domingo, 30 de octubre de 2022

El anticomunismo: caballo de troya del fascismo

Georg GRosz. Eclipse de sol 



El anuncio de la bancada de diputados del PDC de no respetar el acuerdo administrativo suscrito anteriormente en la Cámara de Diputados y por el cual le correspondía la presidencia al PCCH en la persona de la diputada Karol Cariola, es una pésima noticia para la democracia. La derecha y en especial los fascistas del Partido Republicano y de la conducción demagoga del Partido de la Gente, deben estar felices sobándose las manos para hacerse de la conducción de una de las instituciones fundamentales de la República, por muy desprestigiada que esté, o entregársela a sus aliados de la derecha tradicional.

 

Esto profundiza la crisis de legitimidad y estruja la irrisoria credibilidad que aún le quedaba a este desfalleciente poder del Estado. Para el fascismo, no es ningún problema ciertamente, acostumbrados como están a gobernar por decreto y sin someterse al escrutinio de la ciudadanía. La actitud deplorable de la bancada de diputados del PDC recuerda tristes y aciagas horas en que la democracia en nuestro país, amenazada por el boicot del Gobierno de los Estados Unidos y la acción sediciosa de las FFAA, terminó por sucumbir al poder de la fuerza bruta, contando, salvo honrosas excepciones, con su entusiasta colaboración.

 

Tampoco es un problema pues para ellos la razón no es un argumento sino la pura fuerza. No será la que actuó manu militari hace unas cuantas décadas. Para ello cuenta hoy en día con medios de comunicación que son más potentes que un batallón de tanques y unos poderes judiciales tan o más eficaces a la hora de perseguir y acribillar el prestigio y la honra de los auténticos demócratas. Estamos en la hora, efectivamente, en que fanáticos y demagogos como Trump, Bolsonaro o Kast son presentados por los medios en el peor de los casos como "radicales", y tolerados por los sectores democráticos -en una actitud francamente inocente- con una sonrisa irónica mientras el mamarracho de concepciones clasistas, misóginas y autoritarias que defienden, se va naturalizando en nuestra sociedad hasta que es capaz de poner en vilo a la misma Cámara de Diputados y reírse en las narices de todos ellos.

 

La votación días antes del proyecto de acuerdo presentado por la bancada de la UDI, uno de los partidos sobrevivientes de la derecha tradicional por tiempo indeterminado, fue el catalizador de una tóxica síntesis de los poderes reaccionarios de "la transición", nostálgicos de la democracia de los acuerdos y de los buenos viejos tiempos de la globalización neoliberal. Enamorados de su obra y seducidos por su propia ideología, incapaces de contrastarla con los signos evidentes e indesmentibles de cansancio de la población por el abuso, la mercantilización y la carestía de la vida, la sobreexplotación y la mala calidad de los servicios, las fuerzas que le sobreviven aún, se aferran a ella con la convicción de que su suerte depende de su subsistencia.

 

Ello, aún a costa de poner en riesgo el proceso constituyente, la única manera de salvar la democracia, de restituir su legitimidad y hacer que el pueblo se identifique en ella. Nada de raro en el caso de la ultraderecha y los oportunistas de un centro trasnochado y de última hora, pero imperdonable en el caso de los partidos de la Concertación o lo que queda de ellos, empeñados en reeditar un centro similar al de la transición que hizo del arreglo; del acuerdo entre gallos y medianoche, del muñequeo y el cálculo su razón de ser y el alma de su política resumida como "la medida de lo posible".

 

Maniobras que le deben parecer escaramuzas que eventualmente le servirían a estas pretensiones de resurrección de un centro político fenecido hace rato y reemplazado por versiones menos sofisticadas pero igualmente restringidas en sus ambiciones y alcance político, solamente favorecen a la ultraderecha que en el último año y medio, ha logrado convertirse en una alternativa de poder efectiva.

 

Muy mala idea ciertamente, demostración de su escasa visión política, la mezquindad de su alcance y de los intereses que defiende.

 

La defensa de las instituciones democráticas en todo caso no puede ser obra de ellas mismas. Aparece en ese caso, como una defensa corporativa y poco motivante, tomando en consideración el historial poco honroso que le antecede. Ni el movimiento de trabajadores y trabajadoras; ni el movimiento estudiantil ni los ambientalistas e incluso el movimiento feminista aparecen disponibles para hacerlo, siendo lo más lógico en el entendido de que su copamiento, no es más que una de las tantas acciones que el fascismo ha emprendido y va a seguir desarrollando para impedir la continuidad del proceso constituyente.

 

Salvo las dignas palabras de apoyo del diputado y compañero Gonzalo Winter a la diputada Cariola y al PC, las fuerzas democráticas asisten impávidas a la embestida de la ultraderecha. Es más, lamentablemente la bancada de diputados del PDC, haciendo un cálculo mezquino y sectario, le facilita las cosas, sin considerar las trascendentales consecuencias que ello tiene para el proceso constituyente. El anticomunismo es tan viejo como el capitalismo. Es de hecho, parte de su repertorio cultural, uno de sus argumentos privilegiados para sostener el orden de cosas actual. Ya en el Manifiesto del Partido Comunista, Marx tiene que hacerse cargo de él, para deconstruir la ideología subyacente en él y su función conservadora.

 

A casi doscientos años de entonces, cuando la humanidad tiene al frente enormes desafíos que incluso tienen que ver con la sobrevivencia de la especie humana. O en Chile con la democratización efectiva de la sociedad, tarea emprendida por una coalición, un gobierno y una generación de jóvenes y dirigentes políticos que han tenido que enfrentar la más tenaz resistencia de los poderes construidos en el período de treinta años de predominio del neoliberalismo y de la generación que lo protagonizó.

 

El anticomunismo es una ideología que puede adoptar diferentes formas, lenguaje y justificaciones. Pero siempre cumple una función conservadora, sirve intereses políticos y de clase que van más allá de la persecución de los comunistas, quienes ciertamente son su primer blanco. Después vienen todas las manifestaciones del progresismo y los demócratas, todos los que pudieran encarnar la idea de una sociedad diferente, la negación del orden de cosas actual y que en este caso pujan por la culminación del proceso constituyente y la promulgación de una carta fundamental que reemplace la Constitución del 80.

 


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