Honore Daumier. Boilly |
A menos
de una semana del “histórico” Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, éste
ya es objeto de innumerables interpretaciones, rectificaciones y explicaciones
por parte de quienes lo suscribieron. Y
como era de esperar, estas no siempre coinciden. Como dice el viejo y conocido
refrán, “el que explica, se complica”.
En lugar
de haber encauzado las telúricas fuerzas desatadas por la movilización social
de una población cansada del abuso, la desigualdad y el autoritarismo, sólo ha
sido –como era previsible- la motivación para que parlamentarios, periodistas y
dirigentes de partidos oficiantes del dichoso acuerdo, se entretengan en
alambicadas teorías para darle sentido, como si en el país no pasara nada desde
entonces.
Porque
tal como lo señaló la Mesa de Unidad Social y se encargan de demostrarlo las movilizaciones
registradas después de su firma, no se hace cargo de los problemas más
urgentes…ni de los fundamentales.
Primero,
la investigación, juicio y castigo a los responsables de las graves violaciones
a los Derechos Humanos cometidas por carabineros y militares durante el Estado
de Emergencia y en el transcurso de las movilizaciones. Es más, haciendo gala
de la sinceridad de su firma, los partidos de derecha en el Parlamento lo han
obstaculizado.
En
segundo lugar, pues la vacuidad del pomposo documento suscrito por los partidos
de gobierno y algunos de la oposición, es tan evidente que ya se discute el
mezquino aumento a las pensiones, lo que ha generado un problemón entre el
Congreso y el Poder Ejecutivo y entre el Gobierno, los partidos de su coalición
y sus parlamentarios.
El tema
de la salud y el valor de los medicamentos, la búsqueda frenética de fórmulas
que permitan satisfacer, sin tocar la esencia del modelo, las demandas de una
población postergada, tratada indignamente y que se muere en los pasillos de hospitales
y consultorios esperando atención, dan cuenta del enorme forado del acuerdo o
de que el concepto de “paz” de quienes lo firmaron es tan famélico, que
evidentemente no lograría pacificar a nadie.
Ni qué
hablar de salarios, endeudamiento, abusos, colusión, costo de la vida, acceso a
servicios básicos, etc.
Doblemente
peligroso. La propaganda fascista interpretará esta ausencia de sentido del
documento firmado con tanta solemnidad, como una confirmación de que a la
“gente” no le interesan la política ni los problemas de los políticos.
La
derecha que con tanto entusiasmo lo suscribió, con el codo va a borrar lo que
en él escribió con la mano y el cambio constitucional, será objeto de una tenaz
resistencia por parte de quienes “graciosamente” accedieron a concederlo.
Puede, incluso, que gracias a las normas establecidas en él y a la propaganda
derechista, éste termine siendo tan mezquino que incluso sea una repetición de
la Constitución actual con otra firma. Como dijo la presidenta de la UDI, la de
Sebastián Piñera.
El
escenario político todavía es incierto. Lo único claro e indubitable, es la
agresividad, violencia y radicalidad con que las clases dominantes van a
defender sus privilegios. Ahí está este mes entero de represión y dilaciones o
lo que pasa en la hermana República de Bolivia para demostrarlo.
La tarea
actual, se cae de maduro, es vincular las luchas que se libran en las calles
con la que se proponen la democratización del sistema político, lo que pasa por
el cambio constitucional. Se trata de una bandera que, hoy por hoy, hasta la
UDI ha abrazado. ¡El partido más reaccionario, que más se ha opuesto a cualquier
cambio y el más involucrado en escándalos de corrupción y financiamiento ilegal!
Lo que
el pueblo reclama con justa razón, desde las calles, es credibilidad y confianza.
No explicaciones. Consistencia entre lo que se dice y lo que se hace y para
ello es imprescindible que las señales sean más de entendimiento entre quienes
realmente están por la democratización de la sociedad -la izquierda en
particular- que con un gobierno y una coalición derechista que hasta ahora
solamente gana tiempo y luchan por posponer su bancarrota.
Quienes
no lo entiendan van a ser barridos por la enorme ola de descontento y luchas que
las masas protagonizan casi
espontáneamente. Lamentablemente, el costo de aquello una vez más lo pagará el
pueblo.