miércoles, 20 de noviembre de 2019

El que explica se complica

Honore Daumier. Boilly




A menos de una semana del “histórico” Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, éste ya es objeto de innumerables interpretaciones, rectificaciones y explicaciones por parte de quienes lo suscribieron.  Y como era de esperar, estas no siempre coinciden. Como dice el viejo y conocido refrán, “el que explica, se complica”.

En lugar de haber encauzado las telúricas fuerzas desatadas por la movilización social de una población cansada del abuso, la desigualdad y el autoritarismo, sólo ha sido –como era previsible- la motivación para que parlamentarios, periodistas y dirigentes de partidos oficiantes del dichoso acuerdo, se entretengan en alambicadas teorías para darle sentido, como si en el país no pasara nada desde entonces.

Porque tal como lo señaló la Mesa de Unidad Social y se encargan de demostrarlo las movilizaciones registradas después de su firma, no se hace cargo de los problemas más urgentes…ni de los fundamentales.

Primero, la investigación, juicio y castigo a los responsables de las graves violaciones a los Derechos Humanos cometidas por carabineros y militares durante el Estado de Emergencia y en el transcurso de las movilizaciones. Es más, haciendo gala de la sinceridad de su firma, los partidos de derecha en el Parlamento lo han obstaculizado.

En segundo lugar, pues la vacuidad del pomposo documento suscrito por los partidos de gobierno y algunos de la oposición, es tan evidente que ya se discute el mezquino aumento a las pensiones, lo que ha generado un problemón entre el Congreso y el Poder Ejecutivo y entre el Gobierno, los partidos de su coalición y sus parlamentarios.

El tema de la salud y el valor de los medicamentos, la búsqueda frenética de fórmulas que permitan satisfacer, sin tocar la esencia del modelo, las demandas de una población postergada, tratada indignamente y que se muere en los pasillos de hospitales y consultorios esperando atención, dan cuenta del enorme forado del acuerdo o de que el concepto de “paz” de quienes lo firmaron es tan famélico, que evidentemente no lograría pacificar a nadie.

Ni qué hablar de salarios, endeudamiento, abusos, colusión, costo de la vida, acceso a servicios básicos, etc.

Doblemente peligroso. La propaganda fascista interpretará esta ausencia de sentido del documento firmado con tanta solemnidad, como una confirmación de que a la “gente” no le interesan la política ni los problemas de los políticos.

La derecha que con tanto entusiasmo lo suscribió, con el codo va a borrar lo que en él escribió con la mano y el cambio constitucional, será objeto de una tenaz resistencia por parte de quienes “graciosamente” accedieron a concederlo.

Puede, incluso, que gracias a las normas establecidas en él y a la propaganda derechista, éste termine siendo tan mezquino que incluso sea una repetición de la Constitución actual con otra firma. Como dijo la presidenta de la UDI, la de Sebastián Piñera.

El escenario político todavía es incierto. Lo único claro e indubitable, es la agresividad, violencia y radicalidad con que las clases dominantes van a defender sus privilegios. Ahí está este mes entero de represión y dilaciones o lo que pasa en la hermana República de Bolivia para demostrarlo.

La tarea actual, se cae de maduro, es vincular las luchas que se libran en las calles con la que se proponen la democratización del sistema político, lo que pasa por el cambio constitucional. Se trata de una bandera que, hoy por hoy, hasta la UDI ha abrazado. ¡El partido más reaccionario, que más se ha opuesto a cualquier cambio y el más involucrado en escándalos de corrupción y financiamiento ilegal!

Lo que el pueblo reclama con justa razón, desde las calles, es credibilidad y confianza. No explicaciones. Consistencia entre lo que se dice y lo que se hace y para ello es imprescindible que las señales sean más de entendimiento entre quienes realmente están por la democratización de la sociedad -la izquierda en particular- que con un gobierno y una coalición derechista que hasta ahora solamente gana tiempo y luchan por posponer su bancarrota.

Quienes no lo entiendan van a ser barridos por la enorme ola de descontento y luchas que las  masas protagonizan casi espontáneamente. Lamentablemente, el costo de aquello una vez más lo pagará el pueblo.


lunes, 18 de noviembre de 2019

La prueba de fuego

Rene Magritte. Los amantes

Lo que ha venido después de la madrugada del 15 de noviembre, es incertidumbre y dispersión del campo opositor, incluidos partidos, organizaciones y movimientos sociales. 

La derecha, en cambio, se ordena poco a poco tras la defensa del acuerdo alcanzado esa  noche con partidos opositores. De EVOPOLI a la UDI.

En general, todos los análisis se han centrado en los contenidos dejando de lado el hecho irrebatible de que fue un balón de oxígeno para el gobierno que hasta ese momento caía en las encuestas de modo irremontable; aislado política y socialmente; sin capacidad de maniobra y parapetado en la defensa dogmática del modelo, aunque sin argumentos medianamente razonables.

Una coalición derechista dividida con evidentes signos de agotamiento y pérdida de legitimidad; un empresariado temeroso y que abandonaba al gobierno a su suerte en ese momento; con un discurso que, como siempre lo han hecho las clases dominantes, comenzaba a explotar ya su repertorio de chantajes, amedrentamiento y que amenazaba al país con las plagas bíblicas, por su osadía de haber cuestionado las sacrosantas leyes del dogma neoliberal. 

En ese preciso momento, se fragua el acuerdo y el gobierno y la derecha, logran un respiro, una tregua que les permite rearmarse y eventualmente, cambiar el escenario de confrontación de la calle a los pasillos del Congreso y los ministerios.

Es evidente, en todo caso, que quienes lo firmaron por la oposición no lo hicieron por las mismas razones. Los desprestigiados partidos de la antigua Concertaciòn, enredados en acuerdos con la derecha y posiciones de privilegio que estos les garantizan, sucumbió fácilmente a su chantaje  y acudió oportunamente a tirarle el salvavidas. 

Lo insólito es que una fuerza de izquierda emergente y con un promisorio futuro arriesgara todo su capital político y apareciera avalando las mismas prácticas y métodos, cuya critica le procurara tanta popularidad. 

El FA se la jugó ciertamente y en una especie de bautizo de fuego, apostó a capitalizar la situación descrita mediante la promesa de una nueva Constitución. ¿Error de cálculo? ¿inexperiencia o ingenuidad? Solo el tiempo y la experiencia lo dirán. 

Ello, pues incluso entre las grietas abiertas la madrugada del  15 de noviembre en su seno, se alojan posibilidades de reordenamiento del campo opositor. Son mas complejas ciertamente, pero no insuperables con audacia, decisión, inteligencia. Hay un pueblo movilizado y mucho mas atento a lo que hagan sus autoridades, las hayan elegido o no. 

Hay una agenda de reivindicaciones no resueltas por el acuerdo del 15 de noviembre y que son fuentes permanentes de conflictividad social, de critica y movilización contra el modelo. 

Una experiencia de lucha de cuatro semanas en que el pueblo ha madurado lo que se habría demorado décadas, en períodos de desarrollo normal. 

Si algo ha faltado, sin embargo, en estas semanas y que es precisamente una de las razones que posibilitaron este acierto momentáneo de la derecha y los neoliberales de todas las denominaciones, es la conexión de partidos políticos de izquierda con los organismos de masas, producto de su burocratizaciòn y alejamiento del pueblo. 

También del  discurso facilòn que explota la critica ramplona a los partidos políticos, que hoy por hoy, por poner solo un ejemplo, le pasa la cuenta al FA. 

Además, unidad de la izquierda, la que se encuentra en todo el país, que cruza a la sociedad en todas sus expresiones, que es diversa estética, política y culturalmente. 

En momentos decisivos de nuestra historia, en 1933, en 1973 o 1989, es precisamente cuando se ha puesto a prueba la capacidad de la izquierda y el movimiento popular. Esta prueba de fuego que nos pone la historia esta en pleno desarrollo todavía y no hay nada escrito sobre piedra. Depende de ella que se transforme nuevamente en una derrota del campo popular o el comienzo de una nueva historia. 






viernes, 15 de noviembre de 2019

¿Qué es lo histórico del día de ayer?



Manuel Antonio Caro. La zamacueca
Todos los medios titulan acerca del histórico acuerdo al que se habría llegado para poner fin a las movilizaciones que el pueblo ha protagonizado el último mes. El sólo encabezamiento del acuerdo es bastante épico: acuerdo por la paz...más otras cuestiones.

Una primera impresión es la de que Piñera finalmente sí tenía razón y estábamos en guerra....¿o no? Por muchos esfuerzos que hicieran los dirigentes de oposición que asistieron a firmarlro por recordar a las víctimas de la represión y que el cambio constitucional es el resultado de las luchas populares de las últimas semanas, nuevamente la maquinaria semiótica del sistema lo significa como un gesto de republicanismo, responsabilidad y "capacidad de diálogo", de la "clase política". La declaración de doce puntos lo resalta, las declaraciones de los cocineros de la ex concertación y de la derecha lo señalan hasta lo majadero.

Un intento olímpico de lavar la imagen de lo más cuestionados en estas semanas de movilizaciones.

Además de lo anterior, este acuerdo, que por cierto se hace cargo sólo de una de las demandas del movimiento social y de una manera sinuosa y evasiva, se propone detenerlo. La derecha en este sentido, ha demostrado una flexibilidad y capacidad táctica asombrosa. No así la oposición, que insiste en la oxidada y meliflua receta de los acuerdos y una atávica desconfianza en la movilización social.

El que se consulte en un plebiscito la mantención o no de la Constitución del 80, es el hecho histórico más importante. Por primera vez desde el término de la dictadura se consultará al soberano, al poder constituyente originario. Todos sabemos que el origen espúrio de la Constitución actual en el fraude de 1980 la invalidan, pese a las reformas de 1989 y 2005 pues se trató sólo de reformas y no de un cambio constitucional.

Sin embargo, como se ha señalado insistentemente, el quorum supramayoritario acordado para que la Asamblea o Convención Constituyente instituya un nuevo pacto social -lógica que se impuso como principio de la estabilidad del régimen político impuesto a sangre y fuego por la dictadura y negociado durante la transición en los noventa- implica una reproducción del binominalismo.

Una maniobra por darle un imprimátur de legitimidad a los términos de la dominación neoliberal por los próximos treinta años.

¡Eso sí que es un hecho histórico!

El que los partidos de izquierda no participaran de este acuerdo tiene un significado relevante y eventualmente de incalcuables proyecciones históricas. No solamente se trata de rechazar una negociación a espaldas del pueblo. Se trata de un gesto político en el que se establece un límite. Comienza a hacerse posible la constitución de una izquierda plena e independiente. El límite en este caso lo pone nuevamente el binominalismo.


Para que este hecho tenga proyecciones de largo plazo, y no se quede en una escaramuza, es necesario desterrar el sectarismo y construir relaciones de fraternidad y compañerismo. Hay mucho camino hecho del 90 a esta parte; encuentros y desencuentros. Hay también una historia quer viene de más atrás, en la lucha antidictatorial que es necesario recrear. E incluso en las enseñanzas y aportes en el proceso de la Unidad Popular.

La catarsis social, el desborde; la movilización sin propósitos tiene fecha de vencimiento. la lucha de masas enriquecida con relaciones de nuevo tipo; con unidad de la izquierda y claridad de propósitos puede ser lo que falta para que el epílogo de este movimiento no sea el acuerdo de anoche que se propone reponer el binominalimo con ropajes constituyentes sino una auténtica democratización del país.







domingo, 10 de noviembre de 2019

Entre el Chile que nace y el que se resiste a morir

Juan Dávila. La perla del mercader


En las últimas semanas, el país cambió y lo seguirá haciendo. Una resolución definitiva de los cambios que experimenta, es por ahora difícil de prever aunque ciertamente Chile no volverá a ser el que era hasta el alza del valor del pasaje del metro de Santiago. 

Como muchos han dicho, un acontecimiento inesperado y que suponían, no iban a presenciar. Unos por escepticismo, otros lisa y llanamente por conformismo y otros producto de una desesperanza aprendida en treinta años.  

¿Qué pasó entonces? Simplemente que el pueblo se cansó. Lo que expresa la protesta social de las últimas tres semanas y que no tiene visos de terminar aún, es bronca acumulada.

Bronca por la carestía de la vida, los bajos salarios; el alto endeudamiento; la exclusión y el clasismo de nuestra sociedad.

Un hito que ha marcado las jornadas, y que incluso ha sido objeto de sensibleras notas de los matinales en televisión, es el sistema previsional, una de las fábricas de pobreza y marginalidad e incertidumbre más masivas de las que se tenga registro en la historia. 

Y aunque esto había sido objeto de análisis científicos y denunciado por la izquierda, las organizaciones de trabajadores y centros de estudio, no había sido blanco de una crítica tan masiva y contundente pese a toda la evidencia empírica disponible en su contra.

Algo similar en relación a los miserables salarios que se pagan en Chile y consecuentemente, el aumento del endeudamiento como estrategia para llegar a fin de mes de miles de familias trabajadoras. 

¿Qué pasó entonces para que lo que en treinta años fue aceptado, en un fin de semana que va del 18 al 21 de octubre ya no lo fuera? En realidad, nunca fue aceptado sino simplemente soportado como una existencia que limitaba permanentemente la ilusión de prosperidad con el abismo de la indigencia masiva.

No es casual de hecho que sea el alza del valor del pasaje de metro el detonante de la protesta social. Una especie de metáfora de la paranoia del neoliberalismo: un metro de estandar europeo para gente con salarios que llegada el alza, ya ni siquiera podrían costearlo, a menos que se renunciara a la marraqueta en la mañana. 

La propia realidad se transformó no ya en el espejo del mall donde la gente se veía como quería verse sino en el espejo malvado que contrasta su miseria con el derroche y la opulencia de las clases dominantes reflejadas en su intento por hacer de su estilo de vida, sus valores y sus gustos, los de la sociedad aunque fuera sólo un remedo.

Una especie de golpe en la cabeza que dejó en evidencia que el progreso y la prosperidad no son para todos y obviamente, los que no lo disfrutan hoy por hoy exigen su parte. Los saqueos, entre otros, tienen su motivo en esto. 

Un segundo elemento que articula el malestar social, igualmente de manera ideologizada y dispersa, es el encapsulamiento, autoritarismo y elitismo del sistema político imperante. Una especie de burbuja que prácticamente no tiene ninguna conexión con lo real. 

No solamente porque diputados, senadores, jueces y ministros gocen de altos sueldos y privilegios que no cualquiera pueda disfrutar sino porque los problemas que son objeto de su frenética actividad, no son los de la gente de a pie. 

Ello pues el sistema político ha encapsulado las decisiones importantes sin ceder el más mínimo espacio a la participación social, haciendo de los intereses de clase de empresarios, banqueros, dueños de las AFP's y de los sectores dominantes de la sociedad, el objeto privilegiado de su actividad.

Esa es precisamente una de las razones que tiene trabada una salida a la crisis aunque fuera acomodaticia, insuficiente o tibia.

En el caso del gobierno, es evidente el motivo de su tozudez y su resistencia a enfrentar la responsabilidad de la reforma política. En el caso de la oposición, sin embargo, las confusiones rayan en lo grotesco, salvo honrosas excepciones. 

La mojigatería y la ambivalencia de algunos sectores de oposición para hacerse cargo sólo retrasan una resolución favorable al pueblo y hacen que esta, eventualmente, sea de nuevo una solución a medias a todo lo que se demanda, hoy por hoy, desde las calles. 

A la izquierda le cabe, pues, una responsabilidad mayor en esta decisiva coyuntura histórica. No se trata de intentar siquiera ponerse a la cabeza de un movimiento de masas que ha cuestionado el orden social y político de los últimos treinta años sin que nadie, como decíamos al comenzar, lo presintiera. 

Se trata de hacer que el movimiento se desarrolle. El maximalismo y el espontaneismo pueden ser en este sentido precisamente los sepultureros de esta enorme fuerza de masas si no se orienta a la construcción de relaciones cotidianas de nuevo tipo en torno a los problemas concretos y donde se expresan todos los días la desigualdad, el autoritarismo y el clasismo de nuestra sociedad.

La salud y la educación pública; el trabajo, el barrio, no debieran ser ya más lo que eran hasta el mes pasado. La izquierda tiene un rico acervo y experiencia en la organización popular que debe poner al servicio de este movimiento. No esperar a que éste, espontaneamente, se organice. 

La izquierda debe acompañar este proceso para aportar con su experiencia, sus organizaciones, sus redes, sus medios, sus recursos.

No para competir por él sino para construir la unidad del pueblo, desde las organizaciones de base, en las federaciones de estudiantes, en los sindicatos, gremios profesionales y de empleados, organizaciones de trabajadores de la cultura, de defensa del medioambiente y el patrimonio, la diversidad, los Derechos Humanos hasta los municipios, el Parlamento y todo espacio en el que se exprese la lucha de clases, la disputa entre el Chile que nace y el que se resiste a morir.