lunes, 27 de noviembre de 2023

En tierra derecha

Wolf Vostell. Afasia. 1975




Los últimos cien metros de la carrera por el plebiscito constitucional ya comenzaron. La derecha, envalentonada con el triunfo de Millei en Argentina, apura el tranco y está tirando toda la carne a la parrilla. Endurece el tono de la franja por el "a favor" y pone a trabajar a los encuestadores para que parezca que el plebiscito va a tener un resultado estrecho y lo más probable, a medida que se acerque la fecha, favorable para esa opción. ¿Por qué razón?

Aunque sea una obviedad decirlo, el resultado, sea a favor o sea en contra, no va a resolver el problema constitucional, porque la Constitución que emane de este proceso, no va a resolver las enormes desigualdades y contradicciones sociales, económicas y culturales que agitan a nuestra sociedad. Ninguna Constitución, en principio, podría borrar la realidad concreta. Y mientras así sea, en lugar de ser un instrumento que exprese una comunidad de hombres y mujeres libres o sirva siquiera para constituirla, va a ser vista por ésta como el origen del problema. Especialmente, tratándose de una redactada ex profeso y sin ningún tapujo para mantenerlas e incluso profundizarlas o bien porque la actual tampoco las resuelve y más bien está en el origen de la discusión constitucional actual. 

El problema se llama neoliberalismo y en su versión ultra, libertarismo, que es la tendencia que se empieza a abrir paso en la derecha. Se trata de una versión chapucera y tosca de la misma vieja receta de reducción del Estado -ahora incluso sin siquiera disimular esta tendencia como en el caso del principio de subsidiariedad que lo deja medio muerto aunque en apariencia siga teniendo alguna función- privatización, desregulación de los mercados, persecución de los sindicatos y las organizaciones sociales. 

Nada nuevo bajo el sol. Nada que no se haya hecho desde los años setenta a esta parte, pero ahora con peluca y retórica anarquista que contradice en forma evidente las posiciones beatas y conservadoras del evangelismo y del catolicismo preconciliar que profesan una parte importante de quienes militan tras sus filas. Las  vueltas de carnero de Evelyn Matthei, EVOPOLI y otros representantes de una derecha más laica; y del otro lado del sector, el silencio de Kast y "el filósofo" de esta nueva derecha Axel Kaiser al respecto, dan cuenta solamente de que cuando llega "la hora de los quiubos", están dispuestos a pasar por alto estas inconsistencias doctrinarias para defender lo que realmente importa, el privilegio de clase. 

En un momento caracterizado por profundos cambios a nivel internacional que ponen en cuestión las bases de la hegemonía mundial; en el que la globalización está en franca retirada  y el proteccionismo y los Estados Nacionales están de vuelta, incluso entre los países guaripolas del comercio internacional; de deterioro del medioambiente a niveles críticos para la supervivencia biológica de la especie humana incluso, las respuestas de los poderes constituidos y los informales que representan a la gran empresa, aliada con los medios y una academia servil que solamente produce papers que ocultan la gravedad de la crisis, no puede ser otra que la violencia verbal, cultural y física. 

Para eso se prepara la derecha, no solamente para ganar en diciembre. Ganar el plebiscito, es solamente una posta en la carrera por hacer recaer, como siempre lo ha hecho, en los hombros de los trabajadores, las trabajadoras, los jóvenes y la infancia, las consecuencias de una crisis creada por ellos mismos. Ppor su afán de codicia, su clasismo, las exclusiones sobre las que se ha sostenido desde hace décadas este modelo de sociedad que los ha beneficiado y el deterioro del medioambiente sobreexplotado hasta la rapiña.

Las derecha apura el tranco porque se prepara para una batalla mucho más estratégica. La profundización del modelo neoliberal, que en estas circunstancias es la única manera de salvarlo de su completa bancarrota. Para que siga siendo un modelo de sociedad y un sistema económico viable para las clases dominantes de la sociedad, necesita convertir en negocio y fuente de enriquecimiento todo lo real: la seguridad social, la educación, la salud, los recursos naturales, el medioambiente -incluso como dijo el tontorrón de Millei, los propios órganos-. 

La derecha no va a regalar nada. No estuvo nunca dispuesta a alcanzar un "consenso" con nadie, en treinta años, menos ahora que las bases de su modelo de sociedad están crujiendo. Lamentablemente, no necesariamente para dar paso a una nueva, más justa, más libre, más democrática y diversa. 




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