Salvador Dalí. La persistencia de la memoria
Alguna vez, el actual canciller de la República, siendo senador, publicó un libro de los que solía escribir cuando estaba en la oposición, que se llamaba El desalojo. Debe estar escribiendo uno ahora que debería llamarse "la cuenta regresiva". Debe estar contando los días y hasta los segundos que le faltan a este gobierno para terminar. Y quizá, muy probablemente, esperando algún acontecimiento súbito que acelere el fin. Debe haber sido agotador soportar el último año y medio de gobierno, tratando de sostenerlo con una política imposible.
En efecto, es imposible resolver con ella, los problemas de pobreza y exclusión estructural que resultan de su implementación, a duras penas disimuladas a través del consumo facilitado por la masificación del crédito y la manipulación más grosera de las conciencias realizada por los medios de comunicación de masas en las últimas décadas.
Y ello no ha sido el resultado de la pandemia. Ésta ha sido sólo una terrible circunstancia que los ha hecho aún más apremiantes y visibles. La gente está muriendo, literalmente, porque entre morir de hambre y morir de COVID, es preferible lo segundo cuando todavía hay alguien que se pueda salvar en la familia. Es terrible. Es la visibilidad de la privación que, meses antes -en medio del estallido social de octubre del 2019- hizo posible el sistema previsional. Miles de ancianos pensionados por las AFP's sobreviviendo gracias a los hijos y los nietos o que deben seguir trabajando en cualquier cosa con tal de no morir de hambre.
El colapso del sistema de salud provocado por la pandemia de COVID no se debe solamente a lo letal del virus. Es la indigencia en que sobrevive nuestro sistema sanitario gracias a los recortes de presupuesto, la externalización de servicios, la privatización y la anarquía de un sistema en que la descentralización lo ha convertido en un grupo de compartiementos estancos que hacen prácticamente imposible una estrategia que articule educación, prevención -incluyendo no sólo vacunación sino también trazabilidad, aislamiento de casos, realización de cuarentenas efectivas- y tratamientos oportunos, incluyendo casos críticos y enfermos terminales.
Por cierto, el gobierno, tal como lo está haciendo con las vacunas, desde el comienzo puso el énfasis en la parte hospitalaria de su estrategia, comprando respiradores no para evitar la propagación del virus sino para poder tratar a los miles de enfermos que ciertamente se iban a producir producto de su porfía en decretar el confinamiento para poder garantizar así el funcionamiento de la economía.
Probablemente Piñera, igual como lo creyó Trump en los Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil, creyó que sólo si demostraba buenos índices económicos al final de su período tendría posibilidades de traspasar la dirección del Gobierno a alguien de su sector.
Craso error. Era evidente que con la mortandad que actualmente tiene al país en el top ten de la desgracia mundial, difícilmente habría algo que celebrar al fin de su período. Los televisores plasma y los viajes al caribe pagados en cuotas no se pueden llevar al más allá y finalmente esto le va a pasar la cuenta a la derecha. Además de los resultados esperables de una concepción clasista de la economía, la política y la sociedad, los errores han sido garrafales y pese a las advertencias, el ideologismo del presidente, su gabinete y su sector político, pudo más.
La sinuosa maniobra de posponer las elecciones para mayo, no ha sido más que un intento desesperado por ganar tiempo para buscar alguna fórmula que le permita salir del mal paso. En Ecuador, Moreno usando una finta parecida, acaba de decretar estado de excepción en ocho provincias, a poco de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, precisamente como una manera a lo mejor, de salir de la terrible posición en que queda la derecha para enfrentar su futuro electoral. En efecto en toda América las derechas están en el piso. En Ecuador, En Brasil, en Argentina y Chile, buscando un recambio no ya en los militares, sino en nuevas fórmulas políticas que exceden a la derecha tradicional.
Cuando acabe la cuenta regresiva, todo podría pasar. El escenario está abierto especialmente porque en la oposición, por el momento, no hay nada claro y no se podría decir que representa en la actualidad una opción de gobierno para el país. La lenta reconfiguración de los históricos tres tercios o algo similar tiene, precisamente, este resultado en que no se vislumbra por ahora una alternativa al desastre que ha significado para el país el gobierno de Piñera cuando acabe la cuenta regresiva.
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