James Ensoer. La intriga, 1890 |
A cincuenta años del golpe de
Estado; como todos los once de
septiembre, abundaron las explicaciones y los análisis y especialmente esa
tonalidad hipócrita que hace del perdón y la reconciliación, la frontera entre
lo correcto y lo incorrecto, entre quienes actúan motivados por sublimes
virtudes cívicas y quienes, en cambio, lo hacen por el ideologismo y según sus
discursos más bizarros, por el afán de venganza.
Al mismo tiempo, sin embargo, la
derecha ataca sin piedad ni escrúpulos al gobierno del Presidente Boric y se
opone a cualquier reforma que beneficie al pueblo; ha reeditado sus viejas
consignas anticomunistas; todas las justificaciones ideológicas del golpe -como
la famosa declaración de inconstitucionalidad del gobierno de la UP-; hecho
gala de su provincianismo, ignorancia y falta de imaginación para atacar la memoria del gobierno del Presidente
Allende y justificar, ex-post. el golpe de estado, dando a entender que
volvería a conspirar, a promoverlo y justificarlo, derramando eso sí un par de
lágrimas de cocodrilo por las violaciones a los Derechos Humanos, como si una y
otra cosa no tuvieran nada que ver.
Esta actitud de la derecha da
cuenta únicamente de su política en la actualidad. La reconciliación que nunca
fue, porque realmente nunca le interesó, ha sido reemplazada en su discurso político
por la odiosidad hacia todo lo que sea contrario a los intereses de clase que
defiende o incluso no le sea funcional a la hora de defenderlos.
Tal como lo ha hecho el trumpismo
en los Estados Unidos, como trata de hacerlo Millei de modo oportunista en la
hermana República Argentina y la ultraderecha en toda Europa, su objetivo es
correr los límites de lo tolerable por una sociedad democrática, haciendo
entrar en ellos todas las atrocidades que el fascismo concibió como posibles y
necesarios -xenofobia, discrimiación, clasismo y racismo, intolerancia,
violencia ideológica y política, violencia verbal y física- para defender
intereses de clase. Por esa razón la reconciliación, excepto como recurso
retórico, si es que alguna vez fue efectivamente un propósito de la política
derechista, hoy en día ya no lo es.
Resulta conmovedor en este
sentido que se la critique, respecto de su actuación en el Consejo
Constitucional, por no tener una actitud dialogante y de integración de las
diferentes visiones de país -doctrinarias, políticas y culturales- que conviven en nuestra sociedad cuando lo
que hace desde su ideologización y prepotencia es simplemente defender un
concepto clasista y reaccionario de sociedad, de país y de Estado.
Porque no se trata ya de defender
lo conquistado por las clases dominantes, los poderes culturales y morales con
los que constituye una unidad -los medios, la industria de la entretención
masiva, el evangelismo y una seudoacademia hecha a su imagen y semajanza- sino
incluso de arrebatar las pocas conquistas civilizatorias que sobreviven aún
al neoliberalismo de los últimos
cuarenta años.
Ese es el verdadero contenido de
su propuesta y actuación política y lo que debe ser denunciado, desenmascarado
y combatido por las fuerzas progresistas y democráticas, no su renuncia a la
reconciliación y la concordia cívica, como si alguna vez lo hubiera sido.
Las cosas no están como para
perder el tiempo o esperar mejores condiciones para emprender la
democratización de la sociedad. Un período, solo un período de la derecha en el
gobierno, puede significar un daño enorme para el país y la sociedad. El
fascismo en el siglo XX sólo en diez años, casi destruyó Europa. La velocidad
de la crisis social, económica, política y ambiental que amenaza a la
humanidad, provoca que sus efectos puedan ser mucho más devastadores y
duraderos de lo que haya sido cualquiera otra anterior.
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