“(…) Marx realizó una honesta tentativa de aplicar los métodos racionales a los problemas más urgentes de la vida social. El valor de esa tentativa no es menoscabado por el hecho de que en gran medida no haya tenido éxito (…) La ciencia progresa mediante el método de la prueba y el error. Marx probó, y si bien erró en sus principales conceptos no probó en vano. Su labor sirvió para abrir los ojos y aguzar la vista de muchas maneras. Ya resulta inconcebible, por ejemplo, un regreso a la ciencia social anterior a Marx, y es mucho lo que todos los autores modernos le deben a éste, aun cuando no lo sepan.”
Karl Popper “La sociedad abierta y sus enemigos”.
La unidad de la izquierda chilena en el siglo XX tuvo en el prestigio teórico del marxismo y su utilidad como método de análisis de las sociedades capitalistas de Occidente, un importante estímulo. El mérito del marxismo en todo caso no se limita solamente a este aspecto académico.
En efecto, el marxismo se funda en cuanto “doctrina” en la unidad de teoría y práctica.
A primera vista, suena bastante elemental y sobre todo, como una metodología científica no muy diferente de otras. Pero el asunto no se reduce a una cuestión de método. En efecto, la teoría es una práctica humana y en última instancia, por lo tanto, parte de la realidad social. No se trata de unir teoría y práctica sino de comprenderlas y “experimentarlas” como parte de una totalidad inseparable, que es lo social.
Lógicamente, para las concepciones conservadoras, este principio conlleva no sólo una crítica de método sino a su contenido “idealista”, “abstracto”, -en resumidas cuentas, “ideológico”- y su función retardataria en lo social, lo cultural y lo político. De ahí la virulencia con que la academia en los últimos años, ha tratado al marxismo, yendo desde el desdén o la indiferencia a las falsificaciones y las descalificaciones más ramplonas.
En segundo lugar, este principio lo lleva a “identificarse” con los grandes movimientos sociales y de masas y a tomar partido en la historia, abandonando –para escándalo de los acólitos de la “ciencia pura”- las pretensiones de “objetividad” de la ciencia universitaria –en realidad, la de la ciencia que asume de modo ingenuo la facticidad de lo real-. Esta identificación, este impulso transformador y de masas del marxismo como doctrina, es tildado corrientemente como chapucería, voluntarismo y finalmente como “estalinismo”.
Precisamente, identificarse con quienes sufren y luchan contra las injusticias, la discriminación y la dominación de clase, fue principio y consecuencia necesaria del marxismo como doctrina de lo humano. Por consiguiente, el marxismo es no solamente teoría sino acción política práctica. Gramsci lo llamaba “filosofía de la praxis”.
De manera que su aporte a la unidad de las fuerzas de la izquierda chilena en el siglo XX no fue solamente aportar un método de análisis sino la de vincularlo con lo social.
Es decir, la unidad de la izquierda chilena en el siglo XX, se explica en última instancia por la unidad de lucha política, movimiento social y teoría y en esto, el marxismo jugó un papel fundamental. Ciertamente, no se trata de un asunto doctrinario sino eminentemente práctico.
En efecto, los debates teóricos de la izquierda chilena en el siglo XX, debates que tienen en el marxismo un potente y fecundo aliciente del que provienen el leninismo, el trotskysmo, el estructuralismo, también la socialdemocracia, tienen que ver con la identificación entre estrategia política para llegar al poder, programa y movimiento social.
Es en ese sentido que el marxismo le aporta en el siglo XX una forma de comprenderse a sí mismo y una concepción que le otorga sentido de la totalidad al conjunto de las contradicciones que genera el desarrollo histórico de las sociedades capitalistas occidentales y también, aún forzándolo un poco, una interpretación de las sociedades del Tercer Mundo, por ejemplo a través de aportes como el de Ruy Mauro Marini y la Teoría de la Dependencia.
Ello se expresaría por ejemplo, como fundamento de la lucha por la Nacionalización del Cobre, la reforma agraria, incluso aún cuando exediera el círculo de la izquierda, la promoción popular que impulsa Frei.
No fue un debate moralista ni academicista, aunque por momentos cayera en escolasticismos estériles y las descalificaciones sectarias. Señaló a las contradicciones de clase y su origen, como fuentes del atraso del país, de la exclusión; de las características peculiares del capitalismo en Latinoamérica y Chile en particular, pero sobre todo un Sujeto capaz de hacerse cargo de las transformaciones que sacaran a nuestras sociedades del subdesarrollo, la pobreza y el atraso.
Este Sujeto fueron los trabajadores y la clase obrera.
Pero el mismo debate de la izquierda, siempre dentro de la matriz que comprende teoría y práctica como dos esferas inseparables de la actividad humana, va haciendo más rica y compleja la comprensión de este Sujeto. El movimiento de pobladores, los campesinos, el movimiento juvenil en la lucha contra la Guerra de Vietnam; durante la lucha contra la dictadura, las comunidades cristianas de base; todos van complejizando la comprensión de la izquierda acerca de “lo popular”. La identificación de la izquierda con los excluídos, los explotados y los marginados –aún con todas las insuficiencias que hoy en día podemos identificar y criticar retorspectivamente- es resultado justamente del contraste entre teoría y práctica de la izquierda y específicamente de ese principio característico del marxismo.
Hoy en día, la unidad de la izquierda está en un estado muy incipiente. Su identificación con un Sujeto capaz de realizar las transformaciones que Chile necesita, y la expresión de esta unidad en todos los territorios y formas de la vida social, tal como lo fue en el siglo XX, es la única garantía de sostenibilidad de esta alianza, que hoy por hoy es Apruebo Dignidad, y de transformación efectiva. Esta identidad no va a ser el producto de una definición doctrinaria ni de la definición de una “esencia” de lo popular. Nunca lo ha sido. Va a ser resultado de su experiencia y de su capacidad de hacerse cargo de su historia como izquierda o de lo contrario, ser condenada a la intrascendencia, las luchas sectarias y los hegemonismos como una más de las alternativas que el sistema ofrece al pueblo cada cuatro años para mantener las cosas como siempre.