lunes, 15 de junio de 2020

Un acuerdo intrascendente



Pedro Lira, El niño enfermo


Después de dos semanas de tratativas por la prensa, finalmente el gobierno logró un acuerdo con parte de la oposición. Específicamente con los partidos de la extinta Concertación de Partidos por la Democracia. Como todos los acuerdos que entre estos dos bloques presenció nuestra sociedad en los largos y aburridos años noventa, son como el parto de los montes. Mucho escándalo para tan poco y tan tardío.

Si hasta los representantes de RD, quienes habían participado de las negociaciones, comprobaron el escuálido margen que desde un principio tuvo, considerando el monto fijado para financiarlo y que todos los concurrentes y sus auspiciadores habían saludado como demostración de racionalidad y responsabilidad fiscal. Su salida del acuerdo, antes de que se conociera, ya lo demostraba.

Una clásica receta liberal que consiste en la repartición de ayudas extraordinarias. En este caso además llegan con tres meses de retraso, cuando el país ya ostenta el triste record mundial de contagiados y muertos por millón de habitantes. Ciertamente, la foto del acuerdo y el anuncio de incremento de los miserables bonos entregados por el gobierno, lavan sólo un poquito y momentáneamente además, la imagen a su desastrosa gestión.

Los montos destinados a los municipios, quienes han tenido que poner la cara por un Estado fantasmagórico, a todas luces son insuficientes considerando su sideral déficit, el que se ha visto agravado por los gastos en que han debido incurrir para hacer frente a la epidemia, lo mismo que el sistema de salud, situación por lo demás que como hasta el propio Piñera en una de sus típicas alocuciones redundantes e insulsas, reconoce no saber por cuánto tiempo más se extenderá.

Es evidente entonces, aunque muy poco sustentable, que el dichoso acuerdo solamente se hace cargo de paliar en algo el hambre, pero no de garantizar el derecho al trabajo, a la salud ni a una vida digna durante la pandemia. Cuando el hambre golpea tan duro como lo está haciendo ahora, es fácil reivindicar la caridad como si fuera un sucedáneo suficiente de la justicia. Ello, para tranquilizar conciencias y de pasada, salvar momentáneamente cadáveres políticos, como son muchos sin haberse dado por enterados todavía.

El acuerdo, además, agrava las ya de por sí rocambolescas contradicciones y deformidades del pantagruélico sistema neoliberal. Con esa fe de carbonero típica de sus economistas, todavía sostiene como si fuera una idea genial, que a través de las rebajas de impuestos y la ininterrumpida entrega de subsidios estatales, la empresa privada va a ser el motor de una reactivación que, como por una especie de determinismo biológico y sin mediar una acción política, se va a traducir en más empleos, mejores sueldos, progreso y bienestar.

La famosa reactivación entonces, se podría posponer indefinidamente y seguir actuando así, como siempre lo ha hecho el relato liberal del progreso, como una promesa que le permita seguir justificando la penuria y la necesidad de millones en función de un futuro mejor. Así ha sido desde los noventa hasta hoy. Y el acuerdo suscrito entre el gobierno y parte de la oposición estos días, parece presumir que así puede seguir siendo indefinidamente.

Quizás por esa razón, ya emprezaron todos los fósiles de la transición,, como Allamand y Longueia, a plantear la posibilidad de no realizar el plebiscito constitucional. No puede haber una solución definitiva a la dramática situación que vive el país, los trabajadores y trabajadoras, sus familias, sin plantearse el rol del Estado. Todos lo reconocen, excepto la derecha, y por eso el problema constitucional va a seguir estableciendo el límite infranqueable entre esta y la oposición.









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