Su resultado en
gran parte desmiente muchas de las expectativas creadas tras la primera vuelta.
En efecto, todos estábamos contentos pese a que la derecha
triunfó en esa ocasión. Eso, porque la votación obtenida por Piñera, resultó menor a lo pronosticado por las encuestas y
lo que esperaba la derecha para asegurar su triunfo.
En segundo lugar, por la virtual consolidación de un sector nuevo en la
izquierda que vendría a fortalecer las
posiciones que propugnan reformas al sistema económico social y la institucionalidad política.
En tercer lugar, porque se vislumbraba un electorado más
politizado y que se manifestaba en esa
ocasión a favor de las posiciones que propugnaban continuar y profundizar lo
comenzado en la actual administración.
Sin embargo, tan sólo un mes después, la derecha vuelve a ganar y no -como todo
hacía suponer- en un resultado estrecho sino con una ventaja de casi diez puntos porcentuales, unos
cuatrocientos mil votos y en trece de las quince regiones del país.
¿Cuál es la razón o las razones de un cambio tan inesperado
de la situación política en tan poco tiempo? Cambio que por lo demás nadie previó.
La derecha ganó porque lo hizo mejor. Primero porque actuó con una gran unidad de propósito y coherencia política.
Sus diferentes tendencias se dieron tregua en función de un objetivo táctico y pese a que semanas antes se recriminaban mutuamente, todos se cuadraron con el fin de recuperar la presidencia.
Esta coherencia no solamente es expresión de una capacidad orgánica o como dicen ahora, de "gestión política" sino estratégica y de principios: sus objetivos, retomar el crecimiento económico que no es más que las tasas de ganancia de las grandes empresas a costa de los derechos de los trabajadores y el pueblo, y como ellos dicen "corregir" las reformas llevadas a cabo por la actual administración.
Por el contrario, la centroizquierda, pese a que
matemáticamente fuera más en la primera vuelta, no tuvo capacidad de remontar su dispersión y esto es expresión de una divergencia que se arrastró incluso durante todo el mandato de la Presidenta Bachelet y que fue subestimado permanentemente.
Esto es sólo el resultado de las transformaciones neoliberales operadas en las últimas décadas y la incapacidad -especialmente de la izquierda- de proponer una síntesis programática de reivindicaciones inmediatas -como la gratuidad de la educación; reforma laboral y tributaria y al sistema electoral- con las consignas generales de transformación estructural del modelo.
La derecha ganó además, porque fue capaz de movilizar a grandes contingentes de masas.
Esta capacidad de movilización de la derecha es el resultado de un permanente martillar en la opinión pública, las consignas del emprendimiento y la competencia; del individualismo y el consumo como valores supremos de la convivencia social.
La derecha tuvo política cultural. Usó su prensa y medios audiovisuales, estudios de opinión, no solamente en la campaña sino durante todo el mandato de la Presidenta Bachelet.
Su majadera retórica individualista, que promueve el apoliticismo; el corporativismo; la desconfianza fue el caldo de cultivo ideal para el clientelismo y el discurso y propuestas populistas y reaccionarias. Es lo que resume su apelación a la clase media, que no es ora cosa que la masa de consumidores en que el sistema ha convertido a los ciudadanos.
Su majadera retórica individualista, que promueve el apoliticismo; el corporativismo; la desconfianza fue el caldo de cultivo ideal para el clientelismo y el discurso y propuestas populistas y reaccionarias. Es lo que resume su apelación a la clase media, que no es ora cosa que la masa de consumidores en que el sistema ha convertido a los ciudadanos.
El triunfo de Piñera, es una derrota de proporciones para el pueblo. Pues no se trata solamente de la posibilidad de que la derecha de marcha atrás en las reformas aprobadas bajo el actual gobierno, lo que depende de sus propios problemas y diferencias internas además de la capacidad del pueblo de defenderlas.
Se trata además y sobre todo, de que las condiciones para profundizarlas y emprender otras son ahora mucho más difíciles.
El nuevo ciclo del que hablamos tantas veces en estos últimos cuatro años no se va a detener ni volver atrás. El tema es qué posición política adoptaremos todos quienes reclamamos profundización de la reforma laboral y educativa; cambios al sistema de pensiones y Nueva Constitución en este nuevo contexto de gobierno derechista y siendo oposición.
¿Un relevo generacional en la dirigencia de la centro izquierda? ¿Renovación de los estilos y métodos de trabajo? Por supuesto, pero para eso además es imprescindible una recuperación de sus partidos y organizaciones políticas, las que en esta segunda vuelta demostraron su extraordinaria debilidad.
Hacer política de masas. Volcarse hacia los movimientos sociales, para conocer sus demandas pero también -que es lo que la derecha sí supo hacer- para señalar objetivos políticos, razones por las cuales organizarse, movilizarse y luchar.
Hacer de la diferencia un capital, una fortaleza y no un obstáculo. Ver al aliado no como una competencia sino como un complemento.
Levantar por ello una oposición parlamentaria unitaria, que es algo que en el primer gobierno de Piñera no tuvimos excepto hacia el final de su mandato. También en los movimientos y organizaciones y sociales.
Con el resultado del domingo, se frustran las esperanzas de cerrar en esta coyuntura el capítulo de la "transición interminable", como la llamó Luis Maira hace años.
Una de las lecciones que deja esta elección es que para el impulso de las grandes transformaciones que la sociedad reclama, la unidad de la izquierda es una condición imprescindible. Por el contrario, cada vez que la izquierda ha estado dividida, el que ha pagado las consecuencias es el pueblo.
No se trata de renunciar ni a las banderas ni a la doctrina ni la historia. Se trata de hacer de todo ello una fuerza política y de masas. No es tarde todavía para enmendar el rumbo y para ello solamente se requiere voluntad política.