Hans Holbein el joven. La danza de la muerte: la muerte y el avaro |
La epidemia de coronavirus que ya cuenta casi mil contagiados, decenas de hospitalizados y dos fallecidos en nuestro país, puso en evidencia la incapacidad del sistema neoliberal en lo que se refiere a la satisfacción de las necesidades más básicas de la población.
Ciertamente es algo que chilenos y chilenas -especialmente los pobres y los trabajadores - experimentaban todos los días desde hace mucho tiempo, acumulando rabia y descontento antes de la aparición del coronavirus hasta estallar en el levantamiento popular del 18 de octubre.
Precisamente donde el Estado debía garantizarlas, es donde se expresaba todos los días la indigencia del sistema para satisfacerlas, sometiendo a condiciones indignas al pueblo: en los consultorios y hospitales públicos; en el sistema de transporte y la educación escolar y universitaria; en la vida de los pensionados y pensionadas y hasta en los servicios básicos de vivienda, agua potable y electricidad, todo ello disimulado por una modernidad de tierra financiada por ellos mismos.
Haciendo alarde de esa capacidad sofística que caracteriza a autoridades políticas e ideólogos liberales, los medios intentan hacer aparecer el levantamiento y la protesta social como la causa de lo que en realidad son las razones que lo motivan: la destrucción de empresas y fuentes de trabajo y el consecuente aumento del desempleo, así como el deterioro de los servicios y su encarecimiento.
Pero la crisis sanitaria ha tenido una segunda consecuencia aún más importante y es que ha hecho evidente también el carácter de clase del sistema y de la sociedad que se ha construido en los últimos treinta o más años.
El paquete de medidas económicas anunciadas por el gobierno ni siquiera disimulan al respecto.
Un paquete que no tiene por finalidad -excepto en las pomposas declaraciones con que se le presenta- ayudar a la población a sortear las dificultades que esta conlleva. Peor aún, las medidas que se adoptan tienen un evidente sentido de clase, que es salvar a los empresarios y proteger sus negocios, mientras el mensaje al pueblo y los trabajadores, es que se sacrifiquen y sostengan patrióticamente el peso de la crisis sanitaria que no es otra cosa que mantener dentro de lo posible las ganancias de sus empleadores aun a costa de su salud y la de sus familias.
Hasta la forma de comunicarlas es la de un patrón dirigiéndose a sus inquilinos, con un discurso que deambula entre la amenaza y la descalificación -lo que hace muy cínicamente el Ministro de Salud como si fuera un capataz- hasta el tono caritativo y los llamados a la unidad de los más compasivos dirigentes de la derecha.
O del Ministro de Hacienda proponiéndole a sus colegas del gabinete bajarse el sueldo en un treinta por ciento para, supuestamente, asimilar su esfuerzo al de los trabajadores que deberán cobrarse el salario de su propio seguro de cesantía o simplemente renunciar a él con tal de mantener la pega, como si su sueldo fuera comparable al de un trabajador promedio, que es menos de quinientos mil pesos.
Un cinismo intolerable y al que no se puede responder con tecnicismos pues ni siquiera admiten una argumentación racional. Se trata de pura ideología. Ideología de clase que es espetada por todos los medios y que ofende la pobreza y las necesidades que padecen millones.
Que expresa unos valores, una cultura y concepción del mundo que asume como si fuera de lo más natural la desigualdad y la sobreexplotación y el endeudamiento de trabajadores y trabajadoras para sostener esos valores y estilo de vida -incluyendo carreteras y construcciones faraónicas, malls y supermercados, AFP´s, etc.- haciéndolos aparecer como si fuera del interés de toda la sociedad hacerlo.
Es quizás uno de los rasgos más llamativos de esta crisis, el que precisamente la ideología dominante pierda esa aura de "objetividad" y por el contrario, que todas aquellas ideas que parecían "ideologizadas" o a las que se pretendía hacer aparecer de esa manera, recobren legitimidad política e incluso "académica".
Es la razón por la que el buenismo ramplón de los flamantes ministro de hacienda y ministra del trabajo, haya quedado en bancarrota tan prematuramente para hacerse evidente que entre los Larraín y los Briones no hay mucha diferencia tratándose de doctrina y posición política.
A la oposición no le queda más que insistir en ello pues el discurso del consenso y la unidad nacional para enfrentar la epidemia no tiene ninguna lógica en la realidad social cuando la primera autoridad sanitaria, económica y política del país defiende de modo tan impúdico los intereses de clase de los empresarios y los dueños del capital, lo que resulta evidente y ofensivo para cualquiera.
Llegados a este punto, es previsible además, que la codicia, la ambición y la avaricia en que se sostiene el modelo terminen por romper el saco; y la epidemia y sus más probables consecuencias de aumento de la pobreza y exclusión, así como el paternalismo y el autoritarismo con que ha sido enfrentada, acaben pasando la cuenta a los sectores que han dominado a nuestra sociedad en las últimas décadas.
De lo que haga la oposición depende en gran parte que así sea.