Cultura y libertad en el
nuevo ciclo
Lata de sopa Campbell's. Andy Warhol |
Una
característica fundamental del modelo neoliberal es la desaparición de los
sujetos en el mercado.
Ello,
pues el neoliberalismo concibe la libertad como la posibilidad de elegir entre
las diversas opciones que, en principio, se ofrecen entre sí. La libertad ya no
es concebida como autonomía del Sujeto para crear sino como la posibilidad de
escoger.
Los
individuos y su libertad están determinados, entonces, por los límites de lo
posible, como en el cuadro de la Sopa Campbell's de Andy Warhol.
Las AFP´s se asemejan bastante a este modelo. En el caso chileno, de hecho, ni siquiera son los individuos los que escogen sino las empresas las que determinan a quienes merecen ser sus clientes: un caso ejemplar es el de las ISAPRES, las que además tienen a casi un cincuenta por ciento de sus usuarios cautivos, imposibilitados de cambiarse a otras prestadoras privadas, incluso.
Eso
sin considerar otros servicios privatizados en los últimos veinte o treinta
años, como la electricidad o el agua potable.
Lo
único que subsiste es el mercado. Los individuos no existen sino solamente en
la medida en que califican como clientes y es ese su único atributo: DICOM en
este sentido, ha jugado un papel fundamental en la cultura dominante de los
últimos veinte años de euforia liberal.
Resulta
de ello, pues, que la actividad humana se debe adaptar a este modelo, a esta
concepción de la libertad intrínseca al mercado o de lo contrario,
perecer.
Es el
caso de las escuelas públicas, administradas por los municipios, o de las
universidades estatales, especialmente las regionales. Sus principios de
organización, sus normas de funcionamiento, son incompatibles con las reglas
del mercado pero, así y todo, deben competir con universidades privadas o
colegios particulares, subvencionados por el Estado, en iguales condiciones.
El
resultado es su desaparición paulatina pero sostenida desde 1990 y el
crecimiento, inversamente proporcional, de los segundos.
El
debate que se ha dado en torno a la “libertad de enseñanza”, a propósito de las
reformas al sistema escolar que impulsa el gobierno, en este sentido, se
desarrolla por medio de argumentos profundamente ideologizados y hasta por
tergiversaciones groseras, pues es un debate en el que se enfrentan
concepciones de clase acerca de la sociedad y del hombre. Al menos así lo han
entendido los empresarios de la educación y la UDI.
Más
que por el fin del financiamiento compartido o la prohibición de lucrar con la
USE, es por el fin de la selección o el congelamiento de la apertura de nuevos
colegios particulares subvencionados, a menos que se acredite una necesidad de
matrícula en la comuna o el barrio–como es por ejemplo en Holanda, caso citado
por los privatizadores en todos los foros-.
Pues
el que los empresarios en el ámbito de los “servicios educativos”, dejen de
escoger a sus clientes, por ejemplo, debilita la posición de dominio cultural
que ejercen los sostenedores de escuelas particulares subvencionadas sobre las
comunidades escolares de sus establecimientos.
Además,
porque limitando la acción del mercado, abre insospechadas posibilidades a los
individuos de ejercer su libertad en un sentido amplio, incluyendo hasta la
libertad de elección –por ejemplo entre una escuela pública y una privada.
Pero
por otra parte, además, porque termina también con la lógica de que lo privado
y lo público son lo mismo para el mercado y por tanto, que deben competir en
igualdad de condiciones. Así, las escuelas municipales han visto florecer el negocio
de la educación particular subvencionada, a costa de su propia matrícula y sin
ninguna racionalidad pedagógica o demográfica, especialmente en comunas
populosas de las grandes ciudades de nuestro país.
La batalla por las comunicaciones
En los
inicios de lo que se denominó a fines del siglo XX “transición a la
democracia”, un conocido sociólogo y consultor en materia de marketing
empresarial, planteó que la mejor política de comunicaciones que podían tener
los gobiernos democráticos era “no tenerla”.
Entonces,
la política del Estado en esta materia consistió en dejar que el mercado, como
ocurrió también en el ámbito educacional, la regulara. De esa manera, excepto
medios ligados a los grupos económicos y empresariales, muchos desaparecieron
por su incapacidad de sobrevivir en éste, pese al aporte que hacían al medio
editorial en términos de pluralismo informativo y al rol que jugaron en la
recuperación de la democracia (análisis, apsi, cauce, Fortín Mapocho; más tarde
La época, Rocinante, etc.).
Medios
como El Siglo o Punto Final han sobrevivido, con no poca dificultad, gracias a
la pura venta y por una cuestión de convicciones y voluntad política de sus
editores y sus lectores. Pero son un caso particular.
En los
años noventa del siglo pasado, además, floreció el negocio de la televisión
privada mientras los canales universitarios, que cumplían una importante
función en lo que dice relación con la cobertura de una programación educativa
y cultural, fueron enajenados por las propias universidades en procesos
sumamente complejos y tensos.
Las
radios universitarias han sobrevivido también en medio de estas tensiones y la
amenaza permanente de su enajenación.
Esta
expansión de las lógicas de mercado en el ámbito de los medios de comunicación
de masas –medios escritos, televisivos y radiales-, sin embargo, no ha
resultado en un mayor pluralismo ni en informaciones y contenidos de mejor
calidad. Todo lo contrario. El mercado, en lugar de favorecerlos, redundó en
una cada vez mayor concentración de los medios; su postración ante los poderes
económicos aliados del conservadurismo moral. En la televisión chatarra que
explota el sensacionalismo y el fisgoneo.
Las tensiones latentes del nuevo ciclo
Lo
único que sobrevive a este proceso de privatización de la cultura es, entonces,
el mercado. Es éste el que modela pautas de comportamiento moral, social
y cultural. Es uno de los resultados del capitalismo y la
globalización criticados por Marx hace más de ciento cincuenta años en el
Manifiesto del Partido Comunista.
La
única posibilidad que tienen los sujetos, en este modelo cultural, es la de las
encuestas de opinión. Toda su participación se limita a contestar preguntas del
tipo “esto o aquello”, “sí o no”.
Sin
embargo, en lo que se ha llamado “el nuevo ciclo histórico y político” es
necesario el despliegue más amplio de la participación y la creatividad de
hombres y mujeres, estudiantes, trabajadores, dueñas de casa, pueblos
originarios, jóvenes y hasta de los niños.
Y
obviamente, esta concepción de la libertad, propia de la mentalidad liberal de
fines del siglo XX, es demasiado limitada para ello. Se deben favorecer por lo
tanto todas las condiciones para sacar del claustro en que el mercado encerró
nuestra cultura y posibilitar el estímulo y despliegue de la libertad y los
derechos ciudadanos de chilenos y chilenas en el nuevo ciclo.
En
primer lugar, las universidades públicas; considerando, especialmente, un
fortalecimiento de las áreas de extensión e investigación en el ámbito de la
pedagogía, la que fue convertida en los años noventa del siglo pasado en un
lucrativo negocio de los empresarios de la educación superior privada.
También,
fomentar la creación artística con todo lo que ella implica –investigación,
experimentación y contacto con el medio- como una política de Estado que
descanse en las universidades públicas, estatales, privadas tradicionales y aquellas
que suscriban el compromiso que las haga acreedoras de tal condición.
También
dentro de la política educacional, relevar el lugar de las artes en el Servicio
Nacional de Educación. Por ejemplo, creando liceos experimentales artísticos
administrados por éste, en todas las regiones del país, en lo posible en cada
provincia y comuna. Invirtiendo en infraestructura y profesores con
especialidad en áreas como teatro, artes visuales y música para que en todas
las escuelas se restituya la actividad artística.
Dicho
reposicionamiento debe ser concebido, eso sí, como una política integral de
desarrollo curricular y no solamente como la introducción de un plan o programa
más de los muchos que apabullan hoy a las escuelas, a sus docentes directivos,
profesores y alumnos.
En
este sentido, tampoco se trata sólo de modificaciones a los planes de estudio. Concebirlo
como una política integral de desarrollo curricular, significa además articular
toda la institucionalidad ligada a la cultura, las comunicaciones y la
educación, tras este propósito: el ministerio de educación y su unidad de
curriculum; el Servicio Nacional de Educación; las universidades públicas, el
Consejo Nacional de la Cultura y los medios de comunicación.
Finalmente,
si pensamos en construir otra cultura; si el nuevo ciclo consiste precisamente
en hacer un tránsito a la verdadera democracia, una cultura y una moral de la justicia
social y la restitución de la ciudadanía, no puede ser obra de comisiones de
expertos ni la producción de eventos en los que la sociedad participa como
espectador o se movilice sin ningún propósito.
Se
debe construir una política cultural dialogando con las organizaciones
sociales, con los estudiantes, los profesores, los trabajadores, los artistas,
los académicos universitarios, etc.
Además,
no se trata de inventar la rueda, pretensión que es precisamente
una de las características del liberalismo autosuficiente de los últimos veinte
años. No se parte de cero. Se deben considerar los
aportes que han hecho diversas organizaciones sociales, tambien proyectos de
acuerdo promovidos por diputados en estas materias en los últimos veinte años,
la gran mayoría de las veces como una respuesta a los embates del mercado.