Pieter Brueghel. El combate entre don carnal y doña cuaresma |
La contradicción principal que agita al país en la actualidad, es la que existe entre un conjunto de reformas contenidos en el programa de la Nueva Mayoría y la resistencia de quienes se vieron beneficiados por la política neoliberal imperante en los últimos treinta años, no sólo en Chile sino en toda América Latina.
Se trata de hacer el tránsito a una sociedad diferente.
Otra cultura, una moral opuesta a la de la privatización, la competencia desenfrenada y el consumismo: esa es la demanda que nos hace la situación histórica y política del país.
Es precisamente en la lucha por la transformación, en la crítica a lo existente donde se empieza a manifestar esta cultura o debiera hacerlo.
Ese fue probablemente el aporte del Festival Víctor Jara y el Chile Crea, instancias que movilizaron a miles en todo el país en los años ochenta del siglo pasado -no sólo artistas y trabajadores de la cultura-, tras la demanda de fin a la dictadura militar, recuperación de la democracia, verdad y justicia respecto de las violaciones a los Derechos Humanos.
Es ese justamente el problema. La cultura y la subjetividad no consisten en un conjunto de ideas, de valores, emociones y símbolos que existan con autonomía de lo real. Por lo tanto, la política cultural no consiste en organizar festivales, tirar papel picado y movilizar a miles sin propósito alguno, haciendo abstracción del contexto, sin considerar sus necesidades, aspiraciones y demandas.
Ello porque la movilización que implica cualquier política cultural, tiene su fundamento en la realidad, en la necesidad de transformación, en los anhelos populares de democracia y justicia social que expresan las demandas de reforma del código del trabajo, de gratuidad de la educación y desmunicipalización del sistema escolar, fin al sistema de AFP´s y nueva Constitución.
El individualismo liberal dominante, en cambio, concibió al hombre como una entidad abstracta y que se basta a sí misma, y a la cultura como el resultado de una encuesta. Esta concepción probablemente no la sostenga nadie hoy por hoy, excepto el catolicismo preconciliar o la UDI y ese es precisamente el punto de unión de liberales y conservadores y que, en su versión criolla, el neoliberalismo sintetizó en el concepto de subsidiariedad.
Respecto del arte y la subjetividad del artista en el capitalismo, escribía Pablo de Rokha, que “abocado cuotidiamente, enfrentado a tal abismo experimental y al abismo del estilo, el artista es el gran maldito del siglo porque es el gran desventurado y el gran endemoniado de las épocas, al expresar toda la congoja de las épocas con la batalla social adentro del alma”.
La subjetividad –no sólo en el caso del artista-, por consiguiente, es tan real como la lucha por el pan; y a su vez, la lucha por el pan, no es un ámbito distinto al de la subjetividad, los símbolos, los valores y las emociones.
El lenguaje cotidiano no es solipsismo, tampoco el poético ni menos el político. Es una creación humana y por tanto, un fenómeno eminentemente social y en tanto tal, una lucha permanente por transformar lo real. La cultura no es tampoco, en consecuencia, la expresión de ideas, de valores autónomos, objetivos o superiores, circunstancialmente alojados en lo social.
Es el resultado de las aspiraciones y las luchas de miles, de millones, de seres humanos que no son subjetividades individuales, sino muy concretas: jóvenes, viejos, hombres y mujeres, militantes y no militantes, organizaciones sociales, partidos políticos, movimientos, individuos o personalidades que se encuentran, que construyen dialogando entre sí y en una relación permanente con lo real.
Entonces, el problema principal que plantea el momento actual es la superación del estado de enajenación y anomia en que ha sumido a la subjetividad el neoliberalismo, expulsándola del ámbito de las relaciones sociales al de la vida privada; o los microespacios de la sobrevivencia y la fragmentación, generalmente resumidos en el concepto de “lo local”.
El desafío es la restitución de la unidad de lo subjetivo, tanto de lo subjetivo individual como colectivo para construir colectivos sociales, movimientos, sujetos para la transformación y la construcción de una nueva sociedad.
El objetivo de una política cultural para el momento actual del país, es por consiguiente, dar forma a estas aspiraciones, constituir movimientos sociales, construir identidades políticas y sociales por la transformación; movilizar a miles, a millones de personas con el propósito de avanzar en la implementación del programa de gobierno, consolidar lo avanzado y proyectar las reformas.