Hyacinthe Rigaud. Retrato de Phillipe de Courcillon. 1702 |
Estas últimas semanas, la elite
empresarial y la derecha han insistido en instalar el debate sobre la reforma del
sistema político. Su fariseísmo no puede ser más evidente. Se han opuesto por
más de tres décadas a cualquier reforma, por tibia que fuera, incluyendo el
proceso constitucional que resultó de la revuelta de 2019, y ahora pretenden,
sin mediar explicación, que son necesarias.
Especialmente los partidos de
derecha, y lo que queda de la vieja guardia de la Concertación, han
protagonizado una insistente campaña por hacerlo, contando para ello eso sí con
la potente red de medios que poseen. Y con un voluntarismo muy oportunista por
lo demás, pretenden resolver mediante un arreglo formal, las contradicciones
sociales que han provocado treinta años a lo menos de predominio del
neoliberalismo. La situación es bastante explosiva y tanto los empresarios como
los más duchos dirigentes de la vieja guardia de la democracia de los acuerdos
-entre ellos, la virtual candidata presidencial Evelyn Matthei-, encendieron
las alarmas o a lo menos eso pretenden, antes de que la indignación de los
populáricos vuelva a explotar.
Las quejas de las viudas de la
transición sobre la fragmentación del sistema de partidos, del
"parlamentarismo de facto", etc. apenas disimulan su añoranza del
binominalismo y ojalá de esa especie de cesarismo presidencial, que les
permitió por décadas administrar el neoliberalismo sin contratiempos o al
menos, sin contratiempos que no fueran subsanables con muñequeo y manipulación
cultural.
El desalineamiento entre los
poderes del Estado y lo que llaman en tono lastimero "la incapacidad de la
clase política de llegar a acuerdos", solamente da cuenta de la dispersión
y contradicciones sociales que el sistema ya es incapaz de seguir procesando,
ello no por la introducción de algún grado de proporcionalidad que lo ha
democratizado parcialmente, sino porque demuestra en forma permanente la camisa
de fuerza que es para la sociedad real.
En su ideologización los
partidarios del consenso, de la estabilidad y el orden, pretenden que la crítica
situación social a que ha arrastrado el neoliberalismo al país, se resuelve no
haciéndose cargo de las grandes contradicciones sociales que generan los
niveles obscenos de desigualdad, los bajos salarios, la fuente de
empobrecimiento de segmentos crecientes de la sociedad que incluyen a
profesionales y clase media que es el sistema previsional vigente ni la anomia
que resulta de hacer de todo un negocio en el que se salvan solamente los vivos
o los que tienen los recursos para acceder a derechos incluso, que el
neoliberalismo ha convertido, como dijo Sebastián Piñera en medio de la crisis
del 2011, en “bienes de consumo”.
Pretenden hacerle creer al país que
estas contradicciones se resuelven con un régimen político y un sistema de
partidos que posibilite acuerdos, consenso y estabilidad, seguramente para
seguir administrando el neoliberalismo hasta el fin de los tiempos. Lo que realmente
buscan es un acuerdo no para resolverlas, sino para hacer frente a la ola de
indignación y protesta que tarde o temprano va a volver a explotar. Los
empresarios, con la avaricia y el tono pontificador que los caracteriza, notificaron en la ENADE que no están dispuestos a pagar más impuestos ni a someterse a
controles y regulación del Estado en lo que afecte sus proyectos de inversión.
Precisamente en eso consistieron
los famosos "treinta años". Consistieron en la indiferencia de un
sistema político servil al empresariado ante las profundas contradicciones que
cruzan a la sociedad, tras la promesa de que la igualdad, el bienestar y la
justicia social serían el resultado del crecimiento y la estabilidad
macreconómica a costa de un presente de desigualdad, sobreexplotación e
inseguridad ante la vejez o la enfermedad.
La negativa del empresariado y sus empleados
del sistema político a la reforma tributaria primero y el pacto fiscal
actualmente; a la reforma previsional; los torpes obstáculos que le ponen a la
implementación de la reducción de la jornada laboral semanal; su recurso a
cuanta triquiñuela hace posible la institucionalidad vigente para eludir
regulaciones ambientales y fallos judiciales que no les gustan, simplemente son
demostración de su prepotencia de clase y su certeza de saberse dueños de un
poder por el que pretenden ponerse por sobre el Gobierno, el Parlamento, los
tribunales de justicia y el resto de la sociedad.
La derecha tradicional, cada vez
más anacrónica, representada por los mismos hace treinta años y más, está siendo
lentamente fagocitada por sus vástagos. Ello, justamente por la radicalidad con
la que el empresariado criollo está enfrentando los desafíos que les plantea la
etapa actual de estancamiento del neoliberalismo para no ver afectadas, pese a
ello, sus obscenas tasas de ganancia de las últimas décadas.
Se trata de la reedición de la famosa frase de Pinochet "Yo o el caos". Acuerdo con los empresarios, desarme de las posiciones democráticas y progresistas ante el chantaje de la derecha o anarquía solucionable sólo mediante la represión que tiene en JAK y su "Jungvolk" criolla un batallón bien dispuesto para ello. El pueblo no puede, no debe, dejarse someter a este chantaje. Éste es simplemete expresión de la percepción del riesgo que la situación actual tiene para sus intereses, el empresariado y la derecha. De su aislameitno social y político. No es el momento de someterse a sus exigencias sino de insistir en la necesidad de realizar las transformaciones reclamadas por el país y pospuestas en los últimos cinco años.
No es sólo una tarea del gobierno. Es una responabilidad de las coaliciones que le dan sustento, de los parlamentarios de izquierda y de las organizaciones sociales, que son las más interesadas en ellas.
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