miércoles, 26 de febrero de 2014

sobre subjetividad, partido y autonomía




Subjetividad, partido y autonomía

La caída de los ángeles rebeldes. Pieter Brueghel



"todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución racional
en la práctica humana y en la comprensión de esta práctica"
Carlos Marx

1. La conocida sentencia leninista “no hay práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria” expresa la síntesis del concepto marxista de unidad dialéctica de teoría y práctica, núcleo racional de la filosofía materialista de la historia.

2. Al decir “teoría revolucionaria” y no sólo teoría o “teorías”, Lenin hace alusión al carácter histórico de la teoría. Para el marxismo, ésta es también una de las formas de la práctica entendida como creación humana y no como expresión de un cuerpo de ideas independientes de los hombres y su propia acción.

3. La unidad de teoría y práctica en la concepción marxista leninista no es, por consiguiente, la reunión de dos órdenes distintos de la realidad o la explicación de una esfera eminentemente empírica (la práctica) por una conceptual (la teoría) que vendría a aclararla o a colaborar con ella. En esta concepción mecanicista de la unidad de teoría y práctica, siguen estando en una relación de exterioridad y su unidad es sólo aparente.

4. La unidad de teoría y práctica es, al contrario, la restitución de las relaciones del hombre y el mundo, aislados históricamente por el sistema capitalista que separa al trabajador de su producto, y da origen a las clases sociales lo que es legitimado por diversos discursos ideológicos como la filosofía, la religión, las ciencias, etc. Por ello, Lenin habla de teoría revolucionaria y no de teoría.

5. La práctica humana para el marxismo leninismo no es, entonces, la pura expresión material del pensamiento ni de una subjetividad empírica incomprensible racionalmente. La subjetividad no es una esfera independiente de la práctica humana y de la realidad social, aunque para el materialismo vulgar –por ejemplo, el sociologismo- sea su manifestación interiorizada y luego, volcada en diversas formas o productos “espirituales” en la realidad social e histórica.

6. Por ello, la práctica humana individual comprende la totalidad de lo social. En la práctica de cada hombre y mujer, en cada individuo, se manifiesta la realidad social, que es la lucha de clases y no al revés; lo social no es la suma de las subjetividades individuales sino la lucha de clases y la práctica individual es, precisamente, una expresión de la lucha de clases.

7. En este sentido, la práctica para el marxismo leninismo nunca es exclusivamente individual. Incluso cuando lo es –por ejemplo, la que se expresa en la creación artística, los grandes descubrimientos científicos, en el misticismo, en el rol del dirigente- no deja por ello de ser social.

8. El partido es, precisamente, la expresión consciente y autónoma de esta práctica, que es individual y social al mismo tiempo. El partido no es la suma de las individualidades de quienes lo conforman. La individualidad en el concepto leninista de partido, adquiere significado en la medida que es asumida conscientemente como la expresión autónoma de los conflictos de clase de la sociedad y de la cual es una parte.

9. La práctica no es pues la pura expresión de la teoría ni el mero aspecto empírico de la situación del hombre en el mundo y la sociedad. Es lo propiamente humano entendido como ser social del hombre en el mundo, incluida la teoría, sea ésta filosofía, ciencia, formas de conocimiento estético como las artes visuales, la literatura o la música.

10. El partido, en la concepción marxista leninista del hombre y la sociedad, asume el carácter social del hombre en el mundo y de su posibilidad por ello mismo de entenderlo racionalmente y de transformarlo conscientemente.

11. Lo colectivo no es un estilo ni un método de trabajo solamente. Es la forma de realizar la humanidad de hombres y mujeres, su manera de conocer el mundo que los rodea y revolucionar las relaciones sociales enajenadas que los han reducido a subjetividades individuales que sólo encuentran satisfacción en el consumo, la competencia, la soledad del ciberespacio o en las formas fetichizadas de participación como las encuestas de opinión.

12. Asimismo, lo colectivo es lo que le permite a los hombres entender las relaciones que establecen entre sí; la relación del hombre con la naturaleza; de valorar ética y estéticamente sus creaciones y éstas, de trascender. El hombre no crea en la soledad ni emite juicios inspirado en valores que no haya creado él mismo junto a otros hombres en la vida social. En este sentido, el partido como manifestación práctica de “lo colectivo” es la encarnación de una comunidad diferente, la aspiración y al mismo tiempo, la proyección de una nueva sociedad.

12. El problema del partido no es por lo tanto una cuestión secundaria o derivada de la realidad social y de las circunstancias: sean éstas la explotación, la discriminación o la pobreza.

13. No es la sola reproducción mecánica de la totalidad de lo social en la esfera de la política. El partido asume reflexivamente, por el contrario, que es un fragmento, y justamente porque es sólo un fragmento se propone articular racionalmente lo que el sistema capitalista hace aparecer como un conjunto caótico y aparentemente desestructurado de datos: la explotación, la catástrofe ambiental; el aumento de la pobreza; la discriminación por motivos de género o raciales; las guerras; el autoritarismo; el crecimiento y la manipulación de la información; etc.

14. El partido no se constituye entonces sólo para reunir las luchas que en diversos frentes libran los oprimidos por el sistema. El partido, para la concepción leninista de la organización, es una visión de la totalidad y en tanto tal, pone en relación con la lucha de clases a los diversos conflictos que en la subjetividad enajenada del hombre y la mujer en el capitalismo, aparecen como “autónomos”.

15. El partido, entonces, no se propone exclusivamente “contemplar” exteriormente cada conflicto, cada lucha que libran hombres y mujeres en el sistema capitalista y apoyarlos. Además, propone objetivos; les da una perspectiva que es la lucha por la transformación de la totalidad. El partido, por lo tanto, no reduce su rol al de intérprete de las luchas sociales o al de colaborador, sino que las orienta en un sentido más general, aunque él mismo sea una parte de lo social.

16. Por esa razón, hablar de “autonomía” del movimiento social es sólo un juego de palabras; es una concepción que asume la enajenación y la fragmentación de las relaciones sociales en el sistema capitalista, como una situación natural y no como un producto histórico que es precisamente contra lo que luchamos quienes asumimos una posición de transformación estructural de la sociedad capitalista, incluso los sectores que no lo hacen desde una posición de clase.

17. En resumidas cuentas, el partido es la realización histórica de la autonomía de lo social y al mismo tiempo, de lo político en una relación dialéctica, esto es, como unidad que supera la cosificación de las relaciones sociales entre los hombres y de estos con lo real. Unidad que integra lo particular y la totalidad; lo individual y lo colectivo; lo social y lo político; lo concreto y lo abstracto; lo teórico y lo práctico.

18. También de la individuación enajenada de la conciencia que la lleva a ver todos los fenómenos, incluidas las luchas del movimiento social, como una esfera autónoma, obra de un mecanismo espontáneo e inabordable racionalmente.

18. Es la realización de la autonomía individual de hombres y mujeres respecto de las relaciones sociales cosificadas en el sistema capitalista en tanto asumen su libertad para entenderlo y transformarlo revolucionariamente a través de la realización de su ser social, pues son ellos, para el marxismo leninismo, los creadores de la realidad social y material de la que son parte.

viernes, 21 de febrero de 2014

¡Hacia dónde va la derecha?



¿Hacia dónde va la derecha chilena?

Dedicatoria a Oskar Panizza. Georg Grosz

Después de su derrota  en las últimas elecciones presidenciales y parlamentarias, la  temida “noche de los cuchillos  largos”  efectivamente llegó para la derecha.  “Estamos asistiendo  a un funeral…el de la derecha” es lo que escribió Hermógenes Pérez de Arce en su blog. Fernando Codero, influyente militante y fundador de la UDI, planteó en el consejo nacional ampliado de su partido que la derrota de diciembre fue política, electoral y especialmente cultural. 
Los partidos de derecha, construcción de los últimos veinticinco o treinta años aproximadamente, están sumidos en una profunda crisis. Probablemente desde 1965 que no pasaban por una crisis de semejante magnitud. La enseñanza que Jaime Guzmán sacó entonces y que se convirtió en una de sus principales obsesiones, fue la conformación de un partido de masas, cuya culminación sería la UDI.
Algo semejante concluyeron los jóvenes que, a mediados de los años ochenta, conformaron el MUN, entre ellos Andrés Allamand, criticando el clásico caudillismo de su sector, siguiendo en todo caso la línea más tradicional de la antigua derecha liberal, tanto en contenidos como métodos.
Renovación de sus directivas, recambio generacional, reformas estatutarias y especialmente las repercusiones que eventualmente tendría en ellos la reforma al sistema electoral binominal, son las discusiones que los cruzan. En estas circunstancias, y dependiendo del carácter que eventualmente tuviera, el futuro de la derecha o mejor dicho, de sus partidos está entre enormes signos de interrogación. Su proliferación en el sector, como lo ha señalado Carlos Larraín, augura la reposición de un sistema electoral proporcional.  
Los problemas que ambos discuten: reformas al sistema político; su opinión frente a la dictadura militar y acerca de las violaciones a los derechos humanos. Pero aparentemente no están debatiendo acerca de cuestiones como una estrategia y un programa de largo plazo, al menos no pública ni explícitamente.
Pero es difícil decir hacia dónde va o predecir su desenlace porque no se ven proyectos nítidos en disputa, excepto solamente que el proyecto neoliberal está en retroceso. Se pueden apreciar eso sí, algunas tendencias.
La primera y probablemente la gran derrotada en la últimas elecciones, el fundamentalismo de la UDI. Es el sector más  ortodoxo en cuanto a la defensa del modelo neoliberal y a la institucionalidad pinochetista. Tibiamente se aprecia en algunos sectores de este partido una apertura en temas llamados corrientemente “valóricos”, “morales” o “culturales”, los que en la versión popularizada en los noventa serían distintos o separables de condiciones estructurales como distribución del ingreso, relaciones sociales, sistema político e institucionalidad del Estado.
El sector representado por el ala más conservadora de RN, Carlos Larraín y Manuel José Ossandón, sector que durante todo el mandato de Piñera, abogó por la legitimidad de los partidos para ser parte de la conducción de gobierno. Tempranamente además, patrocinaron la realización de reformas políticas y también de ciertas concesiones en materia económica y social, como una manera de descomprimir un poco el ambiente de protesta que se tomó las calles desde el año 2011.  
Por último, los liberales que, además,  se están empezando a ir de RN. No los liberales del MUN herederos de Francisco Bulnes o Ricardo Rivadeneira; son los liberales formados durante la transición. EVOPOLI es un caso similar. Lo más notorio, la renuncia de un grupo de jóvenes diputados, Karla Rubilar, Pedro Brown y Joaquín Godoy a RN; la de la senadora Liili Pérez, probablemente la de más diputados y algunos ministros de ese partido, una vez realizado el cambio de mando en marzo. Aparentemente, y por todo lo declarado por el locuaz senador Ossandón, quien encabezaría este sector es el propio Piñera.
Este sector emergente de la derecha chilena, autodenominado liberal, sin embargo se alió rápidamente con el fundamentalismo de la UDI, con ocasión de la propuesta de reforma al sistema electoral, que la directiva de RN realizó en conjunto con la DC. Para algunos, probablemente por su abierto y declarado “piñerismo”, como una forma de proteger la  autoridad presidencial y terciar a su favor en la pugna que permanentemente tuvo con Larraín y la directiva de RN.
Sin embargo, ¿sólo por esa razón fue uno de los sostenes políticos de la candidatura de Mathei en la segunda vuelta, ocasión en la que se veían muy sonrientes, aun cuando su campaña tuviera tan poco “liberalismo” en sus contenidos?
No. Esa cruza extraña de liberales y conservadores ha sido propia de la derecha chilena durante su historia, al menos desde 1965. Es la que le dio origen al Partido Nacional. Puede que en el período que se inicia, este acuerdo, contrariamente a lo que pasó en los últimos veinticinco o treinta años, en que diversos sectores de la derecha colaboraron y como consecuencia de la “política de los consensos”, incluso extendieron su influencia más allá de sus fronteras culturales, por llamarlas de algún modo, se haga trizas si ya no lo hizo, aunque no por el lado de los liberales.
Ello, porque no es la contradicción entre liberales y conservadores la que se está empezando a poner a la orden del día.
En efecto, el proyecto neoliberal sigue siendo patrimonio del fundamentalismo de la UDI y de los liberales. El punto es si la derecha tradicional, también denominada corrientemente “los nacionales”, en el marco del creciente descrédito del neoliberalismo y la amenaza que ello implica para la mantención de las bases clasistas y antidemocráticas del Chile que se ha constituido en los últimos treinta años, va a ser capaz de representar y proponer  un proyecto de derecha distinto.
Uno tal vez que reposicione otra visión del Estado, la soberanía y la sociedad. Que se proponga la recuperación de los valores y los tradicionales principios de la familia, la moral y la autoridad. Tal vez una especie de Tea Party criollo.
Un Tea Party que proponía reformas al sistema electoral y se manifestaba a favor de mejorar la oferta del ministerio del trabajo de sueldo mínimo el 2012. Aparentemente, una paradoja. Sin embargo, esto tan sólo en los marcos la política de la transición, que establecía como contradicción principal del período la que supuestamente habría habido entre liberales y autoritarios y que se expresaba dentro de la derecha, entre derecha autoritaria y “derecha democrática”. Ahora la contradicción que va a articular la política y probablemente por un período bastante largo, es la que se plantea en torno a la implementación del programa de la Nueva Mayoría.
Este hecho, entonces, va a colocar un escenario diferente al que predominó en los años noventa del siglo pasado y en los primeros diez de la presente centuria.

martes, 18 de febrero de 2014

lucha en el campo cultural en este periodo



La Partida.  Max Beckman. 1932-1933




Cuando las amadas palabras cotidianas
pierden su sentido,
y no se puede nombrar ni el pan,
ni el agua, ni la ventana,
y la tristeza ha sido un anillo perdido bajo la nieve,
y el recuerdo una falsa esperanza de mendigo,
y falso todo diálogo que no sea
con nuestra desolada imagen…

Jorge Teillier


Así parte el poema “Otoño secreto”. Como muchos han sostenido, describe poéticamente el desarraigo de un joven de Lautaro llegado a estudiar pedagogía en historia a Santiago en los años cincuenta del siglo pasado.

Ese desarraigo es en el que nos ha sumido también el neoliberalismo. Es como haber sido trasplantados, en el transcurso de una violenta dictadura militar, a otra ciudad, a otras costumbres, en una palabra, otra cultura en la que el universo simbólico y conceptual, del que el lenguaje es una expresión, no da cuenta del mundo; los puros hechos se tornan innombrables y nada se puede decir con sentido de ellos, a no ser que son como son y que contra eso nada se puede hacer.

La orden del día, entonces, es la detención del pensar, la impertinencia de concebir que el actual no es el mejor de los mundos posibles y que otra manera de organizar la vida humana, la convivencia social y de los hombres con la naturaleza, ni es posible ni es necesaria. La proscripción de la diferencia y el debate ha sido el elemento característico de nuestra cultura desde fines de la dictadura hasta el día de hoy. Organizar racionalmente la vida humana,  a partir de una deliberación democrática de la sociedad,  por tanto, se ha hecho improcedente.

Ello es lo que se expresa en el sistema político y la Constitución que  nos rige. Es lo que se expresa también en la aparente naturalidad con la que durante al menos veinticinco o treinta años se hacen aparecer las privatizaciones, el sistema previsional que nos rige y hasta la forma en que la crisis del modelo es presentada por los medios de comunicación masivos.

Eso ha sido el neoliberalismo. El predominio de las fuerzas ciegas del mercado, la imposibilidad de reflexionar y debatir acerca de la mejor forma de vivir los seres humanos y de relacionarse con la naturaleza. La convivencia se ha tornado violenta y la inseguridad y la incertidumbre, la norma. La destrucción de nuestro medioambiente, a niveles que incluso ponen en riesgo vastas zonas de nuestro ecosistema como la Patagonia o los glaciares, y la manipulación de los medios en provecho de los mismos que controlan el mercado y que abominan de la libertad excepto de la propia, por ejemplo los dueños de las AFP’s.

“Los puros hechos”, sin embargo, no son distintos a lo que los seres humanos se hayan propuesto. “Los puros hechos” son millones de acontecimientos que protagonizan hombres y mujeres, intercambios que se viven en la calle, en el trabajo, en la escuela, en el barrio y el consultorio. Y esos intercambios los protagonizan personas concretas, no abstracciones ni almas puras: hombres, mujeres, jóvenes, viejos; ricos y pobres, trabajadores y empleadores, chilenos, mapuches e inmigrantes.

La irracionalidad del neoliberalismo es, entonces, que no se puede decidir sobre ellos y que se los debe aceptar como si provinieran de un orden “objetivo”, “superior” o “natural” y como si todos fuéramos “iguales” e indeterminados. Ello aunque sean precisamente, una creación de los hombres y que éstos no son individualidades abstractas o almas puras. La famosa diversidad, con la que el liberalismo hizo gárgaras en los noventa, fue una pura cháchara para ocultar su vínculo intrínseco con el autoritarismo. No se trata solamente de que el liberalismo se aliara con el conservadurismo para dar origen a un engendro denominado comúnmente, desde mediados de los setenta, “neoliberalismo”.

El vínculo entre liberalismo y autoritarismo no es circunstancial. Su origen está en su común desvalorización de lo social, de lo público, de lo colectivo y en su fe dogmática en una individualidad abstracta que no se reconoce en el otro sino para  verlo como un riesgo, una amenaza, o en el mejor de los casos, un adversario al cual se debe combatir. En ese punto, entre liberales y conservadores hay una complicidad tal vez involuntaria, tal vez inconsciente, pero que en términos prácticos se ha expresado en todas  las esferas de la vida social.

Afortunadamente, sin embargo, esta concepción está en retroceso y es lo que expresa el desastroso gobierno de la derecha, la protesta social que se tomó las calles desde el 2011 a lo menos; los cuestionamientos al significado del golpe militar y las violaciones a los Derechos Humanos que motivaron las conmemoraciones de los cuarenta años del 11 de Septiembre y el que los jóvenes, que entonces ni siquiera habían nacido, hoy en día quieran saber la verdad.

“Nueva derecha”, “liberales o nacionales”, “pinochetistas furibundos” o defensores de “la parte buena del régimen militar” da lo mismo. Es toda la derecha la que está sumida en una profunda crisis que expresa la bancarrota de las ideas neoliberales y la fractura profunda que cruza el acuerdo entre liberales y conservadores. Se abren entonces, perspectivas, mejores posibilidades, para quienes se proponen realizar cambios profundos en nuestra sociedad. 

El cambio cultural debe ser el objetivo final de la política de un próximo gobierno democrático. Porque la realidad, “los puros hechos”, son el resultado de la acción práctica de hombres y mujeres no sólo en el ámbito de lo ideal y lo simbólico sino también de lo material. Todo lo del mundo humano es resultado de su acción y puede ser tanto para hacerlo más armonioso, orgánico y coherente, conservarlo y protegerlo, como para degradarlo, incluso hasta hacerlo inhabitable para sí mismo.

La cultura es –por decirlo así- el nicho ecológico del hombre y ha sido siempre el núcleo,  la razón y el modo de ser de los procesos históricos y políticos.

La cultura no es, entonces, un plano distinto, independiente y superior al de las relaciones sociales ni al de las relaciones del hombre con el medioambiente. Por esa razón, no es un simple reflejo de éstas ni tampoco un conjunto de ideas, formas, valores éticos y estéticos que nos servirían para apreciar nuestro mundo real, incluidas la naturaleza y su ecosistema.

La cultura no existe con independencia de que los hombres viven juntos y se relacionan y a su vez, de que se relacionan con la naturaleza. Es, más bien, una disputa permanente por la subjetividad, una intensa lucha de clases por el dominio de la conciencia y el sentido común y hasta por la sobrevivencia biológica de la especie humana.