos y de clase que van
más allá de la persecución de los comunistas, quienes ciertamente son su primer
blanco. Después vienen todas las manifestaciones del progresismo y los
demócratas, todos los que pudieran encarnar la idea de una sociedad diferente,
la negación del orden de cosas actual y que en este caso pujan por la
culminación del proceso constituyente y la promulgación de una carta
fundamental que reemplace la Constitución del 80.
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