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Paul Klee. Los peces mágicos. 1925 |
Después de dos años de correr sola, la derecha luego de la
inscripción de todas las candidaturas, comienza realmente a competir con
alguien por la carrera presidencial. La eterna promesa, Evelyn Matthei,
exhausta, cae al tercer lugar, y Kast apenas rasguña en sus mismas encuestas de
dudosa credibilidad el primero, incluso a veces quedando segundo y teniendo que
posponer su triunfo a la segunda vuelta. Triste consuelo para explicar su
incapacidad política y la impopularidad de sus recetas.
Precisamente por eso, en esta etapa que resulta decisiva,
va a hacer uso de todo el repertorio de trampas, mentiras y promesas pomposas, las
mismas que usa su ídolo Donald Trump a falta de políticas realmente efectivas
para resolver las necesidades del pueblo.
Para peor de males, solamente logró un pacto por omisión en
un par de circunscripciones senatoriales, lo que le pone cuesta arriba el
objetivo de lograr mayoría en el Parlamento. La lista de la derecha tradicional,
con un elenco de viejos conocidos de la canción de los acuerdos, incluidos
escombros de la concertación que solo salieron del closet con tal de obtener un
par de cupos en ésta, va a tener que competir no con la izquierda, sino con sus
vástagos ultra cuyo objetivo es reemplazarla.
El adversario realmente poderoso es la desinformación, el
individualismo, la apatía y en especial, la incredulidad que afectan a extensas
legiones de compatriotas, cansados de recetas demagógicas, incluidas las que
disfrazadas con conceptos como “responsabilidad”, “realismo” y “moderación”,
apenas logran seguir disimulando el favor que cada punto de crecimiento del PIB
significa para los grandes capitales concentrados.
Una de las lecciones de Bolivia como lo demuestra el voto
nulo y en blanco registrado en las últimas elecciones -que alcanzó el segundo
lugar después del candidato ganador, Rodrigo Paz- es precisamente que la derrota de la izquierda
bien puede ser la incapacidad de encantar, de devolver al pueblo la fe en un
proyecto transformador más que la capacidad de la derecha de convencerlo.
En ese sentido, la lucha en el plano ideológico se debe
redoblar. La claridad para dirigirse al pueblo, que es uno de los atributos de
la compañera Jeannette Jara, ponerse por delante de las explicaciones
complicadas y supuestamente objetivas de la tecnocracia. Ampliar no sólo por
arriba su base de apoyo, sumando a partidos y organizaciones nacionales sino a alcaldes
y concejales, organizaciones vecinales, de usuarios, deudores, sindicatos y de
colectivos por la defensa de los derechos de la mujer, las disidencias
sexogenéricas y el medioambiente.
Conformar comandos en las comunas, en los lugares de trabajo,
en escuelas y universidades, sin hegemonismos. Grupos de Whatsapp, usar formas
como las de las protestas de 2011: acciones de arte, carnavales, cicletadas. Espacios
donde convivan militantes de diferentes partidos, los de la coalición que apoya
a Jeanette, tanto como los que haciéndolo no son parte de ésta. También
independientes y dirigentes sociales, en igualdad de condiciones y con
verdadera fraternidad.
Precisamente otra de las lecciones de Bolivia. No es
solamente la falta de unidad, la que castigó el pueblo, sino la confrontación
chabacana y agresiva que protagonizaron históricos dirigentes; el que los
medios hegemónicos la personalizaran a tal punto que dejó de parecer una
disputa por diferencias políticas para transformarse en una lucha de egos.
Las posibilidades de triunfar en noviembre y volver a
hacerlo en la segunda vuelta que con toda probabilidad será la que defina el
futuro de la elección presidencial y de obtener mayoría en el Parlamento, son
altas. Pero como dice el viejo refrán, “en la puerta del horno se quema el pan”.
La lucha contra la desinformación, la apatía, el individualismo y la incredulidad,
la única garantía de que así no sea.
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