viernes, 30 de junio de 2023

La lucha por el sentido de la educación

Francisco Goya y Lucientes. Los caprichos "Lo que puede un sastre



La educación chilena está cambiando. ¡Chile está cambiando! Y eso provoca, naturalmente, la oposición de los sectores interesados en la conservación de las cosas tal como están.

Desde hace décadas, la composición del magisterio chileno viene experimentando cambios lentos pero profundos. Los planes de retiro, han implicado sólo en los últimos cinco años la salida de más de treinta mil profesores y profesoras del sistema público. La reforma de los planes de formación inicial docente, el sistema de evaluación del desempeño; el cambio en la composición del estudiantado de las carreras de pedagogía y de quienes ingresan en él, han traído consigo un cambio en su cultura; su manera de concebir el trabajo docente, su responsabilidad político-social y consecuentemente su relación con el Estado y la sociedad.

Las reformas impulsadas durante la segunda administración de la Presidenta Bachelet, entre ellas la Ley de Inclusión, la Nueva Educación Pública y el Sistema Nacional de Desarrollo Profesional Docente, han ido cambiando también la fisonomía y características del sistema escolar. Sin considerar los lamentables paréntesis de los dos gobiernos de Piñera, que fueron más bien intentos por detener estos cambios y volver a la política educacional noventera, tanto el de la Nueva Mayoría como actualmente, el de Apruebo Dignidad, han intentado domar –no siempre con éxito- la frecuencia e intensidad del SIMCE y los ímpetus inquisidores de la Agencia de Calidad de la Educación.

No podía ser de otra manera. Eso, aunque la derecha se oponga y en forma voluntarista y chapucera trate de retrotraer las cosas a lo que pasaba hace veinte o veinticinco años atrás. ¡Imposible! La sociedad ha cambiado y lo seguirá haciendo y junto con ella, el sistema escolar. Lamentablemente ha logrado contener hasta ahora la profundidad y la velocidad de los cambios que el sistema escolar necesita, aunque no los vaya a detener en forma definitiva.

Por eso el sistema escolar es objeto de una disputa política sorda pero no por ello menos intensa. Una disputa política que se desarrolla en las alturas de las oficinas del ministerio, el Parlamento y los centros de estudio. Ni siquiera en las universidades. Para qué hablar del magisterio, el movimiento estudiantil y de trabajadores y trabajadoras a través de la CUT y sus organizaciones de base, como el Consejo Nacional de Trabajadores de la Educación.

Mientras la guerra en Europa, el cambio climático y la recesión, determinan cambios como el fin de la globalización y el libre comercio; el resurgimiento del proteccionismo; el levantamiento de populismos de ultraderecha de tintes fascistoides en todo el mundo; la eclosión de demandas de igualdad y reconocimiento de las diversidades en el marco de los Estados Nacionales; una nueva fase en el desarrollo de la tecnología con la IA y la automatización que implica la pérdida de millones de empleos en el mediano plazo, la educación avanza a paso de tortuga y sin mucha claridad, contra la resistencia de la derecha y los conservadores de todas las layas, hacia un nuevo modelo que supere la mirada fragmentaria, tecnológica, economicista, individualista y competitiva que la caracteriza hoy en día.

La necesidad de una reforma al sistema de financiamiento basado en el subsidio a la demanda, se hace cada vez más evidente. La pandemia de coronavirus y la cuarentena obligaron a suspender su aplicación por razones obvias. Pero los movimientos de matrícula, las inasistencias de los y las estudiantes especialmente de los más pequeños –que es una manifestación de las secuelas de la pandemia- y la posibilidad de nuevas pandemias solamente la confirman, incluso sin considerar las razones que en tiempos normales la justifican, a riesgo de permanecer en el plano de los alaridos sobreideologizados.

Durante la dictadura militar, la discusión acerca del sentido de la educación fue para la oposición a Pinochet una prioridad política y ocupó gran parte de la discusión de la AGECH, la CONFECH, el Comité PRO-FESES y la FESES en congresos, asambleas, boletines y expresados en propuestas y reivindicaciones. Fundamentalmente en lo que tenía relación con las libertades de expresión, de pensamiento, la autonomía comprendidos como parte del Derecho a la Educación.  

Durante el período denominado de “transición a la democracia”, sin embargo, la reforma educativa consistió en su aggiornamento a las necesidades de la imposición global del neoliberalismo, conocido como “globalización”, expresados en descentralización, privatización del financiamiento, de la matrícula y la adaptación del contenido y objetivos del curriculum escolar a dichas necesidades. En la actualidad, el sistema escolar se adapta lentamente y como sin dirección.

Las cosas han cambiado, por cierto. Los movimientos sociales y la propia izquierda no son los mismos. Y si bien la reforma educativa, encontraba entonces la oposición de la dictadura y por eso, entre otras cosas, era necesario derrocarla, hoy en día la rearticulación de un movimiento social y una izquierda que actúen en ese sentido se hace más urgente; y lo que es una característica más favorable para hacerlo, es que tenemos un gobierno dispuesto y que ha dado pasos en ese sentido, aun cuando no sean todo lo profundos que se requiere. Lo que va a marcar la velocidad y la profundidad de estos, va a ser su inspiración en otros principios, otra concepción del hombre y la sociedad. De la participación del movimiento social, de las organizaciones de masas, de los partidos y organizaciones de izquierda no sólo desde los puestos de administración del Estado sino desde la Sociedad Civil.


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