Juan Domingo Dávila. El libertador Simón Bolívar. 1993 |
Hace poco se hizo pública una carta que el ex presidente de Uruguay, el compañero Pepe Mujica, le mandó a Lula, a propósito del encuentro de presidentes de América que está organizando.
Los desafíos que describe en ella son de una envergadura histórica comparable solamente a las que le ha tocado enfrentar a nuestros pueblos de América cada cien años e incluso más, considerando que ésta se inscribe en la crisis planetaria más grave que nos haya tocado enfrentar como especie.
El avance en todo el mundo de una ultraderecha reaccionaria e ignorante, como pocas veces se haya visto desde mediados del siglo XX; la crisis económica y la recesión mundial con sus secuelas de desempleo, pobreza y profundización de la desigualdad a niveles obscenos; conflictos bélicos que ya provocan una nueva carrera armamentista y la posibilidad de una nueva guerra mundial; una crisis medioambiental que incluye escasez de agua, sequías, inundaciones, desaparición de vastas zonas de riqueza ecológica: desaplazamientos masivos de seres humanos; extinción de especies animales y vegetales producto del aumento de la temperatura de la tierra, son algunos de sus ingredientes.
La ciencia y la teconología -promesa de solución y de organización racional de la vida- se han demostrado hasta ahora incapaces de hacerles frente y por el contrario, parecen "a ojo de buen cubero" una de las causas de la catástrofe, favoreciendo la aparición de discursos pseudomísticos, esoterismo new age y consuelos espiritualistas que incluso favorecen las soluciones reaccionarias. La multiplicación de los problemas asociados a esta crisis global, es como el efecto de una bomba de racimo pero no se puede enfrentar cada una de sus detonaciones por separado sin que su efecto devastador se siga manifestando en la totalidad.
La Vicepresidenta Argentina, Cristina Fermández, en el acto de aniversario de la asunción de su compañero, Nestor Kirchner, planteó los ejes de un programa para enfrentar a la derecha y comparó la coyuntura actual por la que pasa la hermana República, con la que enfrentaba entonces, hace exactamente veinte años. En un gesto de dirigente político y popular, planteó las tareas y se rodeó de todos los compañeros, de todas las tendencias, que podrían encabezar este desafío.
La unidad de los pueblos de América está a la orden del día. No hay otra manera de enfrentarla. Pero como plantean Pepe Mujica y Cristina Fernández, ésta se construye sobre la base de un programa de ideas, contenidos y propuestas que explican el que los que alguna vez hayan estado en veredas distintas y opuestas, incluso, puedan sentirse y actuar como compañeros y compañeras.
La unidad ya tiene avanzado un buen trecho con lo realizado por la Convención, que fue objeto desde que se instaló de los más matonescos e hipócritas ataques. La victimización que hizo la derecha de su condición minoritaria acusando de revanchismo a quienes representaban a la mayoría desposeída, sobreexplotada, excluida, discriminada y endeudada hasta los tuétanos, llegó a los niveles de una sensiblería de telenovela, aunque contó para ello con una cobertura en los medios que cualquiera se querría.
La izquierda y el campo social y popular, en cambio, esperaron aparentemente que esta se defendiera sola o se confió, nos confiamos, en la "razón" de sus resoluciones, en la justeza de sus causas y en que la escandalosa desigualdad, exclusiones y abuso actuarían prácticamente como un mecanismo automático para motivar a la ciudadanía para que, en forma espontánea, votara a favor de la propuesta de la Convención. Que hasta en Petorca ganara el rechazo, demuestra lo ingenuo de esta manera de proceder. Claramente, tener razón no es suficiente. Ejemplos en la historia sobran para afirmarlo; el surgimiento del fascismo a mediados del siglo XX es precisamente expresión de esto.
La propuesta constitucional de la Convención es la base para la construcción de un programa de todas las fuerzas políticas que votaron apruebo en el plebiscito de salida, debería serlo. El que en la propuesta de la Convención se pusiera el acento en el rol del Estado en lo que se refiere al cuidado de medioambiente y el combate contra el calentamiento global; la inclusión de un enfoque que reconoce las diversidades que componen nuestra sociedad y la asignación de un protagonismo del Estado a la hora de proveer los mecanismos necesarios y dar cumplimiento a los derechos sociales de todos y todas, también.
Pero la misma derrota del 4 de septiembre debiera servirnos para pensar en todo lo que hay que corregir, en lo que faltó. Claramente, la presencia de los trabajadores y trabajadoras en cuanto productores. Todos los trabajadores. Obreros asalariados; empleados, profesionales proletarizados; académicos sometidos al régimen de honorarios, trabajadores del arte y la cultura que compiten por fondos concursables para sostenerse precariamente a costa de su autonomía como creadores.
Hablar de la unidad es necesario y urgente. Más importante en todo caso es llenarla de contenido so pena de que el pueblo no ve en ella más que una componenda para obtener cargos. Avanzar en ella además, es reconocer lo avanzado y reivindicarlo como propio; la honestidad y la consecuencia son simpre un capital político, más aún en estos tiempos en que el egoísmo, la mentira y el oportunismo, parecen imponerse.