Pieter Bruegel El viejo. La caída de los ángeles rebeldes |
Se acabó la transición por
fin.
El país es testigo del
resurgimiento de un movimiento popular que va a protagonizar los
acontecimientos políticos de las próximas décadas.
Por cierto, no se trata del
mismo movimiento popular del siglo XX. El que realizó las grandes
transformaciones que, aún con todas sus contradicciones y tareas
inconclusas, modernizaron nuestra sociedad, como la reforma agraria, la
expansión de la educación pública, la nacionalización del cobre y que son
precisamente donde se ensañó la obra contrarrevolucionaria de la dictadura de
Pinochet.
Este movimiento popular,
aún cuando se deba hacer cargo de las tareas que el golpe de Estado de 1973 y
la instauración de un neoliberalismo de manual en los años 80 primero y uno
adocenado en los 90 después dejó inconclusas, se define también por las
transformaciones que sufrió nuestra sociedad producto de su implantación en los
últimos cuarenta años.
A grandes rasgos, dichas
transformaciones consistieron en la privatización de todo en beneficio de unos
cuantos. Las empresas que el Estado creó en el siglo XX; los servicios públicos
transformándolos en lucrativos negocios, partiendo por la seguridad social,
para seguir con la educación y la salud públicas. También la cultura y el
entretenimiento, terminando con los recursos naturales y
convirtiendo incluso el medioambiente en fuente de apropiación privada y de
ganancias para empresas nacionales y transnacionales.
Todo ello, por cierto, a
costa de la exclusión y la multiplicación de las contradicciones intrínsecas al
sistema capitalista en todas las esferas de la vida social; del empobrecimiento
de la clase trabajadora, los empleados y la clase media, que son reemplazados
por una masa informe e indeterminada de consumidores precarios, sobreexplotados
y sometidos al capital financiero a través de niveles de endeudamiento irracional.
Dicha irracionalidad, sin embargo, está
sostenida por una racionalidad que expresa el interés particular como si se
tratara de una necesidad universal. Eso es precisamente el neoliberalismo. En el fondo es la instauración de una
sociedad de clase y la manifestación de las exclusiones de diverso signo como
remedo de diversidad.
Por esa razón se trata de
un Movimiento Popular y unas izquierdas distintas a la del siglo XX -y no podía
ser de otro modo- pero que ha avanzado en los últimos dos años, mucho más de lo
que lo hiciera en los treinta anteriores. Es una buena noticia aunque
considerando el tamaño de las tareas que implica la coyuntura histórica -que no es otra cosa que la superación del neoliberalismo- sea
tal vez un poco insuficiente todavía.
Hoy en día, la unidad de la
izquierda está, efectivamente, en un estado muy incipiente. Su identificación
con un Sujeto capaz de realizar las transformaciones que Chile necesita, y la
expresión de esta unidad en todos los territorios y formas de la vida social
está en pañales, aunque es la única garantía de sostenibilidad de esta alianza,
que hoy por hoy es Apruebo Dignidad.
Este propósito expresado en la Convención Constitucional y el Gobierno del Presidente Gabriel Boric, la lleva a “identificarse” con los grandes movimientos sociales y de masas y a tomar partido en la historia; a identificarse con quienes sufren y luchan contra las injusticias, la discriminación y la dominación. No es una definición doctrinaria sino una circunstancia histórica la que explica su necesidad y su significado.
Es el resultado del reconocimiento de que la sociedad siempre ha sido
plural, diversa, contradictoria y de que siempre ha sido en la propia vida
social y en la lucha de los oprimidos, donde ha encontrado la manera de
sintetizar esa identidad que es, por lo demás, su capital político principal.
No se trata de inventar la rueda. Así fue en el pasado y así va a seguir
siendo en el siglo XXI.
Por esa razón, no es una suma de nombres ni un corta y pega
de propuestas programáticas. Es la encarnación de los valores de una nueva
sociedad, de un nuevo Estado, lo que finalmente expresa la izquierda, lo que
significa tener vocación de poder y es su razón de ser. Valores que se van
construyendo en la vida social, en millones de intercambios que se viven
intensamente en el consultorio, en el trabajo, en la feria, en el barrio y en
la escuela y que son negados por la moral individualista, mezquina y el desmesurado egotismo de la cultura del sistema.
Ahí es donde se va a tejer la unidad del pueblo. No es una
lista de medidas a tomar en nuestro próximo gobierno sino una idea de la nueva
sociedad que está naciendo y que va a surgir de este proceso, de lo que hay que
hacerse cargo.
Por cierto, aun cuando la derecha y los cultos de diversa
calaña no logren comprenderlo, es de ahí de donde surge además, el mandato de la
Convención Constitucional y lo que debe expresar la propuesta que someta a la
consideración del pueblo en el plebiscito de salida.
La suerte de este Movimiento Popular se juega pues en su unidad en torno al
proceso constituyente y en la implementación del programa del Gobierno de
Apruebo Dignidad. No va a ser fácil por cierto, pero es necesario, posible y será hermoso.