martes, 30 de mayo de 2023

Las ideas por delante

Juan Domingo Dávila. El libertador Simón Bolívar. 1993



Hace poco se hizo pública una carta que el ex presidente de Uruguay, el compañero Pepe Mujica, le  mandó a Lula, a propósito del encuentro de presidentes de América que está organizando. 

Los desafíos que describe en ella son de una envergadura histórica comparable solamente a las que le ha tocado enfrentar a nuestros pueblos de América cada cien años e incluso más, considerando que ésta se inscribe en la crisis planetaria más grave que nos haya tocado enfrentar como especie.  

El avance en todo el mundo de una ultraderecha reaccionaria e ignorante, como pocas veces se haya visto desde mediados del siglo XX; la crisis económica y la recesión mundial con sus secuelas de desempleo, pobreza y profundización de la desigualdad a niveles obscenos; conflictos bélicos que ya provocan una nueva carrera armamentista y la posibilidad de una nueva guerra mundial;  una crisis medioambiental que incluye escasez de agua, sequías, inundaciones, desaparición de vastas zonas de riqueza ecológica: desaplazamientos masivos de seres humanos; extinción de especies animales y vegetales producto del aumento de la temperatura de la tierra, son algunos de sus ingredientes. 

La ciencia y la teconología -promesa de solución y de organización racional de la vida- se han demostrado hasta ahora incapaces de hacerles frente y por el contrario, parecen "a ojo de buen cubero" una de las causas de la catástrofe, favoreciendo la aparición de discursos pseudomísticos, esoterismo new age y consuelos espiritualistas que incluso favorecen las soluciones reaccionarias. La multiplicación de los problemas asociados a esta crisis global, es como el efecto de una bomba de racimo pero no se puede enfrentar cada una de sus detonaciones por separado sin que su efecto devastador se siga manifestando en la totalidad. 

La Vicepresidenta Argentina, Cristina Fermández, en el acto de aniversario de la asunción de su compañero,  Nestor Kirchner, planteó los ejes de un programa para enfrentar a la derecha y comparó la coyuntura actual por la que pasa la hermana República, con la que enfrentaba entonces, hace exactamente veinte años. En un gesto de dirigente político y popular, planteó las tareas y se rodeó de todos los compañeros, de todas las tendencias, que podrían encabezar este desafío. 

La unidad de los pueblos de América está a la orden del día. No hay otra manera de enfrentarla. Pero como plantean Pepe Mujica y Cristina Fernández, ésta se construye sobre la base de un programa de ideas, contenidos y propuestas que explican el que los que alguna vez hayan estado en veredas distintas y opuestas, incluso, puedan sentirse y actuar como compañeros y compañeras. 

La unidad ya tiene avanzado un buen trecho con lo realizado por la Convención, que fue objeto desde que se instaló de los más matonescos e hipócritas ataques. La victimización que hizo la derecha de su condición minoritaria acusando de revanchismo a quienes representaban a la mayoría desposeída, sobreexplotada, excluida, discriminada y endeudada hasta los tuétanos, llegó a los niveles de una sensiblería de telenovela, aunque contó para ello con una cobertura en los medios que cualquiera se querría. 

La izquierda y el campo social y popular, en cambio, esperaron aparentemente que esta se defendiera sola o se confió, nos confiamos, en la "razón" de sus resoluciones, en la justeza de sus causas y en que la escandalosa desigualdad, exclusiones y abuso actuarían prácticamente como un mecanismo automático para motivar a la ciudadanía para que, en forma espontánea, votara a favor de la propuesta de la Convención. Que hasta en Petorca ganara el rechazo, demuestra lo ingenuo de esta manera de proceder.  Claramente, tener razón no es suficiente. Ejemplos en la historia sobran para afirmarlo; el surgimiento del fascismo a mediados del siglo XX es precisamente expresión de esto. 

La propuesta constitucional de la Convención es la base para la construcción de un programa de todas las fuerzas políticas que votaron apruebo en el plebiscito de salida, debería serlo. El que en la propuesta de la Convención se pusiera el acento en el rol del Estado en lo que se refiere al cuidado de medioambiente y el combate contra el calentamiento global; la inclusión de un enfoque que reconoce las diversidades  que componen nuestra sociedad y la asignación de un protagonismo del Estado a la hora de proveer los mecanismos necesarios y dar cumplimiento a los derechos sociales de todos y todas, también. 

Pero la misma derrota del 4 de septiembre debiera servirnos para pensar en todo lo que hay que corregir, en lo que faltó. Claramente, la presencia de los trabajadores y trabajadoras en cuanto productores. Todos los trabajadores. Obreros asalariados; empleados, profesionales proletarizados; académicos sometidos al régimen de honorarios, trabajadores del arte y la cultura que compiten por fondos concursables para sostenerse precariamente a costa de su autonomía como creadores.

Hablar de la unidad es necesario y urgente. Más importante en todo caso es llenarla de contenido so pena de que el pueblo no ve en ella más que una componenda para obtener cargos. Avanzar en ella además, es reconocer lo avanzado y reivindicarlo como propio; la honestidad y la consecuencia son simpre un capital político, más aún en estos tiempos en que el egoísmo, la mentira y el oportunismo, parecen imponerse.   


jueves, 25 de mayo de 2023

Despertando a un sonámbulo

El gabinete del Doctor Caligari. Robert Wiene. 1920


Las palabras de la ex candidata al Consejo Constitucional y presunta autora de la tesis de las dos listas, la Presidenta del PPD -en las que trató de "monos peludos", "treinta por ciento" y otras linduras  a los partidarios de una nueva Constitución- no pasaron inadvertidas, ni siquiera en su partido que está cruzado actualmente por un debate no muy amistoso entre quienes están por continuar colaborando con el gobierno del Presidente Boric y el resto de las fuerzas de la izquierda; y quienes, como ella probablemente, preferirían experimentar nuevas alianzas o insistir en resucitar a la Concertación, como el sonámbulo Cesare en la película El gabinete del doctor Caligari.  

Da la impresión de que su objetivo es dinamitar las posibilidades de unidad de los demócratas para enfrentar el mayor desafío que hayan enfrentado en cien años, con propósitos incomprensibles e inconfesados. 

En efecto, una vez concluido el trabajo de la Comisión de Expertos, le toca al Consejo Constitucional ratificar o modificar el anteproyecto presentado por ésta. Si ya a muchos les debe parecer malo, con la mayoría que el Partido Republicano logró en la elección de consejeros, podría ser todavía peor. Ello,  considerando que lo que del trabajo de la Convención conservaron los expertos, podría ser eliminado para terminar con un mamarracho peor que el actualmente vigente -otro sonámbulo. 

Esto es el resultado de una seguidilla de errores que la izquierda y el campo social y popular viene cometiendo desde la instalación de la Convención Constitucional, de los que nadie se ha hecho cargo. Partiendo por la presidenta del PPD, que parece no darse por enterada de los cambios que ha habido en los últimos tres años y que son los que determinan lo que queda del proceso constituyente, de la misma manera que los teóricos de "la clase política", hacen como que no los ven para insistir en ese discurso facilón que, por cierto, siempre tiene quien lo aplauda. 

El primero, es el crecimiento acelerado de la utraderecha, como resultado de la despolitización de la sociedad y la irrelevancia en la que la política de la transición -suerte de neoliberalismo adocenado- sumió al Estado. Esto como resultado de las políticas que han hecho del mercado un hecho natural y de los valores asociados a la competencia mercantil, los que predominan en todas las esferas de la vida social. 

El Partido republicano y su prédica reaccionaria, precisamente por esa razón, empalma tan bien con el sentido común dominante, que es la ideología de las clases dominantes repetida en forma machacona por los medios y el sistema educacional. "Con mi plata no", "derecho a elegir", "los ricos crean empresas y trabajos", "los impuestos son siempre regresivos y coartan mi libertad", etc. es parte de la letanía que repiten los empresarios, sus economistas y los políticos que les sirven, convirtiéndose  en frases hechas para uso cotidiano y argumentación de toda clase de abusos. Por eso hasta la derecha tradicional se ha hecho irrelevante. 

Ese es también un punto que Piergentili parece no considerar. Chile Vamos fue fagocitado en el transcurso de los últimos años por los republicanos, de lo que es expresión el resultado de la elección de consejeros. Especialmente RN, que dada su matriz más tradicionalista -al lado de una UDI mucho más tributaria de un neoliberalismo puro- sufrió la peor caída electoral de su historia expresada ahora en la lucha desatada por su conducción.

El añorado centro moderado, la "centroizquierda", el "liberalismo social" o "tercera vía",  ya no existen...¿qué pretende Piergentilli? Sus vestigios andan buscando fórmulas que les permitan sobrevivir en este escenario ya que con la nueva Constitución, podrían terminar por desaparecer. Insistir en la formación de "un tercio" de centro, se ve complicado, excepto al costo de renunciar a la aspiración de un cambio estructural efectivo que fue parte de la identidad del centro histórico, cuestión que a la Concertación le costó las derrotas del 2010 y su patético estado actual. 

Chile, después del 18 de octubre, cambió definitivamente. La política no puede ser añorar lo que fue antes de esa fecha, la política no consiste en despertar sonámbulos. El único resultado que puede tener esa política es la de resucitar los monstruos que asechan en las entrañas del neoliberalismo y desatar las fuerzas reaccionarias que podrían producir una involución política, humana y social con un costo enorme para el país. 

La respuesta de los demócratas no puede ser otra que fortalecer la unidad, unidad que en el transcurso de la Convención, se dio sólo en forma coyuntural e inorgánica. Partidos, movimientos sociales, organizaciones tradicionales y emergentes. La forma que vaya a adoptar esa unidad es algo que la experiencia decidirá, aunque el tiempo apremia en todo caso. Esa unidad no puede repetir la experiencia de la Convención, que con todo lo avanzada y lo representativa de los pueblos de Chile que fue, no alcanzó el carácter de un proyecto de sociedad, sino solamente la suma algebraica de sus demandas, de sus anhelos y necesidades. 













lunes, 15 de mayo de 2023

Tiempo de lucha y unidad.

Ben Shahn. Trabajadores franceses. 1942




El triunfo de la ultraderecha del Partido Republicano en las últimas elecciones para el Consejo Constitucional, por razones obvias, no dejó a nadie indiferente. No por las mismas. Los únicos duros de mollera que no logran articular una idea razonable, son los eternos buscadores del centro. Hasta ahora, lo único que han hecho es lamentarse de lo polarizadas que quedaron las cosas y añorar un centro moderado capaz de construir acuerdos. Puro voluntarismo clasemediero que se niega a admitir la realidad por miedo o incapacidad o ambos, de tomar posición y enfrentar a los defensores del abuso, la exclusión y los privilegios. 

La derecha, por su parte, ya se empezó a desordenar. La radicalidad de las posiciones sostenidas por el Partido Republicano, férreo defensor del principio de subsidiariedad, el libre mercado y los valores ultraconservadores de un catolicismo decimonónico, la hacen temer sus peores pesadillas. Esto es, que el pueblo rechace el próximo proyecto constitucional y busque vías menos republicanas para poner las cosas en su lugar. Las grietas que empiezan a manifestarse en su interior, solamente son manifestación de las contradicciones insalvables que cruzan a nuestra sociedad y respecto de las cuales, de vez en cuando, se le caen un par de lágrimas de cocodrilo. 

Considerando lo anterior, creer que el 7 de mayo acabó todo y que el futuro constitucional ya está escrito, por consiguiente, es de una simplicidad supina; una profecía autocumplida y la renuncia previa a enfrentar los obstáculos antes de topárselos siquiera. O bien posponerlo para cuando haya mejores condiciones, un razonamiento pueril por cierto y que le abre el camino a la reacción más torva pues desmoviliza al pueblo y naturaliza, del mismo modo que lo hacen las clases dominantes y sus ideólogos, las condiciones políticas y sociales aunque lo haga espetando diatribas ultrarrevolucionarias y "constituyentes".

No hay que ser muy sagaz para darse cuenta de que las condiciones en que se desarrollará esta fase del proceso, son desventajosas para el pueblo y sus intereses. No solamente por la composición del Consejo Constitucional, tal como quedó después del 7 de mayo. O por todos los tutelajes, bordes y limitaciones que tiene. Lo realmente preocupante es la desmovilización del sindicalismo, el movimiento ambientalista, la juventud y el feminismo. Durante todos los últimos veinticinco años a lo menos, la lucha de masas siempre fue un factor presente, con más o menos intensidad, en la situación política llegando incluso a ser determinante, por ejemplo, en la derogación de la LOCE, la promulgación de la ley de subcontratación; y también durante los dos períodos de Piñera para dar origen al proceso constituyente. 

Los llamados a la unidad, aludiendo a la lucha contra la dictadura, son ciertamente muy oportunos. Pero esa unidad se dio en medio de la más multifacética y decidida movilización popular. No considerarlo y creer que la unidad es solamente levantar una lista para enfrentar una elección, es una peligrosa ingenuidad. 

Es como creer que esa unidad se va a dar en unas condiciones ideales de estabilidad y normalidad. En efecto, hay que ser muy testarudo para creer que Chile es el oasis del neoliberalismo; el país más moderno de América Latina. Chile es el país donde es más caro el costo de la vida; donde las jornadas laborales son más largas y extenuantes, donde se paga por todo y el endeudamiento es la base del consumo; donde los proyectos energéticos de infraestructura y obtención de materias primas, son a costa del medioambiente y las comunidades. 

Las condiciones para hablar de unidad no son, pues, las de un país estable y con una convivencia social armoniosa,  pese a las quiméricas concpeciones de los nostálgicos de la democracia de los acuerdos. 

Más aún considerando que la agenda del gobierno, es de interés de los trabajadores y el pueblo. Lo más increíble en este sentido es que sea la Ministra Jeanette Jara quien protagonice la lucha por el aumento de salario y la reducción de la jornada laboral, no la CUT. Ciertamente la compañera ministra, considerando esta circunstancia, ha jugado un papel primordial. O que en medio de la más desfachatada performance de las ISAPRES, fraudulenta y abusiva hasta la náusea, y considerando su colosal descrédito y la férrea defensa que de éstas ha hecho la derecha -hay que leer lo que escribió por ejemplo el consejero Luis Silva al respecto- no haya ni una sola manifestación de consumidores y usuarios. O que el impulso de la política nacional del Litio, esté radicada única y exclusivamente en el Parlamento como si éste fuera un poder del Estado que gozara de una gran confianza y legitimidad social.

Si. Es tiempo de unidad. Pero la unidad se define por las contradicciones sociales y políticas en torno a las cuales la experiencia le va indicando al pueblo quién es quién, no las puras declaraciones. Diva Sobarzo, María Rozas, Moisés Labraña y muchos otros dirigentes que protagonizaron la unidad antidicatorial así lo hicieron. 



  

lunes, 8 de mayo de 2023

Un proceso rocambolesco

Juan Domingo Dávila. Ratman, 1980



El resultado de la elección de consejeros constitucionales del domingo, trajo algunas sorpresas aunque no tan inesperadas como, a primera vista, podría parecer. Las interpretaciones que se han hecho al respecto, por ahora, son más bien interesadas y no tienen otra finalidad que incidir en lo que resta del proceso constituyente. 

Por ejemplo, que con el resultado del domingo "el gobierno del presidente Boric se acabó". O de que con este resultado su programa es impracticable; o que triunfaron las ideas contenidas en la Constitución del 80, habida cuenta de que el partido más votado de estas elecciones ni siquiera la quiere cambiar.

Todavía queda la deliberación del Consejo Constitucional y aunque la derecha tiene la sartén por el mango en él, considerando que tiene el número suficiente de consejeros para redactar una Constitución a su antojo, queda el plebiscito de salida y la posibilidad de que ésta sea nuevamente rechazada. 

La elección no va a hacer desaparecer las contradicciones ni las grietas enormes de desigualdad, abuso y exclusiones que caracterizan a la sociedad neoliberal. Como decía el histórico Secretario General del MIR, Miguel Enríquez, las elecciones no resuelven los problemas, solamente los plantean. Mientras estas contradicciones existan, mal que le pese a la derecha y los liberales, la política va a seguir siendo necesaria y con mayor razón, una nueva Constitución. 

La paradoja de la elección del domingo es que la Constitución actual, que sobrevive como un zombi que se ha resistido a morir pese a todos los intentos realizados, pretende ser la expresión de una sociedad perfecta en el que la política es innecesaria. Quienes triunfaron el domingo son precisamente los que sostienen semejante paparrucha en medio de uno de los ejercicios de deliberación política más impresionantes de nuestra historia. 

El triunfo mayoritario del Partido Republicano, en ese sentido, podría no ser más que circunstancial y si bien pone cuesta arriba la lucha por una nueva Constitución, no representa ni con mucho la derrota definitiva de quienes queremos cambiarla para siempre. Es muy probable que la derecha tradicional se ponga todavía más reaccionaria y que la caterva de beatos y autoritarios que representa, se envalentonen y griten más fuerte. Pero también que algunos busquen una solución intermedia al impasse constitucional en el que quedó metida nuestra sociedad después del plebiscito del 4 de septiembre, temiendo la posibilidad de un nuevo rechazo. 

Lamentablemente ya no cuenta para ello con una "centroizquierda" moderna con la cual realizar este propósito. El centro, hoy por hoy, lo ocupa la derecha, si es que quiere ocupar ese espacio. El despropósito de ir en listas separadas, responsabilidad del PPD y del laguismo, terminó por sepultar a la Concertación y de pasada, perjudicó las posibilidades de las fuerzas que votaron apruebo en el plebiscito de salida. Un "catapilco" posmoderno.  

El proceso constituyente continúa, y lo seguirá haciendo, mientras siga vigente la Constitución actual y el principio de subsidiariedad que convierte todas las necesidades sociales en un sálvese quien pueda. Es más, las luchas populares y ciudadanas continuarán desarrollándose como si fueran independientes y distintas a las que se librarán en el Consejo Constitucional.

Las luchas por el litio, por el agua; el derecho a la educación y la salud públicas; por la redistribución del ingreso y contra la desigualdad no se detienen ahora ni se detendrán mientras no haya un nuevo pacto social que las considere con un sentido nacional y de soberanía popular. 

La responsabilidad de la izquierda, en este sentido, es estar alerta a lo que sucede en el Consejo Constitucional y más que buscar acuerdos, forma eufemística de referirse a la renuncia, representar los anhelos populares y llevarlos al debate. Involucrar a la sociedad en él a través de las más variadas formas de movilización popular. Los llamados a la unidad son necesarios,  pero ésta se construye en las experiencias de lucha que hacen a socialistas, comunistas, miristas, cristianos de izquierda, ambientalistas, disidencias sexogenéricas, pueblos originarios, sindicalistas, defensores del patrimonio, la educación pública y del derecho a la salud, compañeros y compañeras que comparten el proyecto de una nueva sociedad.


sábado, 6 de mayo de 2023

¿Qué esperar el 7 de mayo?

Fernand Leger. Estudio para Los constructores. 1954



Al contrario que en el plebiscito de entrada y en el de salida, la elección de consejeros constitucionales este domingo que viene, no genera una gran expectativa. Excepto algún hecho inesperado, presumiblemente el resultado, sin ser estrictamente comparable con el plebiscito del 4 de septiembre, va a confirmar el de las fuerzas que llamaron a votar apruebo en él.  

Pareciera ser que los ímpetus "refundacionales", como los llamó la derecha y un centro melifluo, apasionado por las medias tintas, ya son cosa del pasado.  El estado de ánimo del país, dicen, con ínfulas de gran sabiduría, habría vuelto de donde nunca debió haber salido: la moderación, la responsabilidad, el gradualismo, etcétera, etcétera, etcétera. 

Probablemente uno de los desmentidos de ese pronóstico, va a ser el resultado de la la ultraderecha de los republicanos y del PDG, que va a estremecer a la derecha tradicional. Esto presumiblemente la arrastre todavía más al extremismo ultraconservador y empeore sus arrebatos cosistas, su positivismo pop y el facilismo de sus explicaciones y de sus propuestas en las materias que preocupan a la sociedad y que movilizan indignación y estallidos de protesta popular periódicos, como el 2006, el 2011 y el 2019. 

De hecho, ya su propuesta en materias de seguridad y previsional dan cuenta del facilismo con el que pretende despachar tales asuntos a través de medidas que no requieren mucha argumentación porque ya está contenida en la realidad, apelando al sentido común que reivindica como una virtud cuando no es más que conservadurismo y comodidad. No hacen sino repetir las mismas fórmulas aplicadas hace más de treinta y cinco años y que tienen al país en una crisis interminable o que a lo menos no presenta luces de salida en el corto plazo. 

En cuanto al centro o lo que alguna vez presumió de serlo, su derechización desde la campaña y el plebiscito de salida, ha sido vertiginosa. Ha gozado, sin embargo, de la misma intangibilidad que el sentido común dominante le otorga al fascismo. Su renuncia a la reforma y la transformación coinciden con la aceptación dogmática de un orden social, político y económico expresado en probabilismo; en su adaptación pragmática a las circunstancias y el muñequeo como estilo de hacer política. Es probable después del domingo, que parte de la derecha tradicional se acerque todavía más a este centro conformando una centroderecha que quizás se estabilice en el futuro con los sobrevivientes de la democracia de los acuerdos.  

Nada muy épico. 

La Constitución del 80 ya es cosa del pasado; murió en el plebiscito de entrada y la Convención, pese al resultado del 4 de septiembre, modificó para siempre los términos en que se lleva a cabo la lucha por una nueva Constitución. Prueba de ello son las contorsiones lógicas y políticas de las que han hecho gala los defensores del Estado Subsidiario en la comisión de expertos y a través de la prensa para tratar de hacerlo compatible con el Estado Social y de Derechos resuelto por la Convención; lo mismo la cantidad de indicaciones que se han hecho en sus subcomisiones para darle forma a los bordes establecidos en el acuerdo que le dio origen al proceso actual. 

Ciertamente, no es la misma correlación de fuerzas de la Convención. La derecha logró imponer bordes, límites al proceso; tutelajes inaceptables en un proceso de realización de la soberanía popular. Pero ni siquiera durante la dictadura militar, en medio de la peor represión y la más salvaje violencia en su contra, el pueblo renunció a luchar por la democracia y la justicia social. Abstenerse de hacerlo en esta oportunidad en función de unas hipotéticas mejores circunstancias morales y políticas no es mas que reformismo. 

La nueva Constitución va a ser el marco en el que se librarán las batallas del movimiento popular en el siglo XXI. La ultraderecha lo ha comprendido muy bien y si estuvieran tan seguros de sus posibilidades no estarían participando de la elección de consejeros constitucionales y anunciando desde ya su voto nulo en el plebiscito de fin de año. 

Las elecciones de este domingo van a definir las condiciones en que va a continuar la lucha por una nueva Constitución y por consiguiente, los límites en que se desarrollarán las luchas por el litio, por el agua, la educación y la salud públicas, en el futuro. Si bien nada espectacular ni definitivo por ahora, determinante para el futuro del país y del pueblo.