lunes, 15 de mayo de 2023

Tiempo de lucha y unidad.

Ben Shahn. Trabajadores franceses. 1942




El triunfo de la ultraderecha del Partido Republicano en las últimas elecciones para el Consejo Constitucional, por razones obvias, no dejó a nadie indiferente. No por las mismas. Los únicos duros de mollera que no logran articular una idea razonable, son los eternos buscadores del centro. Hasta ahora, lo único que han hecho es lamentarse de lo polarizadas que quedaron las cosas y añorar un centro moderado capaz de construir acuerdos. Puro voluntarismo clasemediero que se niega a admitir la realidad por miedo o incapacidad o ambos, de tomar posición y enfrentar a los defensores del abuso, la exclusión y los privilegios. 

La derecha, por su parte, ya se empezó a desordenar. La radicalidad de las posiciones sostenidas por el Partido Republicano, férreo defensor del principio de subsidiariedad, el libre mercado y los valores ultraconservadores de un catolicismo decimonónico, la hacen temer sus peores pesadillas. Esto es, que el pueblo rechace el próximo proyecto constitucional y busque vías menos republicanas para poner las cosas en su lugar. Las grietas que empiezan a manifestarse en su interior, solamente son manifestación de las contradicciones insalvables que cruzan a nuestra sociedad y respecto de las cuales, de vez en cuando, se le caen un par de lágrimas de cocodrilo. 

Considerando lo anterior, creer que el 7 de mayo acabó todo y que el futuro constitucional ya está escrito, por consiguiente, es de una simplicidad supina; una profecía autocumplida y la renuncia previa a enfrentar los obstáculos antes de topárselos siquiera. O bien posponerlo para cuando haya mejores condiciones, un razonamiento pueril por cierto y que le abre el camino a la reacción más torva pues desmoviliza al pueblo y naturaliza, del mismo modo que lo hacen las clases dominantes y sus ideólogos, las condiciones políticas y sociales aunque lo haga espetando diatribas ultrarrevolucionarias y "constituyentes".

No hay que ser muy sagaz para darse cuenta de que las condiciones en que se desarrollará esta fase del proceso, son desventajosas para el pueblo y sus intereses. No solamente por la composición del Consejo Constitucional, tal como quedó después del 7 de mayo. O por todos los tutelajes, bordes y limitaciones que tiene. Lo realmente preocupante es la desmovilización del sindicalismo, el movimiento ambientalista, la juventud y el feminismo. Durante todos los últimos veinticinco años a lo menos, la lucha de masas siempre fue un factor presente, con más o menos intensidad, en la situación política llegando incluso a ser determinante, por ejemplo, en la derogación de la LOCE, la promulgación de la ley de subcontratación; y también durante los dos períodos de Piñera para dar origen al proceso constituyente. 

Los llamados a la unidad, aludiendo a la lucha contra la dictadura, son ciertamente muy oportunos. Pero esa unidad se dio en medio de la más multifacética y decidida movilización popular. No considerarlo y creer que la unidad es solamente levantar una lista para enfrentar una elección, es una peligrosa ingenuidad. 

Es como creer que esa unidad se va a dar en unas condiciones ideales de estabilidad y normalidad. En efecto, hay que ser muy testarudo para creer que Chile es el oasis del neoliberalismo; el país más moderno de América Latina. Chile es el país donde es más caro el costo de la vida; donde las jornadas laborales son más largas y extenuantes, donde se paga por todo y el endeudamiento es la base del consumo; donde los proyectos energéticos de infraestructura y obtención de materias primas, son a costa del medioambiente y las comunidades. 

Las condiciones para hablar de unidad no son, pues, las de un país estable y con una convivencia social armoniosa,  pese a las quiméricas concpeciones de los nostálgicos de la democracia de los acuerdos. 

Más aún considerando que la agenda del gobierno, es de interés de los trabajadores y el pueblo. Lo más increíble en este sentido es que sea la Ministra Jeanette Jara quien protagonice la lucha por el aumento de salario y la reducción de la jornada laboral, no la CUT. Ciertamente la compañera ministra, considerando esta circunstancia, ha jugado un papel primordial. O que en medio de la más desfachatada performance de las ISAPRES, fraudulenta y abusiva hasta la náusea, y considerando su colosal descrédito y la férrea defensa que de éstas ha hecho la derecha -hay que leer lo que escribió por ejemplo el consejero Luis Silva al respecto- no haya ni una sola manifestación de consumidores y usuarios. O que el impulso de la política nacional del Litio, esté radicada única y exclusivamente en el Parlamento como si éste fuera un poder del Estado que gozara de una gran confianza y legitimidad social.

Si. Es tiempo de unidad. Pero la unidad se define por las contradicciones sociales y políticas en torno a las cuales la experiencia le va indicando al pueblo quién es quién, no las puras declaraciones. Diva Sobarzo, María Rozas, Moisés Labraña y muchos otros dirigentes que protagonizaron la unidad antidicatorial así lo hicieron. 



  

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